El día que los Rolling Stones «rompieron» Balaídos

Jorge Lamas Dono
jorge lamas VIGO / LA VOZ

VIGO

Xulio Villarino

La estructura que precisaba la banda británica para su concierto de 1998 provocó cambios en el estadio del Celta, como el derribo de unas vigas para que pudiesen entrar los camiones

05 jun 2024 . Actualizado a las 01:47 h.

El 18 de julio de 1998, The Rolling Stones desplegaba todo su espectáculo musical en el estadio de Balaídos para su primer concierto en Galicia. Desde el 2 de marzo de aquel año, día en que se confirmó la actuación, hasta el 18 de julio, en que la mítica banda tendió los puentes hacia Babilonia, hubo mucho trabajo y dinero de por medio. Hasta tal punto que fue necesario romper una parte del estadio municipal de Vigo.

Fue literal. Cuando los técnicos de la gira Bridges to Babylon visitaron Balaídos, lo primero que advirtieron fue que no había una entrada lo suficientemente amplia para que entrasen en el campo de fútbol los camiones que transportaban el material necesario para montar el escenario.

«Todos saldrán beneficiados; el Celta no se opone, porque las obras se iniciarán después de la temporada, y además, la ampliación es interesante para el futuro del equipo», explicaba en La Voz de Galicia la concejala viguesa de Cultura, Maite Fernández, para justificar la drástica medida. Añadía que las obras no superarían los quince días y el coste, según decía, estaría incluido en la producción del concierto.

El 5 de junio de 1998, unos albañiles comenzaban a poner andamios en la entrada situada junto a Fondo, al lado de donde estaba el cuartel de bomberos. Las obras se centraban en la construcción de un nuevo acceso al interior del campo de juego del Real Club Celta. El 9 de junio se retiraba una viga de la puerta de bomberos para su sustitución por otra más grande. Por otra parte, y con el fin de evitar daños en el césped, se implantó un novedoso sistema de planchas de aluminio antideslizantes que garantizaba (o eso decían) una mayor protección del drenaje del campo. La promotora Bulldog distribuyó 3.000 metros cuadrados del material en las zonas que deban soportar mayor carga. Aunque se vendió como lo último en protección de suelos, el caso que una vez apagadas las luces del concierto, una gran parte del césped estaba inservible para la práctica deportiva.

500 puestos de trabajo

Aquel concierto dio empleo a unas 500 personas contratadas por la productora Bulldog, 100 para los días previos y 400 para el día de la actuación. El grueso se lo llevó el montaje y la seguridad. Toda esa gente tuvo que vérselas con 31 camiones, tres escenarios sostenidos (cada uno) sobre quince tráilers, ocho kilómetros de cable y cuatro vehículos generadores con capacidad para iluminar cuatro manzanas de la ciudad.

El susto se produjo el 17 de junio, cuando se suspendió el concierto de Bilbao debido a que Mick Jagger sufría una laringitis, lo que provocó cierto nerviosismo entre los promotores. Arriesgaban mucho dinero en caso de cancelación. Todo quedó en nada y, días después, comenzaba el montaje del escenario principal, de 54 metros de ancho por 26 de fondo y 25 de alto, unido con otro secundario mediante un paso hidráulico gracias al que el público pudo casi tocar a sus ídolos, porque se pasearon por el medio del campo

Eso era lo que pudieron ver la mayoría de los espectadores. El back stage ya era una zona vedada para unos pocos, y más el espacio reservado para la banda. Los músicos tuvieron en la zona de camerinos un bar privado, denominado Bar Babylon. Tenía capacidad para sesenta personas, 200 metros cuadrados de superficie y un decorado «con ambiente agradable» y tonos azules, que son los preferidos por el grupo. Allí disponían de cerveza, whisky y vinos variados, entre los que no faltó el albariño.

Entre esas excentricidades que suelen pedir los artistas estratosféricos, en aquella ocasión se exigió disponer de mil kilos de hielo, una mesa de billar americano, un tenis de mesa y tres máquinas recreativas, una de ellas de realidad virtual y las dos restantes de coches de carreras y combates para dos jugadores. Las peticiones curiosas incluían toallas, no por su necesidad, sino porque exigían 300 de tamaño grande y nuevas lavadas una sola vez para que no dejasen pelusa. El conjunto viajaba con dos lavadoras y dos secadoras. Además, su equipo debía tener una cocina completa con espacio para cincuenta mesas grandes, cuatro neveras y un congelador, incluida una pila industrial para fregar con agua fría y caliente.

Pero lo más curioso que trascendió entonces tenía que ver con las entradas, que se vendían al precio único de 7.000 pesetas. Sus Satánicas Majestades son muy celosos de no perder un dólar por el camino y, en aquel momento, eran el único grupo que imprimía sus billetes en un taller de su propiedad. No se fiaban de las posibles falsificaciones, y menos de la venta de tiques fuera de su control.

Según los promotores, asistieron al concierto en torno a 40.000 personas. No superaron las 45.000 que habían reunido seis años antes Dire Straits. El concierto contentó a los stonianos clásicos, esos que alaban la trayectoria de Exile on Main St. hacia atrás, que disfrutaron con el set sesentero que se hizo sobre una plataforma elevada en el centro del campo. También disfrutaron los amantes de los espectáculos visuales. Al final. hubo fuegos de artificio mientras los Stones se dirigían a Peinador.