Rafa Durán, cómico y presentador: «Todos nos creemos más listos cuando vamos a otros lugares»

BAIONA

cedida

Se ha pasado la vida bregando en platós y los más variopintos escenarios, pero ha sido a través de las redes, con sus personajes de Concha y Hose, con los que ha cautivado al público

19 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A la hora de autodefinirse, recurre Rafa Durán (Baiona, 1980) al apelativo de «entretenedor». Y es que no es fácil aglutinar en un término las múltiples actividades que le ocupan: presentador, cómico, clown, actor, improvisador, animador... Y de un tiempo a esta parte, también creador de contenidos en redes. Sus vídeos de doña Concha y Hose han sido uno de los hypes del verano gallego. «Me gusta que la gente se lo pase bien conmigo de una manera blanca y divertida. Es con lo que más a gusto me siento».

—También te defines como «mercenario del entretenimiento»

—Totalmente. De algo hay que vivir y muchas veces trabajo para el mejor postor. Cierto es que ahora puedo ya seleccionar trabajos y no ser tan mercenario. Sé lo que quiero y lo que no quiero, y ahí no voy, mientras mi cuenta me lo permita. Pero a veces no queda más remedio que, entre comillas, prostituirse.

—Incluso has llegado a crear un género, el «reportero recadero».

—[Se ríe] Sí, en Estache bo. Es guay porque cuando hay buen rollo y te dejan hacer, surgen cosas como esas. Guiños que se convierten en marca. Cuando me propusieron ese programa, pensé: «Vale, reporteros hay muchos; reporteros divertidos también, está España directo lleno de ellos, así que ¿yo qué voy a ser? Pues o reportero recadeiro, sempre ao servizo do cociñeiro». Y fue genial. Pero es que yo amo a Xoanqui Ameixeiras. Yo, sin ser un abrazaárboles, que no lo soy, sí que soy muy flipado con el tema de cómo trasciende el buen rollo y la buena onda a la hora de comunicar. La vida me ha demostrado, después de trabajar con tantos equipos, que cuando hay química, igual que en el amor o en la amistad, eso trasciende la pantalla, la radio, las letras en un libro, la música o lo que sea.

—Dices que el tuyo es un «humor gamberro». ¿A qué te refieres?

—Gamberro, pero respetuoso. Para hacer humor tienes que hacerlo siempre desde abajo o, como mucho, de igual a igual. Se ve mucho en los vídeos que hago: siempre soy el clown, el que pierde. Y estoy cómodo ahí, porque me gusta que la gente esté a gusto conmigo. No me gusta incomodar.

—Tus referentes de niño fueron Emilio Aragón, Cruz y Raya, Martes y Trece, Tricicle, Pepe Viyuela… ¿Qué tenía el humor de aquella generación?

—Para nosotros, la tele era una ventana al mundo. Ahora critican mucho a los chavales porque están todo el día pegados al teléfono, pero yo crecí pegado a una televisión. Para mí era mágico ver en la tele a aquellos adultos haciendo lo que yo soñaba. Veía a Emilio Aragón o a Martes y Trece y decía: «¡Qué guay! Yo quiero ser eso». Y en cada festival del cole, pues caía la imitación de Cruz y Raya. Aún a día de hoy, me doy cuenta de que en mis intervenciones utilizo muchas cosas del José Mota en los 90 o de Will Smith en El príncipe de Bel Air.

—¿Y cuáles son tus referentes actuales?

—Para mí es increíble que muchos compañeros a los que admiraba, además de seguir siendo referentes, ahora son amigos y son muy buena gente. Lo cual reconfirma lo que decía antes, que a la hora comunicar o entretener, lo que es de verdad es lo que llega. Te hablo de Oswaldo Digón, de Javier Varela, de Leo Harlem, Arantxa Treus o Jazmín Abuín, que son amigas, que me causan amor y admiración y que, por encima, con ellas me parto de la risa.

—Las a menudo tan denostadas redes sociales, en tu caso han sido una herramienta de proyección brutal.

—A las redes, más que herramienta yo las llamo arma. Para bien y para mal. Siendo consciente de eso y de que son una tragaperras diseñada para engancharte, yo las he utilizado como ventana y escaparate para crecer y darme a conocer. Pero a veces tengo que frenarme porque tal y como están diseñadas, me absorben. Tengo con ellas una relación de amor odio. No puedo dejar de utilizarlas porque entonces el algoritmo me castiga, tengo menos visualizaciones y dejo de estar. Y eso me genera mucha ansiedad. Es muy tóxico.

—Además de temer ser esclavo de las redes, ¿también temes ser esclavo de doña Charo?

—Sí, también. Llega un punto en el que te cansas del personaje. Es curioso porque todo empezó como una broma. Yo no pensaba que iba a funcionar tanto y ahora me lo piden por la calle. Hasta los niños, lo cual me parece muy bonito. Pero sí, tengo una relación de amor-odio con Hose y con doña Charo porque, sí, he llegado a muchísimas personas pero ha sido un verano en el que la gente se ha puesto un poco pesada.

