
En pleno fervor por la Constitución de Cádiz, el Ayuntamiento acordó erigir un monumento de piedra adornado con alegorías que transmitiese «a las generaciones futuras la memoria del 19 de marzo»
08 abr 2023 . Actualizado a las 13:57 h.Eran tiempos difíciles. Expulsadas de Vigo el 28 de marzo de 1809, las tropas francesas se ausentaron de Galicia poco después, no sin antes dejar un reguero de destrucción con prácticas de tierra quemada: campos de cultivo incendiados al igual que parte de la cosecha que no pudieron llevarse, iglesias y conventos saqueados, desvalijados los caudales municipales, etc. Y sin embargo, poco a poco Vigo fue recobrando su vitalidad.
Soplaban ahora los aires liberales de Cádiz, plasmados en la recién aprobada Constitución de marzo de 1812, aunque en Galicia los partidarios del absolutismo seguían siendo muchos. En cualquier caso, «¡Viva la Constitución!» pasó a ser un grito casi cotidiano. El 30 de diciembre, el capitán general de Galicia, don Francisco Bernaldo de Quirós, remitía a la Justicia y regimiento de Vigo «el competente número de ejemplares de la Constitución... para su distribución entre las parroquias de Fragoso» y exigía a todos los pueblos testimonio «de haberse efectuado nuevo juramento a la Constitución». El 5 de enero de 1813 saludaba a la nueva corporación viguesa del alcalde Cristóbal Falcón, y recomendaba a sus miembros «celo, actividad y rectitud en el desempeño de sus atribuciones...».
La idea de levantar «un Pirámide» surgió en el mes de marzo de 1813. Iniciado el mes, el «primer Ayuntamiento Constitucional de Vigo» comenzó los preparativos para el primer aniversario de la Constitución: el 13 acordó celebrar una «función de Iglesia -Te Deum incluido- para dar gracias al Todo Poderoso por acontecimientos tan felices que harán época en los siglos venideros…», y a semana siguiente, «erigir un monumento que transmita a las generaciones futuras la memoria del 19 de Marzo.., de aquel día de Luz en que el Congreso Soberano Nacional mandó publicar la Constitución… y con ella elebó (sic) a los españoles a la dignidad de hombres».
Condicionados por la estrechez del recinto urbano amurallado, dispusieron dar «el dulce nombre de Barrio de la Constitución» al tramo del Arenal entre el Convento de Monjas y el puente de paso al camino de San Lorenzo, donde según Falcón se hallaban los mejores edificios, colocando en su mitad «donde se divide la parroquia de Santiago de la ciudad, un Pirámide de Piedra adornada con Alegorías e Ynscripciones propias del intento...» que sería sufragada mediante cuestación popular.
La elección no era casual: aquel había sido el escenario «de las proezas que se obraron en la Feliz época de la Reconquista» y allí se había proclamado solemnemente la Constitución en marzo del año anterior. Poco después los «procuradores síndicos generales constitucionales» del Ayuntamiento pedían al alcalde que se eligiesen facultativos para «detallar la Plazuela y ámbito correspondiente para erigir dicho Pirámide».
Los festejos del Aniversario duraron cuatro días. La víspera se iluminó la casa consistorial, las de los miembros del ayuntamiento, la del comandante general de las Armas, comandante militar de Marina y tercio naval, «y todas las más de los vecinos, con repique general de campanas hasta pasadas las once»; el 19 de mañana se celebró una «pompuosa (sic) función» en la Colegiata, donde se cantó un solemne Tedeum con autoridades civiles y militares, escolta de los «sargentos de Dragones de Lusitania y Compañía de Artillería, Tambores y Trompas de la Guarnición…», y se publicó el bando que nombraba Barrio de la Constitución al tramo del Arenal citado, «mostrando los vecinos sumo contento y regocijo, Iluminando todas sus casas en la noche, con vivas a la Constitución y fuegos artificiales, a los que se contestó desde las Casas Consistoriales con inmensidad de fuegos». Finalmente, el 21, solemne juramento a la Constitución del Regimiento de Lusitania VIII de Dragones de guarnición en Vigo ante el comandante general de la provincia, don Alexandro Ojea, en la plaza de la Constitución, «que es la mayor», ceremonia amenizada por la «Orquesta de los músicos del Batallón de Voluntarios de Santiago con asistencia de todas las Planas Militares de esta Guarnición», seguido una vez más de función religiosa en Colegiata, Te Deum, etc. Como decía el alcalde Falcón, «si con cuatro días festejó esta Valerosa Ciudad la Jura que hizo al Ylustrado Código, con otros cuatro celebró su primer Aniversario». De todo ello, el alcalde daba pormenorizada cuenta a las autoridades superiores de la Real Audiencia y Capitanía del Reino.
