
CUESTIÓN DE ESTATURA ¿Crecerá más este niño? ¿Y yo, puedo frenar mi altura? ¿Cuál es la media gallega de hoy? YES coge la cinta métrica y se lo pregunta a los expertos. Ya te adelantamos que no todo es cuestión de genes...
17 oct 2015 . Actualizado a las 12:20 h.Te vamos a contar esto desde arriba y desde abajo, que de eso se trata. Porque tanto le puede influir a uno la estatura por bajo como por alto. Lo que mides te puede cambiar la vida, puede avergonzarte o todo lo contrario. Puede hacer que te quieras tirar a la yugular de la dependienta cuando vas a comprar ropa, o que pases de ser una femme fatal de tacones infinitos a apretarte los cordones de las Converse para no destacar. Es lo que hay, pensaréis muchos. Pero, ¿y si eso pudiese cambiar? ¿Si existiese la forma de subir en la cinta métrica o de frenar esa altura descontrolada? Empecemos por el principio. La media de altura de los gallegos, que es la misma que la del resto de España, está en los 1,77 metros para los hombres y en los 1,64 para las mujeres. Servidora la clava, pero hay quienes están en los extremos. Y allá que nos vamos.

«LAS ALTAS DESTACAMOS»
Elena Iglesias, que en la imagen viste chaqueta azul, roza el 1,80. «Entonces nunca le tendrá que coger a los pantalones», pensará más de uno. Pues sí, es verdad. Pero a Elena, al igual que a Tamara Fernández ?con kimono de flores? le cuesta un riñón encontrar ropa. Porque vale que los bajos no los toca, pero es que tampoco consigue que le lleguen hasta el zapato. Aunque te parezca mentira, para ella es un auténtico suplicio. Y en una temporada en la que siguen viniendo los pantalones remangados, ni a Elena ni a Tamara se les pasa por la cabeza seguir la tendencia. «Con lo que nos cuesta encontrarlos largos, ¿los vamos a remangar? De eso nada, ya no se nos ocurre», cuentan entre risas. Ir de compras se ha convertido casi en una proeza para ellas, porque su altura se traduce en diferentes tallas. «De hombros llevo una L, pero el problema es que las camisetas me quedan enormes, como de embarazada. A otras amigas les pasa igual, y hay veces que tenemos que recurrir a tiendas de marca, que son más caras pero tienen otros tallajes», dice Elena con cara de resignación, que añade que en las webs «ves modelos de 1,80 con un pantalón, pero luego voy yo y resulta que me queda corto. Y pienso: ?vamos a ver, esto tiene truco. Para las fotos arreglan la ropa?». Tampoco lo tienen fácil para ponerse monos o bañadores, ya que siempre los tienen que arreglar porque les quedan cortos de tiro.
De tacones ya ni hablemos. «No los ponemos porque si no la gente nos mira como diciendo: «¿Y estas de dónde han salido?», apuntan divertidas. Pero esto de mirar a la gente desde arriba va mucho más allá del momento probador. «Cuando era más pequeña, los coches de choque eran para seis años. Yo solo pude montarme hasta los cuatro porque no cabía», asegura. ¿Y con los chicos? «Todos son de mi altura o más bajos, es mucho más difícil encontrar a gente alta, y yo siempre me encuentro mejor si son más altos», dice. Sin embargo, no todo son pegas. «Ser alta tiene sus ventajas. Luces la ropa, hay prendas que nos favorecen más, como las botas de caña alta. Llamas más la atención, aunque precisamente por eso mi tacón no pasa de los cinco centímetros», afirma. Lo que piensan las altas ya lo tenemos claro, así que vamos a pasar a la zona de abajo. Aquí es donde se encuentran Marta Piñeiro (con chaqueta verde) y Vanesa Souto (de camisa de cuadros). Verlas llegar ya es toda una declaración de intenciones. Labios rojos, gafas azules de espejo, chaquetas largas que alargan visualmente... en definitiva, dos looks de los más llamativos y, por qué no decirlo, estudiados. Es la ventaja de ser bajas, que no tienen miedo a destacar demasiado. Es más, ellas sí llevan los pantalones remangados, que también alargan un pelín la pierna. Vamos, que no saben nada.
