Una reparadora escalada a los molinos de O Picón y O Folón

JUAN CARLOS MARTÍNEZ EN EL COCHE DE SAN FERNANDO

O ROSAL

04 nov 2016 . Actualizado a las 05:05 h.

Si alguien cumple el capricho de ir a comer una langosta a A Guarda, o de visitar el simbólico monte de Santa Tegra, debe guardarse tres horas de margen para conocer un tesoro que se esconde en el concello de O Rosal: los molinos de O Folón y O Picón. Son casi sesenta pequeños edificios de piedra que trepan por las laderas pedregosas, en ocasiones en grupos muy compactos, todos con tejados a un agua y bien restaurados.

Subiendo de A Guarda por la carretera PO-353, en O Rosal, es fácil ver los carteles que anuncian el conjunto. En una curva pronunciada está el acceso a la ruta de senderismo. Allí mismo vemos el primero de los molinos, junto a un prado invadido por regueros de agua: un paisaje con toques alpinos. Tomamos el camino de la derecha, hacia O Picón. La ruta completa suma solo tres kilómetros, pero es muy empinada. Hay que ir poco a poco, respirando profundamente: el aire está balsámico. Pronto llegamos al primer grupo, junto a la Casa da Pintora, restaurante y parque que aprovecha la riqueza acuática del lugar. Los primeros molinos se esparcen por los lombos del monte, formando junto al regato mínimos prados que contrastan con el carácter rocoso del entorno. Otros se apiñan en escalinata, como para no dejar que se pierda ni una gota del agua motriz. ¿De dónde salía el grano como para semejante profusión de piedras de moler? O Rosal tuvo que tener una intensa producción de cereales. Por allí aún quedan señales, como el nombre del lugar de Pancenteo. Al llegar a lo alto, una espléndida vista del valle y de la desembocadura del Miño compensa el esfuerzo y el viaje.