Utiliza su veneno como defensa ante los depredadores, pero se utiliza como estimulador cardiaco
27 jun 2016 . Actualizado a las 10:51 h.Esta será una noche delicada, suponemos, para las personas con el corazón sensible, lo que nos brinda una buena excusa para presentar a una amiga tan común como ignorada y que tiene mucho que ver con el asunto cardiaco. Pocas plantas tienen tantos nombres comunes como la digitalis purpúrea (dedalera, cartucho, guantelete, campanilla, chupamieles, viluria), pero en la comarca viguesa, especialmente entre la población infantil, el nombre que triunfa es estralote.
Para empezar, contemos su apasionante vida. La digitalis es una de las platas silvestres más llamativas, en parte por su tamaño, que puede sobrepasar fácilmente el metro setenta de altura. Y también por su ubicación en lindes y bordes de caminos, preferentemente sombreados. Lo más destacado son sus flores, un racimo de campanillas rosadas a lo largo del tallo, aunque cuando vemos semejante despliegue floral se trata de una planta adulta, ya que durante su primer año de vida se limita a desarrollar las hojas, más discretas.
Esas campanillas son una irresistible tentación para atraer a los insectos, que posteriormente repartirán su polen y semillas por doquier. Lamentablemente para nuestra protagonista, esas campanillas son también una tentación irresistible para nuestra especie, y de ahí viene su muy vigués nombre de estralote.
La cosa viene a cuento de una herencia cultural que consistía en cerrar con los dedos su corona floral para crear una cámara de aire y convertirla en un modesto petardo al hacerla explotar de un golpe. A tantas generaciones de floricidas seguramente nunca les contaron que se trata de una especie altamente venenosa, pero como todo, tiene sus matices. Al menos su ciclo bianual hace que durante el primer año pase más desapercibida al limitarse a desarrollar sus discretas hojas. Es precisamente en esas hojas donde se concentra la digitalina, su sustancia tóxica.
Planta sorprendente
Decir que una planta es venenosa suele llevar implícita una declaración de guerra por nuestra parte, pero la digitalina, cuando fue descubierta hace casi tres siglos, nos reservaba una interesante sorpresa. Para la planta se trataba de un mecanismo de defensa ante el ataque de sus depredadores naturales, pues nada mejor que llevarte un disgusto si te la intentas comer, para evitar repetir la experiencia.
Lo bonito fue descubrir que su efecto en nuestro organismo producía la estimulación cardiaca, o lo que es lo mismo, su uso medicinal (sintetizada en laboratorio, ojo, no se les ocurra hacer experimentos caseros), se aplicó al tratamiento de las enfermedades del corazón.
Hasta aquí todo bien, pero de pronto empezaron a detectarse casos de arritmias y durante mucho tiempo se valoró si era peor el remedio o la enfermedad. El problema residía en que a fuerza de estimular el corazón, la digitalina podía llegar a provocar un infarto. La duda era encontrar la dosis exacta, y aquí aparecía un nuevo problema porque cada planta representaba un misterio. La conclusión era que no solo de una planta a otra, sino incluso en la misma planta o en una sola de sus hojas, los niveles de digitalina eran extremadamente variables.
Nuestras amigas desarrollan la digitalina durante el día y la eliminan por las noches. De esta forma, la diferencia entre recolectar sus hojas a primera hora de la mañana o a última de la tarde podía significar la diferencia entre que su administración resultara saludable o mortífera, lo que determinaba un margen de seguridad tan estrecho que dejó de utilizarse en herboristería y su aplicación se limita ahora al ámbito clínico en el que sigue siendo una eficaz aliada para salvar vidas.
Con sus usos medicinales y ornamentales, ya que es también muy atractiva para su cultivo destinado a la jardinería, la digitalis se fue extendiendo por el mundo adelante más allá de su Europa natal. Muchas veces hablamos de los efectos de las especies exóticas invasoras sobre nuestra biodiversidad, pero no solemos reflexionar sobre nuestro papel de exportadores del problema a otras latitudes y actualmente nuestra simpática digitalis es una especie invasora en el sur de América.
Atentado ambiental
Aquí nuestra amiga sigue siendo una especie común, y muy visible justamente estos días de principios de verano, aunque por su preferencia por los bordes de los caminos es también una de las principales víctimas de las limpiezas y desbroces. Sería interesante pensar, antes de pasar la desbrozadora y dejar las cunetas como si se tratase de la avenida del caballo de Atila, que además de favorecer la erosión y desahuciar a centenares de especies de flora y fauna en su época más delicada, estamos, en parte, atentando contra nuestra propia integridad. Quizás algún día una de estas plantas arrasadas podría salvarnos la vida. No es inteligente destruir a quien te ayuda.