El gordo de Navidad de Vigo cumple 50 años

aLEJANDRO MARTÍNEZ VIGO / LA VOZ

VIGO

M. MORALEJO

Adolfo Silva, responsable del bar Compostelano en la calle Seara, repartió con sus hermanos 300 millones de pesetas en diciembre de 1974. Fue el premio más grande de lotería en la ciudad

11 dic 2024 . Actualizado a las 01:50 h.

Hace 50 años, el bar Compostelano vendía los décimos del 12.176 sin saber que, días después, haría millonarios a decenas de vigueses en el sorteo de la Lotería de Navidad. En el antiguo establecimiento de la calle Seara, que hoy en día ya no existe, corrieron ríos de champán y se degustaron kilos de marisco gratis después de que los niños de San Ildefonso cantaran el premio gordo, que fue vendido en este establecimiento.

Adolfo Silva y sus hermanos repartieron 300 millones de las antiguas pesetas entre sus clientes. Fue un dinero que estuvo muy disperso en todo el barrio y en las empresas del entorno. El establecimiento había vendido unas 30.000 pesetas de lotería, la mayoría en pequeñas participaciones. Gran parte de los agraciados eran obreros y gente humilde. Empleados, albañiles, viajantes, conserjes, hombres de profesiones liberales, que frecuentaban el bar. El que más dinero se llevó fue un administrativo de una empresa de Gijón, que invirtió 1.300 pesetas. Trabajaba en Duro Felguera y había repartido décimos entre sus amigos y familiares.

Curiosamente, ninguna mujer resultó premiada porque la mayor parte de los clientes del establecimiento eran hombres. Entre los premiados se encontraba Salvador Álvarez, director de la academia Estudios Álvarez, que decía que se iba había elegido el deportivo que se iba a comprar con el dinero del premio y que también invertiría en bolsa. Ángel López, mecánico, conocido por su afición a los curros, le tocó un millón de pesetas. La suerte llegó también al Ayuntamiento. Un empleado del servicio de Aguas resultó agraciado con un millón de pesetas. También a un lector de contadores y a los entonces conserjes del Consistorio, Guillermo Castro, José Luis Bugallo, Benito González Campos y Enrique Fernández Rodríguez les sonrió la fortuna. Adolfo Silva reconocía estar muy contento «de haberle cambiado la vida a mucha gente.

A él también le tocó un buen pellizco. Parte del premio lo invirtió en la adquisición de un nuevo local, donde montó otro restaurante, muy cerca de donde se encontraba el Compostelano. En el Danubio, como así lo llamó, continuó trabajando hasta su jubilación y después su hijo Ramón tomó el testigo.

Este hostelero, que falleció en enero de 2020, recordaba que siguieron el sorteo en directo desde el bar y que el teléfono no dejó de sonar en cuanto se cantó el primer premio. Poco después llegó su hermano de comprar pescado y marisco en la plaza. Había jugado 900 pesetas y lo primero que hizo fue ir al banco para depositar los billetes en una caja fuerte.

Barra libre

Después, cerraron la caja y hubo barra libre para todas las personas que se acercaron hasta el bar para celebrar el premio. Adolfo recordaba que despacharon 30 kilos de centollas entre sus clientes. Mientras tanto, varios empleados de banca esperaban a la puerta del local para captar clientes.

La crónica recogida por la Voz informaba de que las series premiadas habían sido vendidas por la administración de lotería número 2, que estaba situada en la calle Policarpo Sanz. La regentaba Antonia de Haz, «una lotera que no se altera por nada», contaba este diario. Un repartidor vecino de Freixeiro, José Moredo, fue quien vendió las series a los dueños del bar Compostelano. Posiblemente después se arrepintió de haber tenido tanta fortuna para repartir en sus manos y no haberse quedado con ningún décimo, pero esperaba una buena propina por haber actuado como mensajeros de tanta suerte y felicidad. Aquella fue la ocasión en la que se repartió la mayor cantidad de millones en un sorteo de lotería. Hoy en día es más fácil que toque un premio gordo en la ciudad. La venta de décimos por máquina permite que estén geográficamente muy repartidos. Pero hace 50 años constituyó un gran hito y en el bar Compostelano se organizó un gran jolgorio. Aún lo recuerda el hijo de Adolfo, que solo tenía cinco años. La celebración continuó después en la casa de unos amigos de Coia.