El cuento de los patitos de la fuente de Rosalía de Castro
VIGO CIUDAD

La historia de estas aves empezó en un solar anexo cerrado durante años y convertido en un ecosistema natural
17 ago 2020 . Actualizado a las 13:17 h.Dice la etología (parte de la ecología que estudia el comportamiento animal) que en la naturaleza no existe la crueldad, solo hechos que interpretamos antropológicamente, o lo que es lo mismo, una gaviota no es una asesina sanguinaria por comerse a un patito recién nacido. Simplemente no ve al patito como un adorable bebé y una entrañable bolita de plumas, sino como un recurso alimenticio que necesita para sobrevivir y para alimentar, a su vez, a las crías. La naturaleza es así y le resulta indiferente que nos parezca bien o mal. La historia del rescate hace unos días de los patitos que nadaban en la fuente cibernética de Rosalía de Castro empezó en el solar anexo cerrado durante años. Aquel solar olvidado se fue convirtiendo con el tiempo en un ecosistema natural, con especies invasoras incluidas, al que le sucedió lo mejor que le puede pasar a muchos espacios naturales: nadie le hizo ni caso. De esta forma llegaron allí los patos, que encontraron el lugar perfecto y seguro para criar, pues la abundante vegetación les permitía en buena medida protegerse del ataque de los depredadores. Pero el dios del ladrillo no estaba muerto, solo aletargado, y un buen día se fijó en aquel solar y dijo: edifíquese.
Como no tenemos remedio, propusimos entonces la delirante posibilidad de renunciar a urbanizar ese solar y conservar aquel ecosistema, o bien al menos que se intentara compatibilizar la edificación con la conservación de parte de aquella laguna y su entono. Como suele ser habitual, la propuesta fue ignorada y ni siquiera se respondió.
Era la crónica de una muerte anunciada que tuvo su primera parte hace unos meses cuando, desahuciadas de lo que fue su hogar por el expeditivo procedimiento de entrar a saco con las retroexcavadoras, varios ánades murieron atropellados al intentar llegar a la fuente, el lugar que consideraron un refugio de emergencia con la esperanza de poder regresar al solar.
Una pareja consiguió sobrevivir y llegó la época de cría, seguramente coincidiendo con una parada en las obras o aprovechando un rincón aislado. Hasta aquí todo bien; consiguieron sacar adelante a sus crías, pero llegaba el siguiente problema: superado el período crítico de los primeros días, la familia tenía que desplazarse en busca de una zona más segura y con más acceso al alimento. Comenzaba la migración, similar a la que sucede anualmente en A Bouza y en el entorno del Lagares. Primera parada, la fuente de la rotonda para descansar y buscar una ruta hacia el mar, cruzando la carretera con todo lo que ello implica. Conseguir llegar vivos a la fuente era solo la primera parte del problema. Una vez allí se encontraron sin posibilidad de refugio donde esconderse frente al ataque de las gaviotas. Y esta es la explicación de lo sucedido esta semana en la rotonda de Rosalía de Castro, proceso similar al que se repetía unos días después en la fuente ornamental de Navia.
Podríamos decir, otra vez pensando desde nuestro exclusivo punto de vista, que los dichosos patos podrían buscar otro sitio para vivir y criar en lugar de ocupar la ciudad, pero realmente ellos estaban antes. Es la ciudad la que poco a poco ocupó el que siempre fue su espacio. Reconozcamos el valor de su perseverancia intentando adaptarse a lo que cambió esa zona desde hace dos mil años, cuando todavía era la orilla del mar y los romanos les dieron el primer aviso montándoles unas salinas. Y ahí siguen, los patos y las salinas.
La conclusión es que desnaturalizar los pocos hábitats que nos quedan (procedimiento conocido como humanizar) y crear nuevos espacios urbanos que ignoran la naturaleza provocan víctimas inocentes, lo que se suele denominar como daños colaterales. Ni es complicado ni es más caro diseñar estos espacios pensando que no somos los únicos seres vivos que habitamos la ciudad y hacerlos amigables para coexistir con la poca fauna silvestre que todavía sobrevive heroicamente en Vigo. Es perfectamente posible, compatible y cada vez más necesario en una ciudad que lleva muchos años empecinada en expulsar a la naturaleza de su casco urbano. Solo es cuestión de querer hacerlo.