Trabaja de soldador en la construcción de barcos para poder continuar sus estudios
28 oct 2008 . Actualizado a las 11:49 h.Son los Maradona de la soldadura. Aunque a los bolivianos no les pagan por hacer requiebros con el soplete, sino todo lo contrario. Algunos armadores se los rifan para trabajar en la construcción de barcos, porque son capaces de hacerlo con precisión y rapidez. Y casi los únicos que cumplen con los plazos en el trabajo que se les encomiendan. Simplemente lo hacen mejor y más rápido. Eso les vale un contrato en su país de origen, como le sucedió al joven Ronald Cristhian Luizara (22 años). Todo un especialista en lo que se denomina soldadura en línea. No en vano cuenta con tres años de carrera en Ingeniería Electromecánica. Lleva algo más de un año en Vigo con un contrato indefinido en Metalships, una empresa privada que se encarga de la división de acero del grupo Rodman Polyships.
Dice que unos compañeros de estudios le hablaron de la posibilidad de venir a trabajara a España. «Se enteraron de que había empresarios españoles que estaban interesados en contratar bolivianos para construcciones y estructuras metálicas. Yo sabía de eso y me apunté», explica.
Se trataba de la empresa auxiliar Tablan Consulting de Asturias, con sede en Gijón, que trabaja subcontratada para el mencionado astillero vigués. Buscaba bolivianos para este tipo de empleos. «En mi grupo venimos como treinta, pero solo a diez nos destinaron a Metalships en Teis. Otro grupo se fue a Avilés y el restante, a San Sebastián», señala.
Su labor guarda relación con la calderería. «Trabajo en la armazón de estructuras de barcos. Consiste en soldar y armar, con puro hierro. Son jornadas de 11 horas. Ahora en invierno entramos a las 8 de la mañana y salimos a las 19.00 horas. Descansamos a las 15.00 horas para almorzar y nos incorporamos una hora después», afirma.
«Ganamos hasta 3.000 euros al mes, pero perdemos vista, oído y pulmón, debido o lo que es la radiación al soldar, además de los gases tóxicos y las inhalaciones de humo», lamenta. Asegura que cumplen con todas las normas de seguridad exigidas. Llevan máscaras, guantes y lentes protectores, «pero aun así las condiciones son perjudiciales para la salud». «Hay otros riesgos añadidos, como las caídas, debido a que trabajamos a gran altura, entre cinco y diez metros que es la que suelen tener los barcos. Incluso se duplica cuando se está a punto de culminar la estructura», puntualiza. Aunque llevan arneses y los andamios ofrecen gran seguridad, ya presenció algún accidente de ese tipo, pero sin que se produjeran desgracias personales. Tampoco están exentos de sufrir alguna explosión por las mangueras del gas.
Critica a la empresa que los contrató en Bolivia «porque nos prometieron un salario y luego nos pagaban casi la mitad. Hartos de esa situación decidimos protestar y logramos acogernos al convenio, lo que nos supuso una gran mejora en el sueldo, aunque sin alcanzar lo que nos anunciaran».
Un duro trabajo
«Un oficial de primera, con las 11 horas, gana sobre 3.000 euros al mes, pero yo en este momento ando por los 2.600», manifiesta. Considera que se trata de un trabajo muy duro. «Nos estamos dejando un 50% de nuestra calidad de vida. Prueba de ello es que, de todos los bolivianos que llegaron conmigo, solo quedamos tres. A veces, en un agujero estamos trabajando hasta cinco soldadores y los extractores no consiguen eliminar todos los gases tóxicos», sostiene.
Tiene un proyecto muy claro y consiste en sacrificarse al menos dos o tres años más para reunir el dinero suficiente que le permita regresar a Bolivia, donde concluirá los dos años que le faltan de carrera y luego piensa montar un taller de mecánico, para seguir ganándose la vida.
«Intenté trabajar aquí de mecánico, pero por el simple hecho de ser boliviano noté cierto rechazo», dice con amargura. «A mí me fascinan los motores y me basta con el ruido para hacer un diagnóstico del vehículo», asegura.