«VOLVERÍA A SER BAJA»
Marta Piñeiro se acerca a la media con su 1,60, pero a Vanesa Souto, de 1,53, le queda un pelín más lejos. Aun así, se muestran encantadas de pertenecer al bando de las bajas. «En general lo tenemos más fácil que las altas», cuenta Marta, que se calza los tacones sin ningún tipo de reparo y presume de ser «más manejable». El ligoteo es otro de sus fuertes: «Los chicos las prefieren casi siempre bajitas, quizás por un instinto de protección o por destacar ellos, pero suele ser así. Y a nosotras no nos cuesta nada encontrar chicos más altos», apuntan. Marta dice que su mayor problema, una vez más, llega en el momento de comprarse algo. «Es que diseñan las tiendas para gente de metro ochenta. Siempre tengo que decirles a los dependientes: ¡por favor, cógeme eso que no llego! Y muchas veces compro en Zara Kids, porque además de que me gusta la ropa, lo tengo mucho más fácil para encontrar cosas para mí», dice entre risas.
Hasta en el cole asegura que se sentía más cómoda, porque las altas, al destacar más, solían ser el blanco de las bromas. Justamente por eso, porque las altas son las que destacan, estas chicas señalan que no saben si el ser bajas les influye a la hora de ser más desinhibidas, pero sí que les obliga a intentar hacerse más visibles. En cualquier caso, si pudiesen elegir volverían a ser bajas.

Pero, ¿y los chicos? ¿Qué tienen que decir en esto? Os presentamos a los dos que posan en esta página: Alvar Vázquez, que mide 2 metros, y Álvaro Soto, con 1,78. A pesar de los 22 centímetros que les separan, los dos juegan en el Club Estudiantes de Baloncesto. Los dos metros de Alvar son exactos. Y eso es mucho medir. Aunque pueda parecer extraño, el calzado no le cuesta tanto encontrarlo. «Uso un 46, así que estoy en el límite, pero hay opciones», comenta. La ropa ya son palabras mayores. «En tiendas normales no suelen hacerla de mi talla y la más grande no me sirve, así que tengo que buscarla en otros sitios», asegura. Como no podía ser de otra manera, Alvar es consciente de que llama mucho la atención a su paso, pero no lo lleva mal. Lo que hace es romper con la idea que tienen nuestras chicas, porque no se decanta ni por las altas ni por las bajas. «Me adapto más o menos, no es algo que me influya. Es relativo», indica. A la hora de dormir, toca tomar medidas. Y nunca mejor dicho. Porque Alvar tuvo que cambiar hace poco su colchón. «Era uno de los normales, de 1,90. Pero compré otro de 2,10», explica. Lo que más le cuesta es, según cuenta, encontrar coche. «No puedo comprarme cualquiera, porque al conducir muchos se me quedan pequeñitos», indica. Normal. Y pobre del que lleve detrás, que debe ir cual sardina en lata. Gerardo Dorda, que juega en el Club Baloncesto Culleredo, no mide dos metros, pero casi. Sus 1,95 metros contrastan con el 1,77 de su compañero de equipo Antonio Pizarro, con quien comparte portada en este número.
Gerardo era un chico con una estatura de lo más normalita. Hasta que, de repente, cumplió los 17 y pegó el estirón de su vida. De un año para otro cambió de imagen, pero también de posición en el equipo. Pasó de ser base a alero, y lejos de acomplejarse o de sentirse extraño con su nueva estatura, Gerardo dice que el cambio fue para mejor. «Me gusta, me siento cómodo. Quizás es porque al jugar al baloncesto me relaciono con más gente alta, pero la verdad es que incluso me gusta estando con mis propios amigos, porque llamo más la atención», comenta.
