ecuerdo aquel chiste tonto y previsible con la esponjosidad que te asalta cuando se evoca la infancia.
-¿Cuál es el pez más grande del mar?
-¡El pezón!
El requiebro, elemental, funcionaba siempre en aquel entorno vital de los ocho años cuando se empieza a tener conciencia del cuerpo como una construcción sexual. Te imaginabas a los grandes pescados del océano nadando con unos grandes pechos a los costados, en una de esas imágenes surrealistas que los niños digieren con una normalidad envidiable.
La chanza se ha quedado prendida de la memoria a pesar de ser pueril y elemental, quizás como prueba de que a veces la lógica lingüística es muy engañosa y el aumentativo de pez no tiene por qué ser pezón, como el diminutivo de pezón no tiene por qué ser pez.
El chiste infantil irrumpió esta semana con la última ocurrencia de Instagram. La protagonista fue la comunicadora Nuria Roca que decidió subir a esta red social un contraluz de su cuerpo con el pecho contorneado. En la sombra se adivinaba la protuberancia que tiende a culminar los senos. La imagen, véanla, solo podía perturbar a una mente con conexiones neuronales extrañas, una de esas que en cualquier cartón del test de Rorschach ve unos genitales en acción. Puede que el algoritmo de Instagram que aplica su sistema de censura tenga una de esas mentes porque enseguida la sombra de Nuria fue borrada de la red por contravenir las normas.
La historia no acaba aquí, porque tras la protesta de la periodista Instagram restauró la imagen, que poco después volvió a ser borrada del sistema en un toma y daca muy pintoresco que indica algunas cositas para quien esté en disposición de verlas.
Hablamos, ya saben, de una comunidad virtual en la que es habitual compartir imágenes de traseros descomunales en modo Kardashian o de pechos a punto de contravenir las leyes de la física, fotos con una connotación sexual evidente (y legítima) que a Instagram le parece perita. El problema ha estado exactamente en el pezón, una parte de la anatomía femenina (sí, ya, los hombres también lo tienen, pero al parecer es como si no lo tuvieran) que pone tan nerviosos a puritanos y guardianes de la doble moral que incluso ha inspirado un movimiento feminista bautizado con el nombre Free the nipple. Su alentadora, la directora de cine Lena Esco, sostenía hace unos meses en una entrevista que «el pezón se ha convertido en el caballo de Troya que revela los verdaderos problemas y desigualdades que hay en América». Y recordaba algo que quizás no todo el mundo sepa. En los años treinta, centenares de hombres fueron arrestados por hacer topless en las playas de Nueva York. La incipiente moda de baño de la época y las costumbres de esos años recomendaban unos trajes parecidos al neopreno actual que cubrían casi toda la anatomía masculina. Fruto de las protestas, en 1936 un juez de Coney Island autorizó a los varones a enseñar el pecho y el abdomen en la playa. Hoy, en el año 2015, el topless femenino sigue estando prohibido en Estados Unidos.