
Tras varios intentos del gobierno local, el servicio antiincendios pudo crearse a imitación de los voluntarios portugueses en 1895
16 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.El 10 de enero de 1876, un voraz incendio arrasó una casa de la calle Imperial (hoy Joaquín Yáñez). Solo la rápida acción de vecinos y empleados municipales impidió que el fuego arrasara una manzana entera. En aquella acción resultó gravemente herido el vecino José Rubido García. Hasta tal punto sufrió quemaduras, que el propio Concello propuso concederle una pensión, acorde a su «posición social», en el caso de que no pudiese seguir ganándose la vida por sus propios medios.
Nueve días después, la corporación acordaba dotar al municipio de un servicio de bomberos compuesto por dieciséis personas. Decían entonces que ya se había asignando en el presupuesto de ese mismo año una partida de 1.460 pesetas para tal fin. Anunció entonces el gobierno municipal una convocatoria de plazas para asumir ese servicio. Se pagarían mensualmente a cada bombero 15 pesetas. Los aspirantes debían tener entre 20 y 35 años, estar domiciliados en la ciudad y atenerse a las obligaciones derivadas del reglamento que conformaría la corporación.
Sin embargo, en el pleno municipal del 10 de febrero, el Concello reconocía que no se había podido completar el número previsto de aspirantes, por lo que otorga un nuevo plazo de quince días para tratar de alcanzar la cifra prevista de bomberos.
Tampoco funcionó el reclamo. A finales de julio de 1876 el asunto del servicio antiincendios regresó al pleno, pero con un cambio importante. Días antes se había vuelto a producir un incendio importante en la travesía de las Portillas, en el actual Casco Vello. El gobierno reconocía que las bombas de agua municipales había sido inútiles en las estrechas calles de la ciudad por lo que ordenaba a uno de los concejales que preguntase precios para adquirir dos bombas de mano. El asunto se completa con la apertura de un período para que los vecinos se anotasen en un registro para actuar como bomberos voluntarios en caso de necesidad.
Pero tampoco fue de aquella. Incluso, en octubre de ese mismo año, el capataz de los serenos se quejaba de que la humedad y las filtraciones de aguas que afectaban al almacén municipal estaban pudriendo las bombas.
En cualquier caso, hubo que esperar a otro gran incendio, en febrero de 1893, para que el gobierno municipal acometiera un nuevo intento para crear el ansiado servicio antiincendios. La corporación encargó a los concejales Curty, Requejo y Bernárdez estudiar «el medio de organizar un cuerpo de bomberos voluntarios», así como también proponer al Ayuntamiento el material más conveniente para asumir esa labor. Los tres concejales debían organizar todo en colaboración con el profesor de gimnasia José Gamarra López.
Pero la cosa fue con calma y hubo que esperar a 1895 para que se materializase un servicio semejante a los voluntarios de Portugal. Se compraron equipos necesarios en Inglaterra y se abrió la inscripción. La edad requerida era de entre 18 y 40 años, y se advertía que los bomberos con 18 meses de servicio tendrían preferencia para cubrir las vacantes en la guardia municipal. El 31 de agosto de 1895 tuvo lugar en la colegiata la bendición del nuevo cuerpo y, ese mismo día, Manuel Diego Santos, al frente del servicio, realizaba un simulacro en la calle del Príncipe.