Cada rama o animal muerto en una superficie calcinada supone una evidencia para llegar al punto de origen y determinar la causa de las llamas, incluso usando tecnología
23 jul 2020 . Actualizado a las 22:24 h.Primero se determinan las condiciones meteorológicas, velocidad del viento y dirección de las ráfagas al analizar el incendio forestal de turno. «De lo poco que puede hacerse en oficina, esa información figura en las bases de datos, pero supone tan solo el principio del principio», explica el agente Antela, de la Policía Autonómica, curtido cazador de incendiarios, mientras recorre el último gran incendio registrado en Mondariz (lugar de Barral, 21 hectáreas en mayo). «Una vez sobre el terreno siempre se busca acotarlo para llegar al área de inicio, que no al punto de inicio, que son conceptos diferentes. Por ejemplo, en uno de 200 hectáreas, el área inicial puede ocupar 2.000 metros cuadrados. Tenemos que llegar a donde no llegan los testigos». A partir de ahí se entra de lleno en la técnica de las evidencias físicas, que aportan señales del fuego una vez apagado.
«Los helechos, por ejemplo, suponen un libro abierto, siempre doblan en la dirección de la llama», explicaba el jueves Antela, ya acalorado, a 34 grados y vestido con el mono forestal sobre el uniforme. «El fuego deja siempre una serie de manchas, o marcas, en el material. Hablamos de piedras, árboles, ramas, caracoles o animales que murieron escapando de las llamas. Todas esas marcas revelan la dirección del fuego y plantean el itinerario que siguió. Nosotros lo recorremos en sentido contrario para llegar al origen». Otro libro abierto son las ramas de árboles, que protagonizan un fenómeno denominado congelación: «Cuando pasa el fuego, se seca el agua que contiene las ramas y se doblan, también, en la dirección de avance del fuego. Otro indicador para reconstruir el trayecto inverso».
El cursillo acelerado de Antela es un pequeña muestra del trabajo científico que esconde cada incendio, sin excepción. «Se analizan todos, es fundamental. Igual que el trabajo de los agentes forestales de la Consellería de Medio Rural, que ayudan a lograr la sentencia condenatoria mediante sus informes periciales».
Frente a Antela, Javier Magdalena, agente forestal, aporta otra clase maestra para encarar un frente mientras echa a volar uno de los drones habilitados para este tipo de investigaciones: «Lo primero que se busca es una ventana, para eso hay que estudiar el avance de las llamas. Al fuego no se le puede ir de frente, es necesario flanquearlo para empezar apagando la cola y desde ahí avanzar hacía la cabeza. No podemos olvidar que cada incendio es diferente, aunque se repita el lugar».
Tecnología
La incursión de la tecnología en la prevención, y posterior investigación de incendios, es imparable. «Ya no solo por los drones, también por la red de cámaras repartidas a lo ancho de los montes gallegos para captar al incendiario con el mechero en las manos», retoma Antela en referencia a este ambicioso proyecto que ya monitoriza el 60 % del territorio gallego con una nitidez óptima. «Hablamos de un radio de 15 kilómetros cada una, imagine qué supone eso para nosotros en comparación con los medios disponibles no hace tanto...». Las pruebas recogidas por estas cámaras con altas prestaciones, junto a otras más pequeñas, ayudan a cimentar algunas tesis policiales. La primera, en referencia a las grandes oleadas de incendios, permite sostener que no existen grandes tramas organizadas detrás de grandes oleadas, como la de octubre del 2018.
«No podemos hablar de organizaciones, en la mayoría de los casos son gente que actúa en solitario. En menor medida podemos encontrar grupos de tres o cuatro, no más, a los que casi siempre les une alguna motivación». La tesis policial encaja con la expuesta desde la Fiscalía de Medio Ambiente tras los vastos incendios forestales registrados hace tres años.
Pero más allá de los patrones de investigación policial, de la tecnología, del plan gallego (Pladiga) para estructurar y coordinar la prevención y extinción en Galicia, todas las partes consultadas coinciden, e insisten, a la hora de poner en valor el efecto disuasorio que implica su presencia en los montes, yendo y viniendo por las pistas.
«Todo lo que sea vernos por ahí, haciendo controles, dispersa mucho. Es decir, actuamos siempre en zonas con una elevada actividad incendiara en donde, casi siempre, hay una persona concreta detrás. Pero claro, luego está la cruda realidad. Sabemos que cada sospechoso actúa una o dos veces por verano, pero los veranos son de cuatro meses, y por supuesto que no podemos tener a agentes detrás de cada sospechoso durante ese tiempo. Por eso, aunque superficialmente pueda aparentar algo sencillo, es sumamente complejo», revela Antela.
Policía a caballo
Parte de culpa del citado efecto disuasorio tiene su razón de ser en la Policía Nacional montada que, cada año, recorre las zonas calientes de Galicia. Vigo y su área repite cada ejercicio por su elevada sensibilidad y el gran terreno que abarca.
«Los caballos llegan a muchos sitios que andando es difícil. Ahora también tenemos los drones, pero si un incendiario ve pasar dos veces al día cerca de su casa a compañeros montados a caballo igual se lo piensa dos veces antes de encender la cerilla para tirarla en un matorral de maleza seca», concluya Antela para cederle la palabra al agente forestal Magdalena: «Hablamos de auténticos profesionales de lo suyo, vasta ver que siempre hay un incendio cuando se conjuga calor y fuerte viento». «¿Casualidad? Una vez como mucho, el resto no. Hay que pensar que el 95 % de los incendios son provocados por la mano del hombre. Incluso en los que interviene un cristal abandonado proyectando luz de forma incisiva. ¿O es que ese cristal acabó en el momento por ciencia infusa?», concluye el agente forestal Magdalena.