—¿Nunca te has planteado sacar a esos personajes de ese formato y llevarlos al directo, a un espectáculo?

—No, no me gusta el hecho de sacar a esos personajes de ahí. No me gusta tener que utilizar pelucas ni atrezo en mis shows. Son muy vago. Me gusta llevar a un espectáculo lo que yo pueda llevar encima. No tener que andar con maletas ni nada de eso. Me basta con confeti en el bolsillo, un micrófono y una chaqueta.

—Hay que ver para cuánto da hablar del tiempo...

—Ya ves... Cuando pensaba un tema del que hablar en estos vídeos, dije: «¿Cómo puedo llegar a más gente, de qué hablamos todo el mundo?». Y del tiempo hablamos todos. Además, hablar del tiempo me permite hacer humor universal sin ofender a nadie. Aunque, aun así, hay quien se molesta.

—Este verano la figura estelar han sido los «fodechinchos».

—Sin duda. Aunque he visto a mucha gente haciendo humor para ofender y eso no me mola, porque todos somos fodechinchos en algún momento. Todos vamos a otros sitios y nos comportamos como ese turista que viene aquí. Todos nos creemos más listos cuando vamos a otros lugares. Es que los tópicos están ahí por algo.

—¿Cuál es el tópico referido a los gallegos que más te molesta?

—Lo del acento es algo que siempre te dicen. Pero es que también lo hacemos nosotros, por ejemplo, con los argentinos. Tú te encuentras con un argentino y ya le dices: «Viste, che, eres argentino», imitando su acento. Y no hay nada que joda más.

—¿Y cuál es el tópico que es real como la vida misma?

—Yo salí con una chica valenciana y viví allí varios años y me daba cuenta de que sí, que somos tercos, que no respondemos claramente, que somos desconfiados.

—¿Existe el humor gallego?

—Yo creo que sí que hay un humor puramente gallego. Pero no ya en los cómicos, en el día a día. Y la retranca, esa que tiene tu vecino, es su seña de identidad. La retranca es como el acento, por muchos años que lleves fuera, no se te va. La llevamos grabada en el ADN.

—Hay muchos cómicos gallegos que no han funcionado fuera de Galicia. ¿Es difícil exportar nuestro humor?

—Yo no he tenido problema con eso. Yo me he tenido que adaptar e ir modificando por supervivencia. Primero arranqué en Galicia haciendo queimadas, oficiando bodas y animando público en programas. Luego ya vino lo de presentar y todo eso. Pero cuando hubo sequía me fui a Madrid y allí en un año no salía nada. ¿Qué pasa? Que cuando uno funciona en un sitio, quiere ir a otro y que siga siendo igual. Pero a veces, allí donde vas tienes que empezar de cero. Yo en Madrid, después de haber hecho tele en Galicia, me puse a hacer despedidas de soltera en restaurantes con espectáculo durante un año. Y allí, o comes o te comen. Eso te da unas tablas tremendas.

—Dices que «las alegrías y las desilusiones son el resumen de esta profesión». A día de hoy, ¿cómo va el balance?

—Últimamente, hay muchas más alegrías. Siento que estoy recogiendo mucho. Y tiene que ver también con una situación personal de madurez y de entender la vida. Y de perder el ansia. De darte cuenta de que el éxito no está en llegar de inmediato a la primera división. Yo antes era un chaval con mucha potencia, pero sin control.

—Hay cómicos gallegos, como Carlos Blanco, Touriñán o Javier Veiga que han dado el salto también a la ficción. ¿Es un mundo que te interesa?

—Antes te decía: «Soy presentador, cómico, animador, actor...». Creo que también está guay saber en qué eres bueno y en qué no. Y no puedes ser bueno en todo. Yo, cuando trabajo busco mucho estar a gusto y divertirme, no hacer algo con lo que sufra. Y cuando he hecho ficción, no he estado a gusto. No me gustan los tempos de las grabaciones, no me gusta estudiar porque tengo déficit de atención, se me da mal seguir un guion... Lo paso muy mal, así que no es algo que me llame. ¿Que sale algo porque alguien que me conoce escribe para mí? Pues vale. Pero no es algo que busque.

—Mójate en el gran debate actual en el mundo del entretenimiento, ¿eres de Pablo Motos o de Broncano?

—Ahora mismo Broncano mola mucho. Es la novedad y ha roto todos los patrones. Ya lo hizo Emilio Aragón en su día, presentando y haciendo sketches con zapatillas y esmoquin. Y Pablo Motos, jo, es que lleva 18 años siendo líder de audiencia. Todo tiene un principio y un fin. Además, Broncano ha conseguido algo que me parece muy importante, que es que la gente joven quiera ver la tele, que, para ellos, era algo muy denostado y de capa caída.