«Mi hermano me defendió a la puerta del instituto»

YES

Álvaro Ballesteros

UNA VUELTA DE NOTA Los protagonistas de la temporada nos abren las puertas de su cole. Enfilamos el pasillo rumbo a aquellos maravillosos años.

10 sep 2016 . Actualizado a las 19:26 h.

Ahora que es Sally Bowles en Cabaret y se prepara para reinar como Constanza en la serie de época de Voz Audiovisual El final del camino, la pelirroja de La que se avecina recuerda que de niña tuvo algún disgusto por su color de pelo. «Un día mi hermano me vio llorando, me preguntó qué me pasaba y le conté que me habían perseguido desde el instituto hasta casa, metiéndose conmigo», dice Cristina Castaño (Vilalba, 30 de octubre de 1978). «¡Y se lo fui a contar a otro pelirrojo...!». Cinco años mayor que ella, su hermano Nacho (Vilagarcía, 1972) no tardó en actuar. «‘Quién es, dime quién se mete contigo’, me preguntó él». Y en plan disuasorio, allí se fue el hermano mayor como el mítico primo de Zumosol con una piña de amigos a las puertas del insti: «Nacho les dijo que si se volvían a meter conmigo iban a pagarme la palmera todos los días [risas]». Cristina lo cuenta en el Eduardo Pondal de Santiago, donde estudiaron ella y su hermano. «¡Esta era mi clase!», dice la actriz entrando de nuevo en el aula Uxío Novoneyra.

Sillas arriba, las clases siguen aún, por poco tiempo, en su pereza de verano. ¿Os poníais o no las pilas como alumnos? «La verdad es que ninguno de los dos necesitábamos estudiar mucho -cuenta Nacho-. De mí a mi madre le decían: ‘Si Nachiño se esforzase un poco más...’». ¿Pero rompías la clase, lanzabas bolas de papel? «No, ¡pero hablaba mucho en clase!», reconoce Nacho. Y ya le imaginamos en los pupitres de atrás, midiéndose al chisssss de la autoridad. Él, que no quiere dar nombres en vano, recuerda con un cariño especial a Fita Garrido, que le daba Lengua y a Fernando, su profesor de historia. Cristina tarda algo más en dar un nombre. Pero lo da. «A mí me marcó la Somera. La llamábamos así porque siempre decía someramente...», revela en este viaje exprés al pasado. ¿Por qué te dejó esa honda huella?, pregunto a la actriz que se descubrió en Pratos Combinados. «Me suspendió Historia y por eso no pude presentarme a la selectividad en junio ni entrar en las carreras que quería, una de ellas Derecho. Pero gracias a la Somera me pasé el verano en RTC [Radio Televisión Compostela], luego me fui a Madrid a estudiar Periodismo», y ahí se allanó el camino al cine, pues se desencadenaron los factores que llevaron a Cristina Castaño a convertirse en esta artista que ha cumplido su designio: Nacida para ganar.

 

Álvaro Ballesteros

Del Pato Donald a Platón

Cristina recuerda tener esta vocación de siempre. A ella le dedica, dice, las 24 horas. «Y feliz. Feliz de poder dedicarme a lo quiero», asegura. Su hermano Nacho también descubrió en calcetines su gusto por la interpretación, aunque él tiraba sobre todo hacia el doblaje. «Yo me recuerdo en la cocina de la casa de Vilalba preguntándole a mi madre cómo hacían para que el pato Donald hablase en español», comparte con YES Nacho, que este otoño participa en la serie de Voz Audiovisual Segunda Oportunidade, una historia de amor y misterio con un asesinato como punto de partida. Humor y suspense de ficción para un chico que es muy de letras y en la biblioteca del Eduardo Pondal escoge a Platón. Las Divinas palabras de Valle-Inclán se cruzaron en el camino de Nacho precisamente en el instituto, «y quedé para septiembre». No siempre hay que ir por el libro para acertar. «Él era el actor y yo era la que cantaba», comparte Cristina, que dice de su hermano que es «fuerte, valiente» y siempre le ha hecho reír. Y así los podemos ver en un vídeo de Super 8 que nos enseña Nacho, riéndose juntos de muy pequeñitos.

Cristina y Nacho crecieron, con sus más de cinco años de diferencia y otros tres hermanos, con el duende en casa. «Crecimos con esa sensibilidad. Eso te marca», dicen. Y aún se recuerdan cantando a todo trapo en el coche con mamá La campanera o La jota de mi balcón. «A mis padres les debemos habernos dedicado a esto», dicen los dos con un brillo brutal en la mirada. Su madre cantaba, su padre tocaba el piano, pero el arte a los Castaño les viene de largo, y de las dos líneas de la estirpe. Sus abuelos maternos se conocieron sobre las tablas en Vilagarcía, en una zarzuela, cuenta Nacho. Ella era cantante, él el director de la pieza. «El abuelo -recuerda con orgullo- era el hombre de Radio Arosa. Un pico de oro. Creó un programa muy bonito, El saco de la felicidad, ¡colapsaba las líneas!». 

