Cuando el castillo de San Sebastián fue lazareto

Jorge Lamas Dono
jorge lamas VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Gabriel Ramos

En marzo de 1805, Vigo estableció una serie de medidas muy estrictas para evitar la fiebre amarilla

15 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En marzo de 1805, la villa de Vigo sufrió un fuerte proceso de «fiebres y más enfermedades estacionales». Fue solo unos meses después de que en Málaga y otras ciudades de la costa andaluza se produjera una gran epidemia de fiebre amarilla que dejó miles de fallecidos. No debió de ser poca cosa la incidencia estacional en Vigo porque el documento alude a un «crecido número de muertos tanto de particulares como de los hospitales militares». Esa circunstancia llevó a la junta de sanidad a establecer unas medidas preventivas ya que «se les da sepultura en dicha colexiata y que por consiguiente se experimenta en ella un fedor muy fuerte». La más inmediata fue mantener abiertas las mencionadas ventanas vidrieras de día y de noche.

La junta estaba presidida por Nicolás Mahy, comandante general de la provincia de Tui y subdelegado de todas las rentas y correos en la villa viguesa. Le acompañaban el médico de la localidad Juan Bernárdez y el cirujano, Julián Pérez, y los regidores perpetuos Lorenzo Llorente Romero y Buenaventura Marcó del Pont. Para evitar «los vapores mefíticos», aquellos guardianes de la sanidad solicitaron al prior y a los racioneros de la colegiata que permitieran al cirujano Julián Pérez realizar «dos fumigaciones nítricas» semanas, que se efectuarían los jueves y los sábados.

Pero no quedaron ahí las medidas preventivas. El médico de la localidad se había dado cuenta de que los enfermos cuidados en el hospital militar de A Falperra estaban más graves que los del resto de la ciudad. «Después de aver examinado profundamente la causa de este fenómeno, instruidos de que diariamente pasan por allí carros cargados de materias corrompidas que conducen de la Rivera de lo que arroja la mar, cavezas de sardinas y otros desperdicios que exalan un hedor vivo, activo e insoportable», señaló en su informa el médico de la villa. Para evitar el agravamiento de los enfermos de esta zona de la villa, la junta ordenó variar el recorrido que hacían los carros. De esta manera prohibía el tránsito de carros desde A Ribeira por el camino de Picacho hacia las parroquias rurales del interior. Se daba como opción a los agricultores que empleaban esta materia como abono, salir del barrio pesquero por la playa de Coia para ascender posteriormente por San Juan de Peniche «y desde este siguirán al lugar de las Trabesas desde donde lo harán a los de sus destinos a evitar el olor pestilente que dispide y puede originar la peste».

Para hacer más efectiva la medida, la junta de sanidad de Vigo establecía una serie importante de multas, que incluso para los reincidentes suponían una estancia de varios días en la cárcel.

La epidemia debió de continuar porque en junio, la junta de sanidad escribía al intendente general del Reino para solicitarle presupuesto con el que poder construir un lazareto dentro del castillo de San Sebastián [donde hoy está el edificio del Concello] porque Vigo carecía de este elemento empleado para establecer cuarentenas.

Con cal

Conseguida la autorización, la junta encargó a los carpinteros Pedro González y Jacinto Antonio Posada la construcción del lugar. Disponían de 6.413 reales de vellón. Una vez concluido el trabajo, los peritos Benito Cousiño y Bernardo Piñeiro acudieron al castillo a comprobar si se había cumplido lo ordenado. En su declaración señalaban que «hallaron una casa formada de tablado grueso» bien fabricada. Sus medidas eran 60 cuartas y 24 de ancho con 13 de alto «con su puerta, tres ventanas con sus errajes correspondientes». Estaba blanqueada con cal por dentro y por fuera. Sin embargo, los carpinteros se excedieron en 300 reales en su gasto. Todas estas medidas, junto al control de la costa y la frontera con Portugal impidieron la llegada de la fiebre amarilla a Vigo.