El último funcionario farero de las Rías Baixas: «Los faros son patrimonio de todos, no de cuatro 'cuñados'»

VIGO

Oscar Vázquez

El pontevedrés José Antonio Mera Espiño trabajó en los de Sálvora, Cíes, Cabo Silleiro y Estai, donde nació un hijo

24 nov 2023 . Actualizado a las 13:05 h.

Un día José Antonio Mera Espiño (Pontevedra, 1951) recorrió España para colgar de cuanto faro surcaba la costa una pancarta de veinte metros con el lema «se vende» y el teléfono de un secretario de Estado. Es una batalla que da por perdida pero de la que nunca se ha bajado, ni por el millón de pesetas (6.000 euros) de multa que le supuso la protesta de las pancartas. Nunca los llego a pagar. «Hasta uno de mis hijos nació en el radio-faro de Cabo Estai cuya casa se hizo para que yo recalase en Vigo y me hiciese cargo del balizamiento de la ría», cuenta el último funcionario farero de las rías Baixas. Las luces y señales que marcaban a los barcos la senda de entrada y salida de la ría fueron cosa suya desde 1979 a 1992, y antes el faro de Cabo Silleiro y el de la isla de Sálvora. Fue su mundo hasta que «los torreros de faro», que es como le gusta que les denominen, dejaron de ser integrantes de la función pública para convertirse en personal de las autoridades portuarias. Él se negó, con la misma decisión con la que había decidido no presentarse a las oposiciones del Estado hasta que España dejase de ser una dictadura.

Su padre, uno de los inválidos de la Guerra Civil recolocados en la Administración, en su caso como conserje de la delegación de Hacienda en Pontevedra, «era antifranquista, pero solo en casa», ríe recreando el miedo generalizado a posicionarse políticamente en aquella época. Mera fue siempre muy de izquierdas, «pero ahora ya no sé ni lo que soy», dice notablemente desesperanzado.

Al mar llegó primero como marinero y luego como marino mercante. Tocó tierra después para hacerse profesor de inglés antes de preparar las oposiciones a farero. «Ahí fue cuando me enamoré de los faros. Los de entonces eran un compendio de física. Su tecnología era fantástica», dice con brillo en los ojos que surge al hablar de grandes pasiones personales. Rememora como era toda la preparación para llegar a los faros. «Para el de Cíes se hizo un coche capaz de subir arriba. Le llamamos ‘el vitrasita'», una camioneta de doble tracción hecha con un motor de un 600 y doce marchas en el que llevaban el gas para el faro y doce botellas de acetileno que cambiaban cada dos meses. El vehículo lo embarcaban en el Rías Bajas, barco con el que se hacía el balizamiento de las rías de Vigo, Pontevedra y Vilagarcía, dice desempolvando recuerdos José Antonio Mera. Habla del antiguo edificio del faro de las Cíes, como «una preciosidad. La torre actual estaba metida dentro de una edificación semicircular que tenía alojamiento para sendos torreros. Hasta 1940 había dos fareros. Cuando yo llegué ya estaban derribando esa construcción y tirando los cascotes por el acantilado», lo que él denunció como atentado ecológico. Y se paró. Mera fue quien montó la linterna y la óptica actual del faro de las Cíes.

Se negó a llevar a la chatarra diversos elementos de los faros de las Rías Baixas cuando estos fueron mecanizados o abandonados. Y las piezas que ya estaban a punto de destruirse las recompró y ahora se pueden ver en el Museo do Mar de Galicia, en Vigo.

Él llevaba el control de 55 luces, con sus características singulares según su posición, lo que permitía a los navíos trazar sendas en su trayectoria o triangular su ubicación. «Los puertos de la ría de Vigo tenían un tráfico impresionante, hasta que lo destrozaron los intelectuales repartiendo el poder económico generando competencias absurdas entre los puertos», surge de él la crítica constante.

Se hizo vicepresidente de la Asociación Nacional de Técnicos de Señales Marítimas «para montar pollos» cuando se dio cuenta de que el futuro público de los faros estaba en peligro. «Los faros son patrimonio de todos, no de cuatro cuñados para sus negocios», clama en contra de la pérdida de bienes públicos. «Tienen que estar en manos de quienes los pagaron. Ya no hay sitio donde un alumno vea la física en directo. Ningún chaval sabe ya qué es un meridiano o un paralelo, no saben qué relación hay entre la longitud del ecuador y los usos horarios. Eso es propio de una sociedad decadente», mantiene Mera. Él propuso que en los faros, además de ser aprovechados para la enseñanza, se montasen las torres de control marítimo. Pretendía que los fareros tuvieran continuidad en ellos como funcionarios, pero en el 92 pasaron a ser personal de los puertos. Todos menos él, que fue destinado con sueldo sin complementos a su casa una temporada para ver si se cansaba y entraba por el aro. «Fui nueve meses funcionario de mantenimiento de la casa de mi mujer», dice con sorna. Después se convirtió en inspector de telecomunicaciones de la provincia y luego en meteorólogo del aeropuerto de Vigo. «Los aeropuertos gallegos están ubicados en el peor sitio», dice de nuevo con imbatible espíritu crítico.

álbum familiar

EN DETALLE

- Primer trabajo

-A los 13 años, mi abuelo me pagaba cien pesetas diarias con la aventadora limpiando el centeno. Luego de marinero en el Chiquita II, para ver si me gustaba el mar.

- Causa a la que se entregaría

- No me entrego a nadie. Seguiré haciendo lo que creo que debo de hacer en cada momento. He donado mi cadáver a la ciencia para que vean a dónde conduce una mala vida.