Con esta herencia se entiende que el apellido Castaño se luciese un curso al menos en ese evento único que ha marcado a generaciones de egeberos y «buperos»: el festival de fin de curso. ¿Quién no ha tenido su momento Flash Dance o Dirty Dancing y acometido un gran salto a lo Jennifer Grey sobre Patrick Swayze? La actuación de Nacho Castaño en fin de curso en el Eduardo Pondal sonó más al gusto de su madre: «Llegué a cantar con mi madre una de Roberto Carlos, ja ja ja, Yo quisiera ser civilizado como los animales», confiesa.

«Alma de gamberra»

¿Pero a ver, cómo eráis en el cole, buenos o trastes? «Yo era obediente, pero en el fondo tenía alma de gamberra», confiesa Cristina con la sonrisa traviesa en la que se parece a su hermano. Una vez, cuenta la actriz, en ese deseo de estar en onda con los antisistema de la clase se escondió en el armario y se pasó ahí toda la clase con la complicidad y las risas de sus compañeros. Otras veces, recuerdan los hermanos, la gente salía por la ventana, que en este centro escolar queda a un minisalto de la zona verde del patio. Pero, como pueden ver en la foto, este curso Nacho y Cristina entran. Están entrando. Colándose por la ventana del tiempo a un pasado que los une al Eduardo Pondal: «Aquí en Santiago, estudié primero en el Quiroga Palacios y después en el Cluny, ¡imagínate el salto del cole de monjas al instituto!», evoca Cristina, que a los 14 compartía clase por primera vez con chicas y chicos.

De vuelta en el cole de su adolescencia, los Castaño reviven el momento pasillo, el compás de espera vital entre mate y lengua, el recreo, las escaleras en las que subir y bajar se quedarán para siempre en el «antonimato» de la entrada y la salida escolar. Con la memoria ahí dando la nota, nos sentamos en una clase. Y tendemos desde un pasado imperfecto, pero querido, al futuro próximo.

Si Nacho encara el otoño con la serie Segunda Oportunidade; tras su éxito en Madrid, Cristina es Sally Bowles del 14 al 18 de septiembre en Vigo, dentro de su gira con Cabaret. El musical de Broadway. «Me siento muy afortunada por estar en el Shakespeare de los musicales. Es un reto. Un regalo, interpretar a Sally Bowles, que tiene una ingenuidad y una sabiduría innatas. Es oscura y luminosa a la vez», subraya Cristina. Tras despedirse de la Judith de La que se avecina, rueda El final del camino, donde se mete en la piel de Constanza de Borgoña, la madre de la primera reina de Europa, para llevarnos a una Compostela remota que, de la mano de Voz Audiovisual, llegará a principios del 2017 a la televisión.

ANA GARCIA

«As tres repetimos no mesmo cole»

Nada más atravesar la puerta de su cole en Cee a la escritora María Canosa se le pone una sonrisa enorme. «Fun tan feliz aquí», «Teño tan bos recordos», «o cole para min foi unha prolongación da miña vida, porque vivo ao lado, moitas veces aínda escoitaba a serea desde o meu cuarto. Nun minuto estaba alí». Una vida que la ha llevado en este punto del tiempo de la mano de la madre, Concha, y de su hija, Ana, a volver a las mismas aulas. Porque las tres tienen un vínculo especial con este colegio, el Eugenio López, de Cee. Concha dio clase aquí 18 años, María estudió toda la EGB y ahora, en una carambola que nunca se imaginaron, Ana, la pequeña de la familia, también volverá a estudiar en este centro. «Nunca pensei que a miña filla empezaría en Cee, xamais; porque eu polo meu traballo de enxeñeira ando dun lado para outro: estiven destinada na Coruña, en Monforte, en Lugo, en Ourense, e agora é casual que estea en Cee, a miña casa».

Ana recorre encantada los pasillos del colegio «de su madre y su abuela» y enseguida la reciben los profes que andan dando los últimos retoques, limpiando las aulas, y organizando el próximo curso. En el colo de la que va a ser su profesora entra en el aula que María revive con nostalgia. «Esta era a de Dona Emiliana ¿non?». María fue de las niñas de EGB que trató a todos los profesores de Don e Doña, pero no recuerda haberlos nombrado con la distancia del usted. «Tiñamos unha relación moi familiar, sabían o nome de todos os nenos, aínda que non foran os seus alumnos. Lembro a todos: Dona Maruja, Don Pedro, Don Manolo. ..». «¿E dona Concha? ¿Como foi esa relación?», le pregunto. Madre e hija se echan a reír, y Concha confiesa que no estuvo cómoda dándole clase de Lingua Galega, aunque solo fue un año. «Era unha alumna de 10, pero eu gardaba ben os exames ¿eh?», bromea mientras rememora sus cuarenta años de profesora, no solo en Cee, sino también en Dumbría, Ézaro... «É marabilloso cando se te achegan eses nenos, agora xa como pais, con tanto cariño. Eu deille clase a fillos deses primeiros alumnos», señala Concha. A María solo le viene a la memoria un momento en que sufrió la angustia de ser hija de la profe: «Os meus compañeiros querían facer folga porque nos suspenderan as actividades do Entroido e eu só pensaba no que suporía para miña nai que eu me sumase á protesta. Ao final ela aconselloume que fixese a folga e fíxena, claro». Es verdad que María solo recuerda como castigo hacer copias y más copias, y aunque fue una alumna siempre suspendida en el dilema de las letras y las ciencias, tomó la determinación de ser escritora cuando vio a Xabier Docampo en una charla en su cole. «Debería de ter 12 anos e foi unha revelación, el falaba de O misterio das badaladas e nun momento un neno preguntoulle por que non contaba ao final o segredo. E el respondeu: ¡non llo conto nin a miña muller! Aínda lembro a frase, porque pensei: algún día quero escribir coma el. Iso pasou aquí -sinala-. No meu cole».

