
Así se lo cuenta la asociación Covelo Natural a las niñas y niños del colegio Antonio Blanco de Covelo
17 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Hace dos mil millones de años, año arriba año abajo, en una charca no especialmente bonita un simpático microbio se encontró con una no menos simpática bacteria y decidieron formar una alianza y así, como quien no quiere la cosa, de aquella simbiosis nacimos usted y yo y todo lo viviente, pues en aquel charquito lejano en el tiempo esa feliz reunión creó unas algas azules que empezaron a comer luz y cagar (disculpando) oxígeno. Y un poco por azar y un poco por necesidad se multiplicó la vida, a lo loco. Así se lo contamos con la asociación Covelo Natural a las niñas y niños del colegio Antonio Blanco de Covelo.
En contra de lo que pensamos durante años, considerando estos espacios naturales como zonas insalubres y criadero de bichos indeseables, en realidad son todo lo contrario. Se trata de auténticas depuradoras naturales cuyas plantas acuáticas absorben y fijan los contaminantes gracias a sus raíces en semiflotación a la vez que contribuyen a oxigenar el agua y se convierten en un refugio para la biodiversidad que alberga especies terrestres y acuáticas.
De esta forma fuimos descubriendo los bosques de ribera y sus múltiples especies de árboles que necesitan tener sus raíces en contacto permanente con el agua y ayudan a mantener las aguas frescas en verano y moderar el frío invernal de forma que la temperatura no sufra cambios bruscos al mismo tiempo que sujetan las riberas conteniendo la erosión y amortiguando las crecidas y desbordamientos. Son los últimos corredores verdes para que se puedan conectar los ecosistemas y sus especies sin que se los lleve por delante un 4x4.
Los bosques de ribera son las últimas autopistas verdes para la naturaleza. Conocimos una mínima parte de las decenas de helechos que podemos encontrar en nuestros cursos fluviales y en los que apenas nos fijamos pese a su fascinante biología. Descubrimos que las algas verdes y azules no viven solo en el mar, sino que muchas especies disfrutan del agua dulce. Incluso en una cucharadita de tierra húmeda podemos encontrar hasta 200.000 algas.
El mundo de los bichos empieza a una escala muy pequeñita, con los minúsculos crustáceos moviéndose a toda prisa, los colémbolos a saltitos, los tricópteros con sus largos apéndices, los coleópteros acuáticos en apnea permanente y una infinidad de larvas de todo lo imaginable, sin olvidar las larvas de libélulas y el escorpión de agua. Pudimos ver también algún simpático tritón y alguna rana aprovechando los últimos rayos de sol. Sobre la superficie del agua flotaban las hojas de los árboles que aportarán el sustrato para que toda esta vida siga siendo vida, lo que urbanamente consideramos suciedad pero, bien al contrario, será el sustento de la fauna y flora microscópica y de todo lo demás.
El espectáculo está a su disposición en cualquier charca, regato o poza de riego, e incluso en las fuentes y estanques urbanos, hasta que con ese concepto equivocado de limpieza, empezamos a considerar toda esa vida basura y a confundir limpiar con arrasar. Seguramente hace miles de años una charca fue el primer espejo en el que nos vimos reflejados y nos reconocimos. Hoy, para bien o para mal, lo que hacemos con estas islas de vida y con sus habitantes nos refleja también, pero ahí empezó la vida. Cuidémoslas como el tesoro que son para que, como decía Proust, no las consideremos un tesoro cuando las perdamos.