
El sistema empleado para plantar especies en las calles de la ciudad condena a estas a una muerte casi segura
07 may 2019 . Actualizado a las 23:43 h.Queremos presentarles un manual sobre la manera eficaz de matar un árbol. Existen muchos sistemas; algunos son rápidos y directos, como aplicar una motosierra, y otros son más lentos y sofisticados e incorporan el valor añadido del ensañamiento. El resultado es el mismo, pero queremos ilustrar con un ejemplo de caso el segundo procedimiento.
Ubiquémonos en la humanizada calle Venezuela. Allí ya existían árboles previamente, pero sin mayor justificación, a veces, se decide sustituir unos por otros y aquí empieza el sistema lento de matarlos. Ante todo, de existir, hay que retirar el árbol existente (recuerden Blade Runner: «Pero a esto no se le llamaba ejecución, se le llamaba retiro») y en el hueco instalar el nuevo árbol.
El desarrollo normal de sus raíces ya iba a ser difícil tras la poda a la que se someten antes de plantarlos, que se explica porque «así echan nuevas raíces antes», que es un eufemismo bonito para no decir directamente que el árbol tendrá que hacer un esfuerzo desesperado para sobrevivir. Que es lo mismo que «podar para que rebrote con más fuerza», cosa que también se hace simultáneamente. Ambos procesos debilitan y acortan su vida y los convierte en vulnerables a plagas e infecciones, pero o bien este detalle es irrelevante o quizás de eso se trata por lo que decíamos del plus de ensañamiento.
Dichas raíces lo tendrán complicado para profundizar en la tierra en busca de nutrientes; añadan que se trata de un suelo arcilloso de por sí carente de muchos de esos nutrientes esenciales (que por supuesto no se añaden antes de la plantación) y sin posibilidad de aporte ni renovación natural ni reservas de agua. Profundizar será imposible por un simple problema de compactación del suelo apisonado, cuando no estructural al plantarlos sobre un aparcamiento subterráneo. No le quedará a nuestro primo arbóreo otra opción que desarrollar sus raíces hacia arriba.
Siguiente problema estructural. A un lado el suelo consiste en losetas de granito y al otro el asfalto de la carretera. La única alternativa posible es el alcorque (isleta de tierra generalmente cuadrada alrededor de donde se planta). En este caso, dicho alcorque lo vamos a cubrir de cemento y, sobre el mismo, una capa de adoquines. No olvidemos la cuadratura del círculo. Al menos alrededor del redondo tronco de nuestro arbolito podríamos salvar unos centímetros que nos dejasen libres los cuadrados adoquines. Pero todo tiene solución por el eficaz procedimiento de aplicar una capita de cemento en ese último espacio por el que le podría llegar a nuestro arbolito un mínimo de alimento y agua. Ya hemos conseguido hacerle la vida imposible: carece de tierra fértil, carece de posibilidad de desarrollar sus raíces, carece de oxigenación del suelo que a su vez está compactado y carece de posibilidad de que le llegue agua y soportando además la contaminación de una calle con gran densidad de tráfico y ocasionalmente algún que otro acto vandálico. Solo faltaría, para completar el cuadro, ponerle una sombrilla para que ni siquiera tuviera luz del sol.
Solo tenemos que esperar. De esta forma ya tenemos garantizado que nuestro arbolito recién plantado se va a morir directamente (y por lo tanto hay que cortarlo) o bien inevitablemente va a enfermar (y por lo tanto también hay que cortarlo) o bien intentará desesperadamente romper el cemento y el asfalto para sobrevivir (y por lo tanto hay que cortarlo porque levanta las aceras). Es un plan perfecto.
El paso siguiente es sacar los restos del arbolito, plantar otro en su lugar y convocar la rueda de prensa correspondiente anunciando que hemos plantado otro árbol, por ejemplo, en la calle Venezuela que ilustra nuestro manual para como matar un árbol. Y decir posteriormente, por supuesto, que Vigo es un vergel, prácticamente una sucursal de la selva.