El propio sector pesquero, ya que la administración no lo hace, debería ser el primero en garantizar su sostenibilidad
11 dic 2023 . Actualizado a las 13:00 h.La noche del próximo martes, coincidiendo con la última luna nueva del año (que es cuando la falta de luz las obliga a nadar más cerca de la superficie para orientarse) en la desembocadura del río Miño una especie dará uno de sus últimos pasos hacia la extinción, y nosotros somos los responsables. Nos referimos a las angulas, los alevines de las anguilas. Con un precio que en las fiestas navideñas puede llegar a superar los 1.200 euros kilo, cuesta imaginar que la angula llegó a ser tan abundante y poco apreciada a principios del siglo pasado, cuando prácticamente tan solo la consumían los pescadores y se utilizaba para dar de comer a los animales, pero las capturas sin control trajeron consigo la escasez y, con ella, el precio astronómico que incrementó insoportablemente la presión pesquera sobre la especie, tanto la legal como la ilegal. En menos de un siglo la hemos llevado al borde de la extinción a nivel global y local, hasta el punto de que desde el año 1980 sus poblaciones han caído en un 95 %.
El plan de gestión de la anguila y angula en el Miño elaborado en el 2011 entre España y Portugal, que planteaba la reducción de la pesca para intentar conservar la especie, ha fracasado. La población de anguila y sus alevines las angulas está en pleno colapso. Según los últimos dictámenes científicos del Consejo Internacional para la Exploración del Mar (CIEM), la población se encuentra fuera de los límites biológicos de seguridad, hasta el punto de que el Consejo Internacional para la Conservación del Mar (ICES), una organización científica de referencia, ha solicitado una veda absoluta a la pesca de la anguila, en todas sus fases, en todos sus hábitats y para cualquier fin a partir del 2023.
Resulta una absoluta irresponsabilidad que una especie en peligro crítico de extinción (más amenazada que el lince ibérico o el oso panda para entendernos) pueda seguir pescándose. En el propio sector, ya que la administración no lo hace, deberían ser los primeros en garantizar su sostenibilidad, que pasa necesariamente por dejar de pescar. La única solución posible es evidente, aunque pretendamos negarnos a ver la realidad que demuestra la evidencia científica: prohibición inmediata de pesca de angula, incluyendo una implacable vigilancia del furtivismo; y paralelamente, una moratoria a la pesca de la anguila de al menos seis años hasta que la población empiece a recuperarse, pues no olvidemos que el viaje de las anguilas adultas al mar de los sargazos, donde se reproducen hasta que sus alevines llegan a nuestros ríos, dura dos años.
Mortalidad y mafias
Con absoluta certeza, nos quedan muy pocas Navidades para evitar su extinción, y recordemos que la extinción es irreversible. En cualquier caso, aunque la pesca es un problema (por el capricho de quienes la pueden pagar), como nos dice el amigo y maestro Raúl García, de WWF, se estima que apenas representa, sumando legal e ilegal, el 25 % de la mortalidad no natural de una especie que probablemente sea el animal más traficado del mundo con mafias internacionales operando también en el Miño. A esto tenemos que añadir el otro 7 5% que incluye el destrozo sistemático de los ecosistemas fluviales, presas, embalses y la contaminación. La angula y la anguila bien podrían ser el mejor símbolo del fracaso de las políticas autonómica, estatal y europea de conservación de la biodiversidad. Tenemos que prohibir su pesca a nivel global ya, ahora mismo, y restaurar los ecosistemas. No existe otra opción para evitar su extinción.