EL HOMBRE Y LA TIERRA Pegado a un pedazo de tierra en Utah, ligado para siempre al rostro de personajes que son historia del cine, guapo a pesar de la cirugía, alejado de Hollywood, diferente. Robert Redford cumple 80 años el día 18, sin pensar en la jubilación.
06 ago 2016 . Actualizado a las 14:39 h.Envejecer, arrugarse, ver como todo se cae, debe ser especialmente duro cuando uno ha sido uno de los tíos más guapos que ha parido Hollywood. Tal vez eso explique lo que Robert Redford ha hecho con sus ojos. Privados por obra y gracia del bisturí de la mirada de Jeremiah Johnson, de Sundance Kid, de Johnny Hooker, de Denys Finch Hatton, no nos queda otra que celebrar los 80 años de Redford con su último estreno en España. Peter y el dragón llegará a los cines solo un día después de que el actor, director y productor sople las velas. Menos mal que estos días encontramos en algún canal de pago una fiesta de cumpleaños como Dios manda, delante y detrás de las cámaras, y en medio de un zapeo aparece aquella maravillosa pareja, guapa hasta decir basta, de Descalzos por el parque, jovencísimo y a las puertas de convertirse en un icono. La pantalla regala también su primer óscar como director, la fantástica (y durísima) Gente Corriente.
UN GUAPO POCO OFICIAL
Tal vez entre esas dos historias esté la clave que explica la carrera de una estrella atípica, que apuntaba maneras de guapo oficial y complicado en los 60 (La jauría humana, Dos hombres y un destino), pero se curtió en cierto cine político y de colegas en los 70 (Todos los hombres del presidente, El golpe, Los tres días del cóndor) para consagrarse como icono romántico en los 80 (Memorias de África) y convertirse en el adalid del cine independiente como creador del universo Sundance, desde el instituto para jóvenes directores al festival que no podía tener otro nombre que no fuera el del papel que lo lanzó al estrellato junto a su amigo Paul. Newman, claro.
Ya se había dado a conocer antes en la fantástica Jauría Humana de Arthur Penn, a la sombra de Marlon Brando, en Propiedad condenada, el primer capítulo de una feliz relación con el director Sidney Pollack, y en Descalzos por el parque, una pequeña delicia de Neil Simon que ya había protagonizado en Broadway y con la que repitió éxito en pantalla. Pero fue ese western diferente, irónico, nostálgico y maravilloso que es Dos hombres y un destino el espaldarazo definitivo. Con un papel, el de Sundance Kid, que quería Paul Newman. Pero convencido al fin de que sería un mejor Butch Cassidy, comenzó la búsqueda de un socio a la altura. Fue la mujer de Newman, Joanne Woodward, la que propuso a Redford. Bingo: fue un taquillazo, y selló la amistad entre los dos actores. Que repitieron unos años después, con el mismo director, George Roy Hill, y similar éxito, en El golpe. Muchos años después, Redford intentaría volver a rodar con él, pero Newman, casi diez años mayor, ya no tenía fuerzas, y aquel proyecto, Un paseo por el bosque, acabaría protagonizado el año pasado por el propio Redford y Nick Nolte, en una película que pasó sin pena ni gloria por la cartelera.
La década de los 70 lo trató especialmente bien. Como en Las aventuras de Jeremiah Johnson, la epopeya filmada por Sidney Pollack en la que consiguió una de sus mejores interpretaciones, ese hombre de pocas palabras, pegado a la Naturaleza, destrozado. O en otro hito de la década, Todos los hombres del presidente. La historia de cómo Woodward y Bernstein destaparon el Watergate desde la redacción del Washington Post era un empeño personal del actor, que convenció a Alan J. Pakula para dirigirla. Entre una y otra, el dramón (de nuevo con Pollack) de Tal como éramos, empeñado en hacernos sufrir por Hubbell (Redford) y Katie (Barbra Streisand). Como nos haría sufrir, una década después, con otra de sus mejores colaboraciones, Memorias de África, a bordo de la avioneta que lo acerca y lo aleja de Meryl Streep.
DETRÁS DE LAS CÁMARAS
Pero hay otros Redford: el productor, el realizador. Con Gente corriente consiguió su primer óscar, como mejor director, antes del honorífico que recogió en el 2002. Desde entonces, no ha parado de producir y dirigir, aunque desde Quiz Show o El río de la vida no haya vuelto a dar las mismas señales de genio. Y a pesar de los años, de la cirugía, de una industria que ya no es la que era, Redford sigue en pie. Capaz todavía de asumir el reto de ser el único actor en Cuando todo está perdido, su último gran trabajo, un hombre solo en medio del mar y la tormenta, como un Jeremiah Johnson pasado por agua y por el filtro terrible del tiempo.