Una viguesa confiesa su temor por el odio que le profesa una persona de su entorno
11 sep 2023 . Actualizado a las 20:44 h.La transición de género de una mujer de 21 años no está siendo fácil. Un vecino se mete con ella, le insulta y le ensucia su ropa femenina cuando la cuelga en el tendal. Lamenta que ya lo ha denunciado, e incluso fue condenado, pero el hombre, que vive en el mismo edificio de la zona de Torrecedeira, continúa haciéndolo. «Me veo insegura y tengo miedo. Esperemos que no llegue más lejos», confiesa Anabela. El estrés al que se ve sometida le ha pasado factura. Su madre, Menchu, que no se separa de ella, afirma que esta situación le ha generado mucha ansiedad. La joven estuvo un mes ingresada en un hospital, se ha autolesionado, y no duerme por la noche porque todavía tiene pesadillas. «Es muy joven para los ansiolíticos, pero vamos a tener que tirar de ellos por desgracia», afirma. Dice que el vecino solo la molesta cuando se encuentra sola. «El día anterior del juicio que tuvimos, volvió a meterse con ella y hay una segunda denuncia», dice.
Anabela tomó conciencia de que era una mujer durante el confinamiento. «Desde pequeña tuve dudas. No sabía lo que me pasaba y no hice nada. A los 16 años empecé a replanteármelo. A partir de ese momento me ayudaron asociaciones y un amigo que era transexual». Lo más duro fue decírselo a su madre. «Fui un poco cutre. Le mandé un wasap porque no me atrevía y tenía que decírselo de alguna forma. Pero se lo tomó muy bien. Nos abrazamos y todo fue genial», asegura. A partir de entonces, comenzó a hormonarse y a sentirse mejor consigo misma.
Transición
Empezaba así una nueva vida con la identidad de género que ella sentía como propia, pero no podía esperar que su proceso iba a verse alterado por culpa de un vecino, con el que existía una mala relación. «A partir de ese punto empezó a insultarme. Decía que tenía andares de gorila y me llamaba maricón y travelo. Como yo intentaba pasar de él me empezó a tirar lejía a la ropa y me vine abajo por completo», afirma. A veces se sentía acosada y hasta en el ascensor le hacía pasar malos momentos. «No podía más», afirma. «Tenemos fotos y grabaciones. Todo se demostró en el juicio», afirma su madre.
Reconoce que, producto de la tensión que sufría, dejó sus estudios. Abandonó las clases de japonés en la Escuela Oficial de Idiomas y las clases de guitarra. «Mi hija está muerta en vida. Antes salía a la calle y se maquillaba y ahora no se relaciona. ¿Hay que esperar a que le pase algo para tomar medidas?», se pregunta su madre. La relación con el vecino no es buena. Menchu afirma que les pone en contra de los vecinos, que ha llamado a la trabajadora social porque tienen dos perros y a la policía por la noche porque ladran. «Está buscándonos siempre por algo, es como si nos quisiera echar del piso», afirma Menchu.
La jueza no ve un delito de odio, pero condenó al denunciado por dañar sus prendas
El caso de Anabela llegó al juzgado. Ella denunció a su vecino muy dolida por los insultos. No podía consentir que le llamara «travelo» o «maricón» con un ánimo tan despectivo. Tampoco quiso dejar pasar por alto el hecho de que le estropeara la ropa que tenía colgada en el tendal porque la rociaba con lejía o con pintura. Se celebró un juicio por estos hechos, pero la magistrada no vio un delito de odio, aunque sí condeno al vecino a pagarle por las ropas dañadas. Según el fallo de la titular del juzgado de lo penal número 2 de Vigo, las expresiones utilizadas por el acusado, si bien son injuriosas y ofensivas, «no tienen una entidad de relevancia ni se constata obedezcan a razones del tipo por el que se formula la acusación». Al acusado no le constaban antecedentes penales o policiales por conductas similares. Tampoco constan expresiones similares en redes sociales, ni su integración en grupos caracterizados por su odio o por la promoción de la violencia. «Se trató de insultos puntuales, ocasionales, existiendo discrepancias entre el acusado y la madre de Anabela por asuntos relacionados con la convivencia», expresa la sentencia. La jueza impuso al acusado una multa de 300 euros, así como el pago de una indemnización a la víctima de 400 euros por los daños que ocasionó en la ropa que tenía tendida Anabela y que la magistrada consideró probados.
Ni Anabela ni su madre comparten el fallo. «La sentencia fue injusta. La ropa nos da igual. No quiero el dinero, sino justicia que se reconozca el delito de odio. No se le puede llama ni travelo ni maricón. Mi hija es una mujer», afirma la madre.