El fervor constitucional se mantuvo hasta entrado el año 1814, con el nuevo alcalde Gabriel Méndez de Quirós. Pero las primeras noticias del retorno de Fernando VII comenzaron a cambiar las cosas. El 4 de marzo, el Ayuntamiento felicitaba «a SM por su traslación a la capital del Reino» y al cabo de un mes convocaba un acto de acción de gracias y Te Deum por la llegada del monarca. El 17 de mayo, el jefe del Estado Mayor de La Coruña, Luis de Bassecourt, comunicaba: «El Gobierno que nos mandaba hasta ahora se ha disuelto, y nuestro Rei el Sr. D. Fernando VII se halla en el pleno de su AUTORIDAD Y SOBERANÍA». A partir de ahí se precipitaron los acontecimientos.
El 26 de mayo la corporación olívica suprimía los nombres de barrio y plaza de la Constitución, «deseando como desea cumplimentar los Soberanos Deseos, aunque esos nombres aún no se habían subscrito en ninguna Lápida, y si únicamente en los Padrones de Vecindario… sustituiéndole en su lugar el mismo que antes tenía de Arenal; y lo propio que se verifique con la Plaza de la Constitución, quedando desde hoy con el antiguo de Plaza Maior».
El 28 manifestaba su júbilo por la «Feliz venida del Rey el Señor D. Fernando 7º al cavo de 6 años de cautiverio» y decretaba tres días de regocijo público en los que «saldrá el retrato de nuestro Monarca en paseo por las calles de esta ciudad», habrá colgantes en casas y balcones del vecindario y se iluminarán las casas durante las tres noches.
Ya el 31, durante las celebraciones, comenzaron a escucharse voces entre la multitud: «“¡Quémese la Constitución!, que profería especialmente Juan Fernández, músico que cantaba varios versículos, con unos niños que tiraban del carro triunfal que llevaba el retrato de nuestro Monarca, en términos que se conmovía el Pueblo». La enervada multitud se dirigió a la casa del comandante general de las Armas «clamando se quemase la Constitución y con especialidad la del Aiuntamiento, que estaba forrada de terciopelo carmesí, y con corchetes de plata», lo que obligó al comandante a salir a una de las ventanas pidiendo contención y accediendo a la quema de ejemplares de la Constitución, incluido el municipal. Por la tarde, autoridades militares y civiles, cabildo eclesiástico, jefes y oficiales, y administradores de Hacienda, Reales Rentas, Correos, etc. acudieron a la consistorial y entregaron sus respectivos ejemplares de la Constitución, «haciéndolo también este Aiuntamiento de la suia forrada en carmesí», todas las cuales se entregaron al alguacil municipal, y la comitiva expresada y numerosos acompañantes se dirigieron al campo de Granada, donde los introdujeron en un barril de alquitrán y se les prendió fuego con tojos, permaneciendo la tropa hasta que se redujeron a cenizas.
En los días siguientes comenzaría una inclemente persecución de liberales, una depuración de empleados públicos, sumarios por «conducta política patriótica y modo de pensar», etcétera. Solamente un año después no quedaba ya nada del espíritu que había inspirado la erección de una pirámide en el Arenal de las Monjas.