MARCOS MIGUEZ

«Me marcó el bocadillo de queso de la guardería»

A veces, solo a veces, una imagen vale más que mil palabras. Aunque la fuerza de la palabra en esta imagen es grande. Bienvenidos a clase. Vean lo que ha escrito con caligrafía Rubio, de letras que se dan la mano, Xoán Crujeiras en la pizarra de la clase: «Volver». Con el mundo al alcance de la mano, el chef de A Estación de Cambre is back en el que fue su primer cole en EGB: los Franciscanos. ¿Qué tal este regreso al pasado, Xoán? «¡Bien! Me ha dado muy buena impresión. Recordaba la entrada del colegio y cómo eran las aulas. Siguen como en aquella época, pequeñas, abiertas hacia el pasillo. Como en Cuéntame. Aquí se está bien».

 Ahora que visita el lugar donde aprendió a leer, acompañado por cierto de su hijo de 13 años, se recuerda con 6 llegando a clase con un jarabe en la mano.«Un bote blanco con aquel jarabe con sabor a fresa. Tenía que tomarlo porque era asmático. Faltaba mucho al cole porque solía estar enfermo y precisamente por esto del asma tuve que irme a Cerceda», cuenta el cocinero.

«Con 16 aprendí a comer»

Él ya estaba marcado a fuego con 3 años. «Por el bocadillo de queso y membrillo de la guardería [a la que iba en Eirís]». ¿Por qué? Cuéntanos. «Quien me conoce sabe que no me gusta nada el queso. ¡Lo odio!», revela Xoán. De hecho, fue todo un reto para él tener una mesa de quesos en A Estación, que lleva con Beatriz Sotelo. «Me marcaron las monjas en la guardería [se ríe]». ¿Aún lo recuerdas? ¡Mira que ha pasado tiempo! «Sí. Me veo en un patio exterior, tirando el bocata al otro lado de un muro», confiesa.

Ya en su etapa en Cerceda, a Xoán no se la dieron con queso, pero sí le tiraron de la lengua. «Fue la historia del niño de aldea que llega a la capital. ¡Pero al revés! Yo era el niño que llegaba a la aldea hablando castellano. ¡Me caían por todos lados, aprendí a hablar gallego enseguida! Hablaba en casa castellano y fuera de casa gallego», recuerda con perfecta dicción. Tras crecer alimentándose de patatas y salsa de tomate Solís, Xoán cumplió los 16 y se fue a la escuela de hostelería de Santiago, «y aprendí, lo primero, a comer. Lechuga, cebolla cruda...». ¿Brécol, calabacín, judías y otras verduritas? «Eso ya lo comía. Hay un plato que solía hacer mi madre que me gustaba mucho: patatas, judías y huevos cocidos». Peor sabor le ha dejado a Xoán Crujeiras este otro recuerdo: «El del vacile en clase cuando dije que quería ser cocinero. Al principio no sabía ni que podía estudiarse para eso... Casi nadie hacía formación profesional, éramos cuatro, y no se cortaban en hacértelo ver como algo inferior». Pero cuando el adolescente se convirtió en ayudante de cocina, ya en el verano de sus 17, le dio la vuelta a la tortilla, y eso que, según confesó en una ocasión a La Voz lo que peor le sale es la tortilla de patata: «Con 17 ya empezaba a tener dinero en el bolsillo. ¡Y eso era poder! Impresionaba mucho a los demás, que no se reían tanto... Ja ja ja».

Todo tiene su ciencia

¿Ciencias o letras? «De ciencias creo...», se lo piensa este chef con estrella que trabaja en un sabroso proyecto para este otoño. Conste que, a la vista está, tiene buena letra: «Pero si me pasé años haciendo cuadernos Rubio. Aún me veo con ellos en cuarto de EGB. Y ahora cuando a veces me dicen: ‘¡Qué letra tan bonita tienes!’, digo ‘oh, pero si yo tenía mala letra, mira que hice cuadernos Rubio...», cuenta Xoán. ¿Entonces la buena letra se hace o «se nace»? «Yo creo en la evolución», dice. También nosotros. Aunque para seguir adelante haya que mirar atrás, verse en el cole en el que aprendimos a escribir.