Después de que Papadopoulos haya cumplido un año desde que debutó con el Celta (el 7 de febrero del 2010 en Balaídos ante el Salamanca), las cosas han cambiado mucho para su equipo, y también para él. Cuando llegó era un jugador que venía con la vitola de haber sido campeón de Europa con Grecia, y de haber dado muchos días de gloria al Panathinaikos. Para un conjunto en horas muy bajas como las que vivían los celestes, era un ariete al que agarrarse para remontar una temporada en la que siempre flirteó con el descenso a Segunda B.
Los elogios de su anterior entrenador, Eusebio Sacristán, eran constantes. Nunca dudó de su profesionalidad, y de las tablas que tenía para aportarle al equipo en un momento tan complicado. Sin embargo, los elogios de su técnico no sirvieron para enderezar su camino.
Papadopoulos había fracasado en Italia, después casi no pudo aparecer en Croacia, y en España buscaba redimirse. Demostrar que podía ser el jugador que tanta fama logró en Atenas.
Su primera aparición fue en un amistoso ante el Ourense en Barreiro, y marcó. Después de ese gol, solo dos más en la pasada pretemporada. Otro ante el Ourense en O Couto, y uno en Ribadeo en el Enma Cuervo frente al Oviedo. Durante la temporada, ni un solo tanto. En esta campaña solo ha disputado 186 minutos de Liga, pero si a esos se le unen los más de mil que jugó en la pasada campaña, se comprueba que sus números son horrorosos.
A pesar de todo eso, Balaídos le aprecia, le anima, sigue esperándolo. La afición le jalea y corea su nombre cuando sale a calentar como si fuese Jesús Perera, el último ídolo conocido como Bota de Oro.