Este es el mejor restaurante de América

Victoria Toro

YES

SAFD

El restaurante neoyporquino Eleven Madison Park ha sido elegido este año mejor restaurante de América y quinto mejor del mundo. Comer en él es toda una experiencia. 

07 nov 2015 . Actualizado a las 09:54 h.

La plaza Madison de Nueva York es perfecta para entender los contrastes de esta ciudad. En una esquina hay siempre una cola inmensa de gente que espera para hacer su pedido ante un mostrador de un local pequeño y rodeado de sillas y mesas al aire libre. Es Shake Shack que vende las que muchos consideran las mejores hamburguesas de la ciudad. Casi enfrente, cruzando la calle, hay una elegante entrada art decó, es la puerta del Eleven Madison Park, elegido este año como el mejor restaurante de América. Allí, claro, no hay que hacer cola. La hamburguesa con queso de Shake Shack cuesta seis dólares, la comida en Eleven Madison Park, 225 dólares por persona sin la bebida.

En la cola del Shake Shack se mezclan los neoyorquinos de todos los orígenes. En el interior del Eleven Madison Park la diversidad es escasa. La mayoría de sus clientes son blancos de clase alta. Muchos más varones que mujeres, muchas más personas de mediana edad que jóvenes o viejos. El Eleven Madison Park también tiene tres estrellas Michelin y es el quinto en la lista San Pellegrino de los mejores cincuenta restaurantes del mundo .

Cuando una traspasa la discreta puerta del Eleven Madison Park ocurre lo que una espera que suceda cuando traspasa la puerta del mejor restaurante de América: una atención perfecta. Pero cuando una entra en ese restaurante elegido entre los elegidos, la primera sorpresa es el restaurante en sí. Si esto es Nueva York, esto no debería ser un restaurante sino una estación. En Nueva York, donde los alquileres tienen precios astronómicos, los restaurantes son pequeños, con mesas juntas y techos no muy altos. El Eleven Madison Park es todo lo contrario: el comedor es grande, enorme. El techo está a diez metros del suelo, las ventanas a la plaza son inmensas, las mesas están muy separadas unas de otras. 

Pero lo importante aquí es la comida, y la bebida. Para la segunda, la carta de vinos tiene 183 páginas. Y los precios están a la altura de esa inmensidad. Con bastante paciencia puede encontrarse alguna botella de sesenta dólares, junto a otra de 11.000 dólares. Prácticamente no contiene vinos españoles con tres o cuatro excepciones, y solo uno gallego, el  albariño Do Ferreiro. 

La comida consiste en un menú degustación. No hay carta. Nada más llegar, el metre se acerca, amabilísimo, a interesarse por posibles alergias alimentarias o aversiones insuperables. Después, en una especie de coreografía, los camareros van trayendo los entre doce a quince platitos que forman la comida. Muchos cambian cada día o cada semana porque la cocina del chef, el suizo Daniel Humm, se basa en los productos locales de temporada. La secuencia de platos puede ir de una fondue en una calabaza otoñal hasta un risotto de arroz salvaje o un solomillo que se deshace en la boca. Los postres no son ninguna maravilla, a pesar del origen del chef, el chocolate que baña los neoyorquinos pretzels es realmente malo. En conjunto la comida es buena, muy buena. Pero también lo es la hamburguesa del Shake Shack.