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«Hay quien necesita las campanadas de los relojes antiguos para dormir»

La Voz VIGO |

VIGO

Dice que ya comió 132 uvas en los once años que lleva controlando la Nochevieja en el reloj del Instituto Santa Irene para que miles de vigueses la celebren en As Travesas

14 mar 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Xulio Vázquez Cuando el homo sapiens empezó a caminar erecto pudo erguir la vista hacia las estrellas. Una curiosidad que le llevó a fragmentar la eternidad y adquirir conciencia de que era un ser con una duración limitada. La primera percepción se la señalaba la entrada y salida del sol. Otro referente fue el cambio de estaciones y las migraciones de las aves. Pero lo más palpable fue la observación de la vida misma, su crecimiento, reproducción y muerte. Fueron los babilónicos quienes comenzaron a usar las nociones de día, hora y año. La exactitud no se alcanzó hasta el siglo XV, cuando construyó las primeras máquinas mecánicas para medir el tiempo. Y, con ellas, surgió el oficio de relojero. Gerardo Alonso Iglesias (60 años) representa la tercera generación de una familia de relojeros vigueses. Empezó a los 15 años en una relojería que había fundado su abuelo en 1920. Lleva ya 45 años en esta profesión. «Aprendí con mi padre. También hice cursillos en Madrid y Barcelona. Además, pasé algún tiempo en Francia e Inglaterra, donde adquirí conocimientos sobre relojes antiguos», afirma. -¿Tiene garantizada la cuarta generación? -No, porque este oficio suele heredarse y mi hija no seguirá por estos derroteros. -Pero aún le queda cuerda para rato. -Aquí les doy cuerda a unos quince cada día. Ahora ya se utilizan más los relojes de cuarzo, pero todavía hay mucha gente que me trae los de cuerda, que ha heredado, para reparar. -¿Quedan menos relojeros? -Sí, porque aquí no hay academias de relojeros. La cuna de los antiguos fue Inglaterra. Primero fueron los de torre. Después, los de sobremesa y pared con la mecánica francesa, hasta que llegó Suiza con los de pulsera y también en cuarzo. Aunque ahora los japoneses y chinos son los mayores fabricantes. -¿Cuáles son más puntuales? -Los de cuarzo, porque llevan un oscilador más exacto. Pero los atómicos solo varían un segundo en millones de años. -¿Paga la pena arreglar los de pilas? -A veces no, aunque los hay muy buenos y también merece la pena repararlos. Los antiguos son joyas que hay que conservar. -¿Le suena lo de «Reloj no marques las horas»? -(Risas). Esa canción de Los Panchos se refiere a los enamorados, cuando el tiempo transcurre de forma distinta. -¿Cuál es el más antiguo que hay en Vigo? -El del Instituto Santa Irene, que lleva 60 años, pero el de una catedral inglesa tiene 300 años. -¿Desde cuándo se ocupa de las campanadas en la plaza de América? -Ya comí 132 uvas subido a ese reloj, lo que equivale a once años de Nochevieja. Lo había reparado totalmente hace dieciocho años. Cada despedida de año le pongo un carillón para conseguir una potencia de 15.000 vatios, para que varios miles de vigueses puedan seguir las campanadas. -¿Hay mucha diferencia con el de la Puerta del Sol? -Un abismo, por la tradición y el número de gente. Pero el de Vigo gana adeptos cada año. -¿Le gusta la puntualidad? -Creo que todos somos esclavos del reloj. -¿Siguen teniéndole aprecio a los antiguos? -Sí. Hay incluso quien necesita oír las campanadas de los relojes antiguos para poder dormir, sobre todo la gente mayor. Me pasa con mucha gente que me los trae a reparar. Mientras que los jóvenes me dicen que les anule el sonido. Pero cuando se van haciendo mayores los aprecian más. -¿Recuerda el más curioso que reparó? -Fue uno de 1590. Tenía una sola aguja y pertenece a un coleccionista privado. Es rústico y de marca inglesa. Puede estar valorado en 18.000 euros. Reparé otro que está en el Padre Sarmiento de Santiago de Compostela. Lo hizo un relojero gallego y es autómata. Cuando suenan las horas se mueven unas figuritas al son de la música. También trabajé para coleccionistas privados de Madrid, Barcelona y Bilbao. Una señora de Puerta de Hierro incluso me pagó el billete de avión. El más caro que pasó por mis manos fue un Vacheron de pulsera de oro, con fases de luna y calendario perpetuo, valorado en unos 30.000 euros. -¿Recibió algún premio? -En 1998 me concedieron el Ciudad de Vigo Casco Vello y, en el 2000, me entregó Fraga el de empresa a nivel gallego. -¿Alguna anécdota? -A los niños les sorprenden los de cuerda y también los de cuco que tengo a la venta. Proceden de la Selva Negra.