En el coche no lo nota tanto, pero donde más incómodo va es en el transporte público y en los aviones. «Cuando volé con Ryanair no me cabían las piernas, y eso que me tocó pasillo», recuerda. Su compañero Antonio, como en la portada, lo mira desde abajo. Pero dice que lejos de sentirse intimidado, eso le lleva «a pelear duro e ir más fuerte». Él solo le ve ventajas a su estatura: «Yo tengo las zapatillas que quiera, mientras que a los altos les cuesta mucho hasta comprar chanclas». Lo que sí que reconoce es que al verle, siempre le preguntan lo mismo: «¿Pero este chico juega a baloncesto? Yo pensé que jugaría al fútbol». Pero no. Juega con la pelota grande y da mucha, pero que mucha caña.
HORMONA DEL CRECIMIENTO
Ahora que ya hemos visto cómo se vive la altura desde arriba y desde abajo, vamos a mirar el panorama desde la calle del medio, que no es otra que la de la cruda realidad. Porque por mucho que nos empeñemos en crecer más o en dejar de hacerlo, no siempre se puede. Así nos lo confirma la jefa del servicio de Endocrinología del Complejo Hospitalario de A Coruña (Chuac), Teresa Martínez Ramonde. Le preguntamos por la archifamosa hormona del crecimiento, y su respuesta es tajante: «Estoy tan harta de los Messis...». Y es que este tratamiento no es ninguna pócima mágica que sirva para todos. «Permite crecer, pero no es el único factor de crecimiento. El tratamiento es eficaz solo cuando a un niño le falta esa hormona, cuando tiene un déficit», sentencia. Para explicarlo pone un ejemplo práctico. «Es como si a un niño que ve bien le pones gafas graduadas con miopía para que vea mejor. Eso es lo que tiene que entender la gente y no entiende», indica la experta. Aun así y dependiendo del caso, a veces hay quien sin falta de hormona se beneficiaría de un tratamiento de prueba. «Existe un comité en Galicia que regula esto», indica Martínez Ramonde.
Eso sí, la hormona del crecimiento es muy cara. Tanto que puede costar entre 800 y 1.200 euros al mes (sí, has leído bien) durante varios meses, o incluso años. Una auténtica ruina al alcance de muy pocos afortunados. Doctora lo siento mucho, pero llegados a este punto es inevitable pensar en Messi. Lo primero es, como siempre, evaluar al niño para buscar cuál puede ser la causa.
¿Y SI CRECES DE MÁS?
«Con menos de dos años no son dependientes hormonalmente. Aquí entran en juego otros factores que inciden en la estatura, como son la alimentación, el ambiente social, la salud... Después ya empiezan las hormonas a actuar», explica la endocrina, que señala varias posibles causas en la falta de crecimiento: «Puede darse un problema de déficit en la hormona tiroidea, o bien tener una infección o enfermedad crónica que limite el crecimiento. Otra de las causas más importantes es la intolerancia al gluten», precisa.
Pero ¿crecer demasiado puede suponer también un problema? Pues sí, sería una patología justamente por lo contrario que acabamos de contar: por exceso de hormona del crecimiento. En definitiva, sería lo que se conoce como gigantismo. Nos ha quedado claro que esta hormona no sirve para todo ni está al alcance de todos, pero también es cierto que hay muchas más causas que pueden frenar el crecimiento, y que se pueden atajar con tratamientos diferentes (y probablemente más asequibles). Cada vez la ciencia se esfuerza más en dar con esos otros desórdenes que influyen en nuestro exceso o defecto de altura y, en este sentido, Martínez Ramonde sentencia de nuevo: «A un niño que crece poco genéticamente, no le va a hacer nada la hormona del crecimiento». Bueno, la hormona quizás no. Pero el tema de los genes es mucho más complejo que eso, y todavía se desconoce cómo es posible que hayamos crecido tanto como lo hemos hecho en el último siglo. Lo que sí es indudable es que los factores genéticos tienen un papel importante -que no el único- en cuanto a las posibilidades de crecimiento de un niño al nacer. Y es por eso que el doctor Manuel Pombo, catedrático de la USC, indica: «Antes, cuando un niño era bajo, se decía que era bajo y nada más; pero si se conocen las causas de que no crezca más, será más fácil encontrar tratamientos adecuados». Y en eso estamos.
