Cinco mujeres cuentan cómo han vivido el cáncer y hacen un llamamiento a la esperanza
04 feb 2020 . Actualizado a las 22:38 h.Una palabra no es más que una aséptica mancha de tinta. Aparentemente, nada comprometido. Pero hay palabras que no son inocentes. «Mi cuñado nunca dice cáncer, lo llama la enfermedad», cuenta Mari Ángeles López. Su cuñado tuvo un tumor en la próstata; a ella le detectaron uno en una mama hace diez años. «Cáncer es una palabra que da miedo», confirma. Y fue en la primera que pensó cuando, con 52 años, se tocó algo que parecía un bulto. «Sentí que la sangre abandonaba mi cuerpo», recuerda.
Su sospecha era certera. Enseguida entró en un engranaje de pruebas y tratamientos que funciona a toda velocidad. Cirugía, quimioterapia, radioterapia... «Yo tuve la suerte de tener un marido que me acompañó cada día a todo, pero no todo el mundo la tiene». Por eso se hizo voluntaria de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) en Vigo y este martes, que se conmemora el día mundial contra esta enfermedad, cuenta que acude con frecuencia al mismo sitio donde tomó la decisión de ayudar a otros, la unidad de radioterapia del Hospital Meixoeiro. Allí acompaña a otros enfermos, ofrece una bebida o un par de oídos.
«Yo estoy curada», sentencia ahora, con 62, «me dicen que soy una enferma crónica, pero no, estoy curada». Han pasado diez años de todo el proceso y procura salir, disfrutar de sus nietas y vivir. Nunca se sabe, tal vez el cáncer vuelva a aparecer. Pero mientras tanto, solo queda una opción: vivir.
Tamara Candán
«Estoy en un carpe diem continuo». A esa misma opción, vivir, es a lo que se aferra Tamara Candán. Con 30 años le detectaron un tumor en el cerebro y le explicaron que estaba en una zona que hacía imposible operarlo. «No daban un duro por mí... y aquí estoy», sonríe. En realidad, sonríe ahora, porque al principio no podía. Básicamente, le dijeron que no había nada que hacer, que no iba a sobrevivir, que su tratamiento solo sería paliativo. Pero mejoró. «El tumor se redujo, no se eliminó, pero se redujo». Y se agarra a eso para seguir adelante y hacer «una vida normal, dentro de lo que cabe», sabiendo que el tumor es algo con lo que convive.
Ahora tiene 33 años y sabe que todo es imprevisible, pero que lo que verdaderamente importa es el ahora. «Estoy un carpe diem continuo», confía. Le concedieron una incapacidad y ya no trabaja en un supermercado. Intenta agarrarse al infinito apoyo que le dan su familia y sus amigos.
Esther Rodríguez Y MERCEDES VÁZQUEZ
«Tenemos que normalizar el cáncer». Quien sabe doblemente qué es el cáncer es Esther Rodríguez. Este martes repartía folletos en la farola de Príncipe, en Vigo para informar sobre una enfermedad a la que le vio la cara por primera vez a los 44 años. De niña, para tratar una quemadura, le administraron radioterapia y le quedó una mancha en el pulmón. En una revisión, el médico notó que la mancha había cambiado. Era cáncer. Le extirparon un tercio de ese órgano. De eso han pasado 19 años. El segundo cáncer lo tuvo hace ocho y fue de mama. Le ha tocado dos veces y con tumores que no tienen ninguna relación entre sí.
A sus 64 años, si hay algo que le molesta es que se escuchar expresiones como «Murió tras una larga enfermedad», que tanto aparecen en los medios de comunicación. Viste el chaleco verde de la AECC, que, precisamente, en su campaña de este año ha elegido un lema que dice: «Cáncer, si no lo nombras no lo estás aceptando». «Es que tenemos que normalizar el cáncer, hablar de él como de cualquier otra enfermedad.», insiste. «Tenemos que pensar en los que se salvan, no ser tan negativos», pide.
Su prima, Mercedes Vázquez, de 62, también repite esa idea. Ella reconoce que se lo cogieron pronto. Tuvo un cáncer de mama que le trataron en el Meixoeiro en una fase inicial. Lo descubrió porque un pezón se le puso rojo y no se le pasaba. Aunque en ninguna prueba de imagen aparecía nada, los médicos insistieron. Su madre había muerto por esta enfermedad y ya estaba alerta.
«Hay que ser positivo y socializar, porque te crees que eres un caso único, pero hay muchas otras personas que viven situaciones peores», dice.
Dolores Casales
«No hay otro remedio que tirar adelante». El hundimiento inicial es algo que tienen en común casi todos los pacientes. Dolores Casales cuenta que el diagnóstico le cayó como una losa. Tenía 60 años. «No hay otro remedio que tirar adelante», dice ahora, a los 66. «Claro que lo pasé mal, pero aquí estoy». Para afrontar el cáncer de útero se apoyó en su familia (tiene dos hijas). A ella también le tocó recibir todo tipo de tratamientos.
Un tiempo después, el cáncer reapareció. «Esto es una constante, nunca se para». Este miércoles vuelve a recibir otra sesión de quimioterapia. En ellas aprende mucho de la realidad de la enfermedad. «El cáncer no elige edad, allí hay gente mayor, joven... de todo».