Tres personas en riesgo de exclusión relatan su camino hasta compartir un hogar en Vigo
12 nov 2024 . Actualizado a las 20:18 h.«Un hogar es un lugar donde sentirse segura», dice Jessica. Ángeles y A. (prefiere no dar su nombre) asienten a su lado. Los tres tienen una cicatriz común: Se vieron viviendo en la calle. Tuvieron miedo, «mucho». Por distintas razones perdieron su hogar y su «refugio» para la vida. Los ingresos no llegaban y, por su condición de beneficiarios de alguna ayuda social, los caseros le cerraron las puertas. «Le pasa a muchos en Vigo», cuenta A. En la ciudad hay poca oferta y los pisos que quedan «tienen los precios por las nubes». Imposibles para personas que, como Ángeles, A. y Jessica, están en riesgo de exclusión. Ellos, dentro de lo que cabe, tuvieron suerte. Tienen una habitación en la que vivir en un piso compartido. Lo consiguieron gracias a la asociación Provivienda en Vigo.
«El día que me dijeron que había conseguido una habitación fue tan feliz. Libertad, por fin», recuerda Ángeles. Tiene una discapacidad del 65 % y lucha contra la tristeza de una vida que no fue «nada fácil». Vivía con su marido, su hijo y sus suegros en la casa familiar. El matrimonio no fue bien y todo explotó cuando su hijo se marchó a Holanda. «Decidí que me tenía que marchar de allí. Yo no podía aguantar encerrada en mi habitación», explica. Tenía 59 años. Recuerda la última Navidad en aquella casa. «Estaba sola en mi habitación. Abrí una botella de vino y la celebré a mi manera». Calla. «Fueron días muy difíciles». En el proceso de divorcio le pusieron una fecha límite. Debía dejar la casa en los próximos tres meses. «¿Qué iba a hacer yo con una pensión de 517 euros?» Hoy, el precio medio del alquiler en Vigo es de 645 euros. Ángeles no encontraba nada y, «desesperada», fue a Cruz Roja a pedir auxilio. «Aquí solo le podemos ayudar dándole algo de comida», le dijeron. Ella se rompió. Se echó a llorar y la mujer que le atendió la derivo a Provivienda. En la asociación tienen una bolsa para el fomento del alquiler accesible y Ángeles entró al sorteo de una estas plazas. Le tocó y hoy vive desde hace dos años en un piso compartido. «Somos cuatro. Una chica de 21 años, otra de treinta y pico y una de 62».
Jessica también ha accedido a una de estas viviendas. Tiene 20 años y trata de iniciar su vida desde la habitación que comparte con otras cuatro personas. Tuve que abandonar su hogar a los 3 años y creció en un centro de menores. Luego, ya en la adolescencia, pudo acceder a un centro de día para menores. «Iba a la escuela, luego al centro y por la noche dormía con mi tía», explica Jessica. Crecer en un centro de menores «te marca» para la sociedad. Se hace mayor con el estigma. «Muchas personas piensan que si estás ahí interna es porque eres una delincuente», explica Jessica, pero allí «vivimos personas con muchas historias diferentes. Jóvenes que solo queremos tener nuestra propia vida», indica.
Cuando cumplió 18 años entró al programa de otra asociación, pero salió mal. Como Ángeles, tenía que encontrar piso en un tiempo límite. «Exactamente, 19 días», cuenta. «Yo ya me veía en la calle», sus únicos ingresos venían de una pensión de orfandad de 250 euros que, aquellos días, «aún no me habían concedido». Al final, también «tuve suerte» y en Provivienda la ayudaron. De hecho, mientras no recibía la pensión, era la asociación la que pagaba todos los gastos. Escapar de la calle le permite hoy tratar de construir una vida. Sabe bien que los jóvenes que, como ella, salen de un centro de menores tienen muy difícil acceder a un hogar. Algunos reciben ayuda de asociaciones, otros se juntan en grupos grandes para alquilar un piso entre todos, pero «algunos caseros se lo ponen difícil al ser beneficiarios de una pensión o porque saben que salen de un centro de menores», lamenta. Aunque hay otros tantos que acaban viviendo en la calle.
A. también se quedó sin techo. Tuvo un problema de adicciones y dejó su casa. El consumo, como le pasa a tantos, también lo apartó de su familia y de la sociedad. La pérdida de redes de apoyo provoca que abandonar una adicción sea aún más difícil. Entró en una asociación, mejoró y ahora trata de recuperar lo que perdió. Por el camino tuvo que vivir de prestado con la ayuda de sus amigos. Después, a través de Provivienda, también consiguió un piso desde donde volver a empezar. Tener un refugio para una persona que pasó por un problema de adicciones es «importante». La calle y la vulnerabilidad los expone más a una recaída.
Tanto Jessica, como A. y Ángeles han sentido la «frustración y la desesperación de sentir que no podían tener un techo». Explican su situación para que la sociedad entienda que la crisis de los precios de las viviendas se ceban especialmente con los más vulnerables. «Una vivienda es la base de todo. Un refugio para empezar a crear una vida», insiste Jessica. Salir de las situaciones que les han tocado en la vida es «casi imposible sin una vivienda». Además, «queremos dejar claro que no buscamos viviendas gratis», dice. «Lo único que nos gustaría es que fueran accesibles, que podamos ir pagando de manera progresiva junto a nuestros ingresos. Algo que nos permita avanzar», indica. A. y Ángeles insisten que cuentan su historia para que «empaticen con personas en nuestra situación. Que entiendan que cualquiera puede terminar en nuestra situación». Además, proponen que el sistema debería aprovechar todos los pisos vacíos que hay en Vigo para ofrecer nuevos hogares. A. también pide que se deje de «especular con la vivienda, que es un derecho».
Los tres usuarios de Provivienda forman parte de un nuevo programa de intervención que en la asociación desarrollan para ayudarlos a hablar de su situación. La psicóloga, Andrea Bouzón, trabaja con ellos con varios temas como el acceso a la vivienda o la salud mental. Jessica, A. y Ángeles son portavoces de una realidad que se vive en Vigo y en todo el país. La de aquellos cuyos ingresos son menores a lo que cuesta alquilar un piso en la ciudad.