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«Soy el único José Luis de mi cole»

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Santi M. Amil

Si estás pensando poner a un hijo un nombre compuesto, serás un bicho raro. En los colegios ya no los hay. Y mucho menos con un José por delante. Ahora son Hugo, Martín, Mario, Daniel, Noa o Martina. Sin embargo, sigue habiendo excepciones

07 may 2016 . Actualizado a las 20:16 h.

Párense a pensar un momento. ¿Cuántos niños menores de 15 años conoce que se llamen José Luis? ¿Y José Manuel? ¿Antonio David? ¿José María? ¿Francisco José? ¿...? Sin embargo tardarán menos tiempo en reconocer a algún Martín, Mario, Pablo, Daniel, Nicolás, Manuel e incluso Izan o Thiago. Basta con mirar la lista de los 50 nombres más comunes de los niños en Galicia para darse cuenta del cambio. Leo, Xoel, Iker, Gael o Enzo se sitúan muy por encima de otros como Juan, Jorge o Carlos. E incluso José no aparece. Las niñas son Sara o Martina. Lola ha desbancado a Dolores y aparecen otros como Vera o Aroa. El año pasado, por ejemplo, la mayor parte de los nacidos se llamaron Hugo o Noa. Esto pasa en Galicia, pero en el resto de España resulta curioso el aumento de niñas que se llaman Michelle, Allison o Valery. Una revolución que ya se ve en las aulas.

La moda tiene mucho que ver con esta tendencia e incluso hay listas de los nombres «que se llevarán» y «que están anticuados». El cine, la música y la televisión los ha ido incorporando y rechazando. Estos últimos casi siempre por antiguos. No es nada nuevo. Pero los compuestos son una especie en peligro de extinción, aunque resiste cuando se amplía el margen de edad. Pero aun así, hay personas que siguen pensando que esta es una opción como otra. Bien por motivos sentimentales o por gustos, resisten. Es el caso de José Luis Núñez Rodríguez, un ourensano de 10 años.

Su madre siempre lo tuvo claro: «Mi padre se murió a los cincuenta años y se llamaba Luis. Siempre quise ponerle ese nombre, me hacía ilusión. Pero poco antes de dar a luz me acordé del otro abuelo, que era José. Y creí que también le gustaría. Y así fue», relata. Hoy no le cambiaría el nombre, aunque asegura que de no ser por motivos sentimentales nunca se lo pondría. Aunque, y esta es la clave, con el tiempo le fue gustando cada vez más.

«Cuando le conté a la gente que se iba a llamar José Luis, me dijeron que estaba loca. Que era un nombre muy antiguo. Que le pusiera o José o Luis, pero no juntos», relata Conchi Rodríguez, la madre. Quien asegura que al final la persona hace al nombre: «Si el niño es majo...». Incluso se opone a que le llamen por separado. «Yo siempre le llamo José Luis y toda la familia también. Y si alguien en el cole le llama Jose le digo: ‘Mira, que no estamos en crisis’», dice entre risas y con la mirada cómplice del hijo.

En el colegio le llaman de las dos maneras, pero él afirma: «Soy el único José Luis. Bueno, el director también se llama como yo». Ni Conchi ni su marido pensaron en ponerle otro nombre. No hubo una lista anterior a la decisión final. «No es que no haya más José Luis en el colegio, es que entre sus amigos no hay nombres compuestos», dice la madre. José Luis se para y los repasa: «Son Martín, Hugo, Mario, Álex...». Ellos le suelen llamar José.

Tiene sus ventajas

Conchi Rodríguez cree, en realidad, que parece un nombre de telenovela, pero que no lo es. «Una cuñada me decía de vez en cuando ‘¿Estás segura?’. Y otras personas: ‘¡Pobre niño!’. Yo contestaba: ¡bah!», relata. Ella se llama en realidad Concepción, un nombre que a día de hoy parece reservado a otra franja de edad. Pero eso no le impidió tomar la decisión. «El mío fue diferente. Al principio me querían poner Conchita y a mi padre le dijeron que no, que tenía que ser Concepción. En aquel entonces no se podía. No me gustaba nada, pero la verdad es que nunca pensé en ello al elegir el de mi hijo», apunta. Esa obligatoriedad de la Iglesia, en muchos casos, dio paso a buena parte de los nombres compuestos de toda una generación.

José Luis afirma que jamás nadie le dijo nada respecto a su nombre. Ni un rechazo. Es más, hasta le parece raro que se hable de él como de algo antiguo. La madre incluso se para en las ventajas. «A otros hay que llamarles en clase por el nombre y el apellido, porque hay varios iguales. Pero basta con decir José Luis y ya saben todos quién es». El padre de José Luis daría para otro tema, porque se llama Víctor Manuel, aunque solo utiliza el primero de sus nombres. Pero a José Luis le gusta que le llamen por los dos. Está acostumbrado, dice. En su casa, muchos objetos le recuerdan cómo se llama. Las letras en la puerta de su habitación, un bastón de peregrino, un marco de fotos o un cuadro con su significado. Y, con mucho orgullo, los enseña todos.

Poner el nombre a un hijo es una de esas decisiones que o la tienes muy clara o llega el momento del parto y todavía estás dándole vueltas. Influyen muchos factores en la decisión final. En ocasiones la presión familiar. Lo que se dice, seguir con la tradición. En otros, el recuerdo de un ser querido. Y cada vez más, las modas. El joven ourensano forma parte del segundo grupo, por partida doble. Con 10 años es el heredero nominal de sus abuelos José y Luis.