Gora Erreala

Jorge Lamas Dono
Jorge Lamas EL ÁTICO

VIGO

28 may 2013 . Actualizado a las 11:36 h.

Nadie confiaba en nosotros y hemos salvado el primer match-ball», dijo Abel Resino tras acabar el encuentro del pasado domingo en Pucela, donde el Real Club Celta regresó del más allá. Quizá tenía tortícolis el entrenador toledano y no fue capaz de levantar la cabeza durante noventa minutos para ver el azul celeste pintado en una de las gradas del estadio Zorrilla. O tal vez, padezca alguna enfermedad en sus oídos que le impidió apreciar con claridad el constante griterío, con acento gallego, procedente de uno de los sectores del conocido como campo de la gripe.

En cualquier caso, el entrenador debería saber que el celtismo es una cuestión de fe y de esperanza. Lo saben todos sus practicantes, vigueses o no. Además, desde siempre. Incluso antes de su fundación. Fe en que lo mejor está por pasar, a pesar del ninguneo constante que debe aguantar del mundo exterior. Fe «no ano que vén», como tan bien plasmó A Roda en el otro himno. En ascender o permanecer, según disponga, en este caso, la Erreala. Fe en un chaval de diecisiete años. O fe en otro con pocos años más, pero con mucha menos cabeciña, por lo menos en algunos momentos.

Señor Resino, ser celtista no es fácil, pero es un orgullo porque se fragua desde el sufrimiento. De abajo arriba. Como exatlético debería reconocer estos síntomas. El guardameta sevillano Javi Varas lo ha comprendido y la afición se lo reconoce.

Así que llegados a este punto de esperanza en el futuro, pase lo que pase el sábado, Abel Resino no debería acusar al celtismo de no creer. Es injusto. A estas alturas, incluso creen en él, por lo menos en que no estropee las cosas, como hizo las primeras semanas, cuando se hizo cargo del equipo tras la marcha de Paco Herrera. Aunque también es cierto que en el fondo de sus corazones no cesan de susurrar «Gora Erreala».

Resino es injusto si dice que la afición no confía

jorge.lamas@lavoz.es