Marcas de ropa

VIGO

18 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Dicen que en tiempos de crisis la solidaridad crece como la espuma. Que cuanto peor estamos, más cosas buenas somos capaces de ofrecer. Dicen que hay más voluntarios en las organizaciones que se encargan de llegar allá donde las administraciones nunca se preocupan por llegar. Dicen que la solidaridad paraliza desahucios y que la indignación es un activo ético y, aunque suene contradictorio, incluso electoral. Dicen que otro mundo es posible. Que en el fondo no somos tan miserables.

Y luego están las marcas de ropa.

Esta semana, Adidas, Hugo Boss y Levitas SPA presentaron un recurso contra la decisión de una jueza de que las prendas que se requisaron en una redada se entreguen a los Hermanos Misioneros de los Enfermos Pobres, para su albergue para indigentes de Teis. Las marcas reivindican su legítimo derecho a que las prendas sean destruidas. Al fin y al cabo, son suyas.

Es algo así como plantarse a mediodía en el comedor social de la Misión del Silencio, en Urzaiz, con diez kilos de caviar iraní, veinte chuletones de carne de Kobe, una bolsa de trufas blancas y doce botellas de Vega Sicilia, esperar a que los usuarios salgan y, ante ellos, tirarlo todo a un contenedor y plantarle fuego. Solo se trataría de ejercer un derecho legítimo. ¿No?

Todos los estudios demuestran que la crisis en España está siendo especialmente perniciosa. No solo por el paro, los desahucios y los concursos de acreedores; sobre todo, porque está creando una sociedad cada vez más desigual: ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. Vaya, me sale «está creando» como si la crisis tuviese vida propia. Los que crean una sociedad más desigual, más miserable y más egoísta son esos que se enriquecen cada vez más. Como esas marcas de ropa. Que pronto tratarán de multar a los pobres que pronuncien sus nombres. Porque son suyos.

angel.paniagua@lavoz.es