La droga de la piscina

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE V TELEVISIÓN

YES

13 ago 2016 . Actualizado a las 05:15 h.

Asegura Katie Ledecky que es adicta a ese dolor que provoca la instrucción brutal a la que se somete un deportista de élite. Ese runrún en las articulaciones, esa pesadez de las extremidades, esa tendencia a quedarte absorta cuando las horas de entrenamiento se vienen encima. Cualquiera que se haya dedicado a cruzar piscinas con una insistencia de años es capaz de entender el masoquismo que confiesa Ledecky y que acaba siendo la gasolina que te permite acudir cada día y por voluntad propia una rutina que muchas veces se parece a una tortura.

Desde la grada, el espectador admira una carrera como la de la superdotada Ledecky con la perplejidad que provocan los prodigios. Los que nadan en Brasil son máquinas que además de entrenar como nadie han sido dotados por la naturaleza para contrariar al agua. Son los elegidos de un deporte que practican muchas personas que nunca se subirán a un podio olímpico pero que pueden entender la adicción que Ledecky reconoce.

La natación es un deporte hostil que se desarrolla en un medio ajeno. El nadador entrena horas en una caja acuática que no siempre está a la temperatura que debiera y que a veces tiene la textura del cemento. El deportista se ajusta un gorro hasta cubrirse los oídos y se cala unas gafas que aclaran el agua y empañan el aire. Tal precisión en el proceso de aislamiento se mantiene durante las horas, los días, los años que la nadadora va hacia delante, y vuelve y vuelve y vuelve... No hay letras suficientes para reproducir la cadencia que se instala en la cabeza de un nadador. De aquí para allí, de allí para aquí, de acá para allá, de allá para acá, hoy, mañana, hoy, mañana... Como si nunca fuese a parar.

LA MENTE AL LÍMITE

Hay algo patológico en una instrucción así. Se entienden especialidades que se abordan en equipo y que transfieren a los adultos al mundo infinito de los niños cuando la vida era solo un juego. Pero esos deportes que llevan la mente al límite, que sitúan a la persona en una batalla solitaria y durísima contra sí misma, que exigen horas y horas de entrenamiento extenuante, que golpea los músculos y el esqueleto, que sublima la búsqueda del sufrimiento son una manifestación de que la mente humana nos conduce a extravagancias llamativas. Por eso se entiende la adicción de Ledecky. Solo una droga explica un comportamiento así.