
El interior de esta estancia mantiene la atmósfera de hace siglos
30 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Por fuera parece, sí, gran cosa, nadie lo duda. Pero no algo excepcional: una casa noble más de las muchas que están inventariadas en el municipio de Tui, que no se puede quejar de la magnífica huella que le ha dejado una historia siempre trepidante.
Tampoco la entrada deslumbra, pero un buen observador se dará cuenta de que desde el minuto uno está poniendo los pies en un sitio distinto. Porque Torre do Xudeu hay uno y solo uno. Es de esos establecimientos con estilo, mucho estilo, propio, con personalidad en cada rincón, que entran por derecho propio en la categoría de irrepetibles. Y que en cualquier otro país que no fuese España el cliente pagaría al menos el doble por pernoctar en él. O sea, que es un lujo que ofrece Tui.
Todo ello lo intuye el recién llegado al irse acercando a ese bloque granítico cuya primera piedra fue colocada en el lejano siglo XVIII. Y en la fachada va a distinguir, justo encima de su enorme balcón, el escudo de armas de una familia noble de fuerte raigambre como es la Cicerón y Centeno. Los vecinos de a pie eran más prácticos, y desde siempre conocían ese edificio de la manera más sencilla posible: para todos no era más que A Casa, así, simplemente.
Las puertas que dan acceso al interior esconden muy bien la magnificencia de la escalera barroca, que queda un poco oculta a la izquierda. Un ejemplar del que emana monumentalidad, con una decoración de flores de lis en su parte alta que desde luego tampoco pasa desapercibida para nadie. Un buen comienzo.
Aquí y allá mandan los muebles clásicos y los tonos igualmente clásicos, sin experimentos cromáticos por ninguna parte ni intentos de buscar una estética vanguardista rompedora (dicho sea de paso, cosa que sí sucede en no pocos edificios de la misma antigüedad o incluso algo más). De hecho, una vez en el interior uno tiene la impresión de retrotraerse al menos un siglo atrás.
A ello colabora el ver por todas partes madera oscura, cuero, lámparas tipo araña, alfombras con tonos rojizos o azules (esta sí que es una concesión a la modernidad, puesto que hace trescientos años, que casi son los que tiene el edificio, el azul brillaba por su ausencia y era símbolo de distinción: conseguirlo era simplemente muy caro).
Y nada de eso se convierte en algo triste o agobiante, como cabría pensar al entrar claramente en otra época. Porque tal cosa implica entrar en la Torre do Xudeu: sumergirse en otra época en la que las sonrisas las ponen Ana y Paula, buenas profesionales y encantadoras.
El desayuno es bufé pero como son los bufés ahora: lo llevan en una bandeja después de que el cliente haya pedido esto o aquello, con una buena variedad de oferta. Se sirve en un pequeño y acogedor espacio con una enorme lareira, aunque avisan al viajero nada más poner los pies allí: en caso de apelotonamiento de gente -obviamente no recomendable en estos momentos pandémicos- también se desayuna en una de las dos partes del gran y regio salón. Y es que aquel espacio con su lareira no es otra cosa que la antigua cocina. De notable para arriba, y un sobresaliente no sería injusto.
Es de justicia aclarar que el salón son en realidad dos unidos, pensados inicialmente para otros tiempos: una parte con gran mesa de reuniones -¡lástima que no pueda hablar, porque fue testigo de un buen retazo de la historia del municipio!- y otra con sofás para el descanso. Todo ello pensado para los hombres, claro, porque como es de común conocimiento hace trescientos años el único papel reservado a las mujeres era servirles el café a los maridos y poco más, nunca participar en los tejemanejes de ellos.
Las habitaciones están repartidas en varios niveles, con una arriba de todo que solo tiene ese inconveniente: que hay subir escaleras… si uno no ha decidido coger el ascensor, que está muy bien camuflado en el corazón del edificio.
Puede alegarse que en estos momentos A Torre do Xudeu está cerrada, y es cierto. Como tantos otros establecimientos hoteleros, pero no por ello deja de ser una buena alternativa pensando en la normalidad que desde luego va a volver más pronto que tarde.
Quedan por relatar pequeños detalles, pero no por ello menos importantes. Uno de ellos es que cuenta con un aparcamiento privado en la parte trasera (que se paga de una manera casi simbólica). También con un gran jardín con mesas y sillas, en el que crece un magnolio que no pasa desapercibido. Y desde luego no hay que olvidar una torre que le imprime carácter (está construida sobre la muralla medieval, que data del siglo XII) y le presta el nombre al establecimiento. Lo dicho: Derrocha personalidad.