El invierno más frío de mi vida fue un verano en A Coruña. La frase tal vez resulte exagerada, porque la original pertenece a Mark Twain y se refería a San Francisco. Pero no hay comparación: La ciudad del Golden Gate es muchísimo más cálida que la de la torre de Hércules. Para ironizar con el tema, en lugar de inviernos, habría que hablar de glaciaciones. Si en el Domus exhiben un mamut, la gente va a pensar que el mamut ya estaba allí de antes.
La pasada semana tomé yo un tren hasta la capital norteña para resolver unos asuntos. Tardé una hora y media en llegar a Santiago y sólo media hora más, en recorrer la segunda mitad del trayecto, de Compostela a la estación herculina. La alta velocidad es una cosa que sólo se ha hecho por allá arriba. La mayor ciudad de Galicia sigue viajando en el tren «chu-chú».
Pero volvamos al tema: De Vigo, con el verano que llevamos, salí yo con camisa de manga larga. Pero fue bajar del tren y enseguida sentí un aire gélido, un frío polar, una especie de frente siberiano que me hizo temer por mi vida. Como es lógico, mi primera reacción fue pedir un taxi para el Juan Canalejo, al objeto de que me amputasen los dedos de los pies, ya sin remedio congelados. Pensándolo mejor, entré en una tienda de modas local (Zara, o algo así) y me compré un abrigoso jersey. Impertérritos, mis amigos coruñeses, hechos unos machotes, me miraban raro, e incluso se permitían comentarios del tipo: «¡Neno, hoy te hace un día estupendo!» Sin hacer caso a las provocaciones, con la ocurrencia del jersey logré yo sobrevivir a un día de verano en aquellas latitudes.
Ese día regresé a casa con una sensación de envidia. En A Coruña o en Santiago, donde apenas conocen el verano, seguro que no resulta tan traumática la pintoresca estación que estamos viviendo este año. En Vigo, donde las playas se usan para más cosas que para mariscar, julio ha sido un desastre y agosto lleva camino de otro tanto.
Es por ello que el Gobierno debería tomar cartas en el asunto. Y declarar este año «vacaciones catastróficas». Por decreto del consejo de ministros, todos los trabajadores que hayan disfrutado su descanso en julio o en agosto, serán resarcidos con el mismo número de días en otro momento del año más cálido, como diciembre o enero, por ejemplo.
Al igual que la declaración de «zona catastrófica», una medida así aliviaría al menos el sufrimiento de las gentes que padecen un verano en el que incluso dicen que Georgie Dann está a tratamiento con antidepresivos. Tal vez A Coruña y Lugo no necesiten el decreto, pues están más acostumbrados. Pero en Pontevedra es urgente. Ourense es otro caso, porque son inmunes al clima. Allí hace mucho calor o mucho frío. Es sabido que esa ciudad sólo tiene tres estaciones: Invierno, verano y la del tren.
eduardorolland@hotmail.com