De dirigir un hotel de Indonesia a vender yurtas desde Nigrán

Monica Torres
mónica torres NIGRÁN / LA VOZ

NIGRÁN

cedida

Manuel Guasch comercializa casa plegables circulares similares a las mongoles

04 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Las yurtas, que eran y son la vivienda por antonomasia de los pueblos nómadas de las estepas de Asia Central «están de moda y son la solución más sostenible para volver al campo», defiende Manuel Guasch. Hace tres años que este joven afincado en Nigrán decidió dar un giro a su trayectoria personal y profesional y, en plena pandemia puso en marcha Celtic Yurts, una empresa especializada en la construcción de estas residencias modulares, redondas y transportables. En el último año ha vendido cinco y trabaja en otros diez encargos. «Nuestras yurtas son modernas y fusionan el ingenio mongol, en cuanto a la estructura circular y a ser desmontables, con la mejora de los materiales que tenemos en occidente, para que sean de calidad y duraderas», sostiene Manuel Guasch.

La idea nació en tiempos de pandemia. Este joven, «ciudadano del mundo», que estudió dirección de hostelería en Suiza, estuvo años trabajando en establecimientos de Indonesia, Bélgica, Irlanda y Suiza. «Lo mío siempre fue la creatividad, quería emprender y también me gusta la tecnología», explica. Así que también desarrolló una aplicación para hacer Software y montó una incubadora de startups en Madrid. En tiempos de pandemia regresó a Galicia y la fiebre colectiva por la búsqueda de espacios abiertos y el éxodo de las ciudades al campo acabó llevándolo directamente a una yurta.

Inspirado por la experiencia de un primo que tras años recorriendo el mundo vive en una ubicada en un proyecto de permacultura en Francia, Manuel Guasch se pasó medio año en una yurta instalada Domaio para vivir en primera persona la experiencia y perfeccionar su proyecto. «Vi claro que la gente quería volver al campo y qué mejor manera que con una yurta. Es también un proyecto reivindicativo porque el problema con los usos de los terrenos y las licencias de edificación ha hecho que perdamos la soberanía de hacernos nuestra propia casa», afirma este joven empresario.

Las yurtas no llevan cimentación fija, «por lo que podemos instalarlas en suelo rústico no urbano y es una solución asequible para irte al campo», apunta. Así comenzó su andadura y tanto le ha enganchado que asegura que él jamás volverá a vivir en una casa de hormigón. «Nuestras yurtas no son las típicas. Son más robustas, duraderas, cómodas, habitables y adaptadas para todo tipo de climas», dice tras montar las tres primeras en Barcelona, Tarragona y Cáceres. «Tenemos otra decena vendida para distintos puntos de España», que también destaca que, aunque hay materiales que no están fabricados en España, todos sus proveedores son gallegos. Sus proyectos incluyen la plataforma, que son los pies de hormigón sobre vigas de madera para exteriores y panel sándwich. Encima instalan la yurta. «Las paredes son celosías que se abren y cierran como un abanico y las vigas del techo van a un aro central donde hay una cúpula de policarbonato, es una casa desmontable», explica. Sobre la estructura de madera va la tela de algodón y después el aislante y la lona de PVC que destaca por unas notables propiedades de resistencia y estabilidad. «Puedes vivir todo el año a todo trapo mejor que en una casa y, a través de la claraboya ver el cielo de día y las estrellas de noche», sostiene Manuel Guasch.

Además de la versatilidad de la ubicación, destaca la durabilidad, «de más de treinta años». La empresa puede instalarla allá donde la lleve, «pero también va el kit de montaje para quienes quieran colocarla». Disponen de ocho medidas distintas, que van de los 17 hasta los 78 metros cuadrados de superficie y la horquilla de precios va desde los 10.000 hasta los 40.000 euros. La espera para la fabricación es de dos meses y la instalación lleva una semana más. «Se puede disfrutar de todas las comodidades que se quiera y en el lugar que se elija, porque son modulares y desmontables», defiende.