La «Battle of Vigo Bay», ocurrida hace algo más de 3 siglos, contada para foráneos y no iniciados
03 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.Vamos a contar la batalla de Rande en pocas palabras. Las que caben en este artículo. Suficientes para conocer la importancia de un acontecimiento histórico de dimensión internacional. El 23 de octubre de 1702 fue un brumoso día en la ría de Vigo. No se veía la orilla opuesta. Solo a veces, entre el estruendo apagado de cañoneos y refriegas, aparecían las figuras fantasmales de los mayores buques de guerra de Europa: El Zeven Provinces holandés; el Royal Sovereign inglés; el francés Le Fort. Pero, pasado el mediodía, cuando el viento se llevó los últimos jirones de niebla, se desató el mismísimo infierno.
«¡Quemen las naves!», gritó el almirante Chateau-Renault cuando comprendió que la batalla estaba perdida. Su orden corrió como la pólvora entre la flota y en pocos minutos la ría de Vigo se volvió el propio infierno. Galeones españoles y fragatas francesas ardían entre explosiones, mientras los buques de guerra ingleses, con el Torbay en vanguardia, seguían cañoneando e intentando el abordaje. Son las cuatro de la tarde de un brumoso día de otoño. Ya lo hemos anotado: El 23 de octubre de 1702. Y la batalla de Rande, una de las más determinantes de la historia, acaba de alcanzar su punto culminante. Se saldará con más de dos mil muertos del bando defensor y otros ochocientos de la escuadra enemiga. Y, con ellos, la pérdida de la mejor escuadra de guerra del Rey Sol, Luis XIV, y de la flota de Indias española al completo. Nada hacía esperar este desastre en 1699, cuando la Flota de la Plata zarpa de España como cada año, para traer a la metrópoli las riquezas americanas. Pero muere el rey Carlos II y se desata la Guerra de Sucesión española. Y el regreso a Europa, por el acoso naval del enemigo, se hace imposible.
Por fin, en 1702, Francia envía una escolta de 23 navíos, para que proteja a los 19 galeones españoles, cargados con «el mayor tesoro que nunca haya cruzado los océanos», como había publicado La Gaceta de Madrid, despertando la codicia de todos los contendientes.
En Azores, un aviso informa a la flota de que la escuadra combinada anglo-holandesa, al mando de Sir George Rooke, está atacando Cádiz. Han de buscar un puerto alternativo y, tras no pocas discusiones, eligen Vigo. El 22 de septiembre entran en la ría los galeones y la flota de guerra.
Durante un mes, se descarga la plata y metales preciosos, que son transportados a Lugo en carros de bueyes. Se intenta montar una defensa. La provincia de Tui forma milicias, mal equipadas y famélicas. Muchos campesinos huyen a las montañas. Se restauran los fuertes de Rande y Corbeiro con cañones de los barcos y se cavan trincheras. En el estrecho, se forma una barrera con cadenas, mástiles y vergas.
El 22 de octubre entra por la boca sur de la ría de Vigo la armada enemiga: 160 velas y una fuerza de desembarco de 14.000 hombres. Tras su fracaso en Cádiz, Rooke espera aquí una gran victoria y un formidable tesoro. Sólo conseguirá lo primero.
De madrugada, marinos ingleses, en chalupas, intentan cortar la cadena, pero son repelidos. Al amanecer del día 23, tras retirarse la bruma, se ve que los aliados han destacado frente a Teis a sus buques de porte medio, más maniobrables, que comienzan a cañonear los fuertes. Además, el Duque de Ormond desembarca con 4.000 infantes, que en poco más de una hora arrasan a los defensores: Las milicias huyen y se toman prisioneros. Y los fuertes disparan ahora contra la propia flota franco-española. A las dos de la tarde, aprovechando una fuerte ráfaga de viento, el Torbay, del capitán Hopsonn, rompe la cadena. Tras él, entran el Kent, el Mountmouth, el Grafton? y comienza un intenso combate, a cañonazos sin posibilidad de maniobrar, en el fondo de la ría.
En vano se envía un brulote en llamas que explota al costado del Torbay. Unos luchan cuerpo a cuerpo, mientras la metralla barre las cubiertas. Otros ya sólo piensan en huir, a nado o en chalupas. Es entonces cuando Chateau-Renault da la orden de quemar las naves. Todos los barcos son apresados, hundidos o incendiados. Durante horas, el mar en llamas es el último testimonio de la batalla de Rande.
Algunas crónicas de la época, como la de un religioso de Redondela, narran que esa madrugada la luz que generaba la ría de Vigo en llamas permitía «leer un libro como si fuese de día». Fue «el horror», con permiso del corazón de las tinieblas. Y sucedió aquí mismo, hace poco más de dos siglos. Contarlo, venderlo, reivindicarlo es una obligación de una ciudad que, en realidad, salvo escasas excepciones, sólo se ha esforzado en olvidarlo.