HEMOS CRECIDO QUINCE CENTÍMETROS

Menudo estirón hemos pegado. Medimos quince centímetros más que a finales del siglo XIX, que no es poca cosa. El doctor Manuel Pombo, catedrático de Pediatría de la USC, nos da las claves. En el año 1896, la media de los varones gallegos era de 1,62 metros. Éramos los más bajos de España por aquel entonces, una asignatura que ya hemos aprobado porque hoy casi no hay diferencias entre autonomías. Vamos, que la distancia pasó de unos cuantos centímetros a apenas milímetros.
Desde entonces hemos crecido a pasos agigantados. En la década de los sesenta y concretamente en el año 1967, nuestra talla media era de 1,68 metros. El subidón llegó en el 94, cuando alcanzamos los 1,74. Los últimos datos registrados son los del 2010: 1,77 metros los hombres y 1,64 las mujeres. Ahora sí se miden ambos sexos, pero antes no. La mili hizo estragos. Y es que solo se medía con ese tallaje, por lo que las mujeres no entraban en las medias. Eso sí, está probado que entre ellos y ellas hay una diferencia media de 13 centímetros. Así que solo hay que aplicarla a los registros de otras décadas para hacernos una idea de cuánto medían las féminas. Pero ¿vamos a seguir creciendo hasta el infinito? Bueno, todavía no sabemos si tanto como eso. Pero Pombo dice que todo apunta a que seguiremos sumando centímetros. «La talla media, en función del fenómeno denominado secular trend (tendencia secular) seguirá aumentando en los próximos años, siempre que las condiciones socioeconómicas lo permitan». Uy, que eso ya son palabras mayores. «Si depende de lo socioeconómico vamos listos», estarás pensando. Pero calma, que hay muchos factores que influyen a la hora de conformar nuestra altura.
EL ENIGMA GENÉTICO
«La estatura es sin duda una de las características físicas más complejas de entender», dice Antonio Salas, docente universitario e investigador en genética. Y ojo, que si lo dice él, debe ser difícil de verdad. «Estudios muy recientes apuntan a que existen cientos de genes involucrados. Por otro lado, el número de genes no lo es todo; interaccionan entre sí y con el ambiente», explica Salas, que añade que los estudios epidemiológicos y genéticos aportan un dato crucial, ya que «el ADN de un individuo predice aproximadamente el 80 o el 90 % de nuestra estatura?, mientras que la alimentación, el ambiente o posibles enfermedades suponen un 20 % de esta. ?Qué sabio es el refranero, con dichos como ?de donde no hay, no se puede sacar?», bromea el genetista.
Pero quedan muchas dudas. Y aquí es cuando Salas suelta la bomba: «A mi juicio, una de las más misteriosas sería la siguiente: ¿por qué la estatura media de las poblaciones, sobre todo en países de Europa Occidental (incluyendo España), ha aumentado tan rápidamente y de manera tan significativa en tan pocos años?? La paradoja reside en esto: sabemos que los genes no cambian tan rápido como para poder explicar por sí solos dicho cambio. A su vez, también sabemos que la nutrición y otros hábitos de vida (el ambiente) ha cambiado de manera significativa en las últimas décadas. Pero, ¿no quedamos en que el ambiente solo explica el 20 % de la estatura?». Y ahí deja la incógnita.