Se suele mirar a Islandia con envidia para demostrar que no siempre los que la lían se van de rositas. Medio país avisó a su primer ministro de que la situación se le iba de las manos y él no hiciera nada, los bancos quebraron en masa y se montó una crisis tremenda. Al hombre acabaron llevándolo a juicio acusado de que su negligencia causó la crisis. Mucha gente se frotó las manos y fabuló que a esos que se atrevían a negar la crisis cuando el paro se desbocaba acabarían entre rejas, que algún banquero que tenía un buen peto en Suiza se sentaría en el banquillo de los acusados o que esos empresarios que despedían a trabajadores cuando amasaban más beneficios tendrían que dar explicaciones. Los culpables, a juicio. Pero lo que no solemos contar es que a Geir Haarde lo absolvieron. ¡Ja!
Así que al final no hay culpables. El astillero Barreras pasó de un éxtasis que lo convirtió en el mayor astillero privado de España, con directivos que se reían de sueldos de 200.000 al año, a una suspensión de pagos de 75 millones. De la noche a la mañana, arrastró al cierre a no pocas auxiliares. Sin embargo, para el juez no hay culpables y el fiscal lo aprueba. Como dice la ley, la quiebra fue «fortuita». Vaya chiste.
Y seguro que no son los únicos. Debió de ser fortuito que Manuel Fernández de Sousa no reflejara el monstruoso agujero de Pescanova en su contabilidad o que su mujer tratara de sacar cuatro millones de euros del país cuando el juez le seguía la pista. Debió de ser fortuito que el concejal Ángel Rivas trabajase en una empresa que se beneficiaba de humanizaciones. Y fue fortuito que Gayoso y los suyos se marcharan a sus casas con los bolsillos llenos y NCG acabase nacionalizado.
Al final, pasará la tormenta y los que hicieron la danza de la lluvia ni se habrán mojado.