Algunos los tenemos delante de los ojos, pero si no nos ayudan a situar bien el foco, somos incapaces de verlos. Gracias a tres enfocadores con muchas horas de vuelo a ras de piedra, el pasado fin de semana alrededor de un centenar de personas tuvimos oportunidad de descubrir varios de los muchos tesoros que esconde la sierra de A Groba.
Xosé Lois Vilar, Xilberte Manso y Eduardo Méndez, tres de las cabezas visibles del Instituto de Estudios Miñoranos, fueron los guías en cuestión. Dos objetivos perseguían los cerca de ocho kilómetros de caminata que nos metimos en ese escenario montuno que comparten Baiona, Oia y Gondomar. Uno era asistir a una clase de historia de esas que no tienen precio, mientras que el otro era (y sigue siendo) lanzar una llamada de atención -«un S.O.S. en toda regla», dicen ellos- para evitar atentados ecológicos irreparables en el monte, que es lo que dicen que va a suponer la próxima instalación de una veintena de molinos de viento.
En este último capítulo esgrimen argumentos que ponen los pelos como escarpias. Hablan incluso de sospechosas coincidencias entre la zona que hace dos veranos terminó calcinada por el fuego y los enclaves exactos de los futuros molinos. Lo dicho, los pelos de punta. Lo peor de todo, dicen, es que los vecinos afectados desconocen la letra pequeña del proyecto (algunos incluso la grande) y «cuando quieran reaccionar será tarde», aseguran.
Pero al margen de ese papel de Quijotes contra molinos, ejercieron ese otro que comentaba de maestros. En plena noche (dicen que es cuando mejor se ven los petroglifos), y entre caballos salvajes -«especie que van a querer salvar cuando ya no queden ejemplares», se lamentaban-, acometimos el sendero que lleva a la mámoa dos Cortelliños, a la de A Meniña das Chans, al Foxo Pedriño (la mayor trampa de lobos que se conoce en Galicia) o al petroglifo de A Laxe Cruzada, en el que puede contemplarse el mayor laberinto grabado de Europa.
Dicen los que saben de estas cosas, Xosé Lois Vilar entre ellos, que el laberinto es la figura más complicada de labrar en la piedra, máxime teniendo en cuenta que la obra de arte rupestre en cuestión puede tener 4.000 años de antigüedad y por entonces no contaban con más instrumentos que otras piedras para realizar el horadado. Tan difícil era acometer un trabajo así, que sólo se tiene noticia de otros cuatro laberintos en toda Galicia.
Entre los que no se perdían detalle de la lección había una veintena de niños, entre otros, los que acompañaban a la ex concejala Ana Gandón, que convenció a casi todos los huéspedes de su casa de turismo rural para que la acompañaran en la ruta; o a Xosé Manuel, un colega periodista ourensano que pasa sus vacaciones en el Val Miñor; o a Amalia, otra colega periodista que, como nos pasou a nos, está al pie del cañón en agosto... Tampoco se perdieron la cita Celso y Eusebio, en este caso colegas de Vilar en su vertiente frutera; Carmen Parada, Soledad y Toya Fernández...
Cuando al borde de la una de la madrugada acabamos de subir y bajar montes, muy cerca de la falda del Padornelo (sí, también hay un Padornelo en A Groba), nos esperaba un sabroso y reparador avituallamiento a base de piña, melón, plátano... por gentileza de nuestro particular arqueólogo-frutero. Se lo agradecimos casi tanto como la lección de historia. Y es que cuatro horas gastando zapatillas abren el apetito a cualquiera.
Recibo con tal encabezamiento un escrito de José Posada, el empresario que un día plantó en plena Plaza Roja moscovita sendos puestos de castañas gallegas. El escrito en cuestión destila filosofía posadiana. De su lectura deduzco que en los últimos días se ha topado con algún cliente potencial de su conocido marrón glacé que ha querido regatear en la factura.
Viene a contar que está harto de explicar que no hay marrón glacé barato, igual que no hay champagne, caviar, foie-gras, trufas o mariscos rebajados. «Si pagas como un avaro para dejar una gran herencia, buenos vinos a tu viuda, o ser el más rico del cementerio, puedes acabar con una gaseosa, comiendo un bocata reseso en una gasolinera de autopista».
Cuenta en su escrito que no hay que confundir valor con precio. «Por eso, cuando compras un Rolls y preguntas cuánto consume de gasolina estás haciendo el canelo». Lo dicho, pura filosofía posadiana.