Y TODOS LOS DÍAS Esto no es una sala de máquinas. Es una familia haciendo ejercicio juntos. Porque hay a quien el deporte le da la vida y no entendería su rutina sin esas horitas de estiramientos y flexiones. No perdonan ni los festivos. Esta es su historia.
05 nov 2016 . Actualizado a las 09:50 h.Para muchos la vida no tendría sentido sin un poco de deporte. De eso saben mucho este grupo de amigos del Club Metropolitan La Solana de A Coruña. Se conocieron entre sesiones de cardio y aeróbico en el gimnasio que hay en las instalaciones, algunos hace ya 30 años. Han pasado de ocupar el sitio de los jóvenes, en el paredón, a disfrutar del sol de otoño en la zona de las sillas. «Todavía me acuerdo de cuando era joven y veía cómo los mayores se colocaban en la silla y los jóvenes nos íbamos a la zona de la pared. ¡Y ahora estoy yo en la zona de los mayores!», exclama Jaime, uno de los integrantes de este «squad» de amigos con ganas de mantenerse en forma y pasárselo bien.
Con él están Tonecho, Marcos, Pacheco, Fernando, Jacinto y hasta un exfutbolista del Deportivo, Dagoberto Moll. Este grupo sano y amante de los deportes va de los 60 a los 89 años y no entiende la vida sin un poco de pulso para el cuerpo. Cada día pasan una media de dos horas en el gimnasio. Llegan por la mañana, sobre las diez y media, y no perdonan su tiempo de ejercicio. Eso sí, en silencio. «Mientras estamos en las máquinas casi no hablamos, podemos bromear, pero las charlas las dejamos para cuando acabamos de hacer ejercicio», cuenta Tonecho.
«Me enganché al gimnasio muy joven. A los 19 años sufrí una lesión de rodilla que me apartó del fútbol y tuve que buscar una alternativa. Busqué una opción para seguir practicando deporte, y el gimnasio fue mi salvación», recuerda Jaime. Su actividad favorita: la elíptica. «Es lo que más me gusta porque es lo único que me permitió volver a hacer algo de ejercicio aeróbico», señala. Cuando acaban su sesión en las máquinas se sientan un ratito al sol al lado de la piscina. A veces también echan una pachanga o juegan al pádel. «En días como los de hoy -con más de 20 grados- nos quedamos hasta más tarde, podemos estar aquí charlando hasta las dos y media», afirma. Hablan (a veces) de política, pero, sobre todo, de fútbol. Incluso se animan a jugar unas pachangas de vez en cuando. «Aquí venimos a socializar, esto no es solo un gimnasio, somos una familia. Incluso tenemos grupos y nos vamos a comer por ahí», confiesa Jaime. No perdonan ni el 1 de enero. Los festivos también son para sudar.
DE LUNES A VIERNES
«Para mí la semana no se entendería sin el gimnasio, vengo entre cinco y seis días», cuenta Dagoberto, el veterano. Pasó toda su vida entre vestuarios, primero como jugador de fútbol profesional y después como entrenador. De paseo por las míticas instalaciones de la dársena coruñesa, Moll recuerda cómo se vivía La Solana cuando era joven: «Ahí estaba la zona en la que se ponían las chicas para tomar el sol y no podías entrar». El gimnasio es más que un lugar donde mantenerse en forma. También un segundo trabajo (placentero) para otros. «Cuando trabajaba venía siempre los fines de semana o algún día por la tarde si me daba tiempo. Desde que me jubilé, hace cinco años, cambié la oficina por el gimnasio y no puedo estar más contento», asegura Tonecho, del equipo de los del gimnasio de toda la vida.
«É UNHA DROGA, VIMOS CINCO VECES Á SEMANA»
Que los buenos hábitos contribuyen a un estado de salud óptimo y que todo esfuerzo tiene su recompensa es algo que en este caso se cumple a raja tabla y se nota a leguas. Y si no fíjense en Moncho Busto (Santiago, 1966) y Alfonso Mondelo (Lugo, 1964), que con más de 50 años están hechos unos auténticos chavales. Y es que a estos dos hombres los une un trabajo semejante y más de 30 años acudiendo al gimnasio. Si el primero es un brigada forestal, el segundo es bombero; y si uno compagina las instalaciones deportivas con el running, el otro lo hace con el piragüismo y el ciclismo. El caso es que ambos son unos constantes del ejercicio y no fallan un día a su cita en el Club Fluvial de Lugo.
Moncho acude al gimnasio y corre. En cuanto a su presencia en las instalaciones deportivas, la media se sitúa en cinco días semanales y sobre una hora y media diaria. En cuanto a practicar deporte al aire libre, lo hace cuatro o cinco días a la semana y recorre unos 12 kilómetros diarios. «Para min é un estilo de vida saudable. É unha maneira de sentirme ben física e psicolóxicamente. Ademais contribúe de maneira moi positiva para o meu traballo», manifiesta Moncho, quien no se imagina un día sin acudir al gimnasio o practicar deporte.
«É a miña droga. Vou ó ximnasio entre catro e cinco días á semana e tamén remo e practico ciclismo», cuenta Alfonso, quien en primavera y verano baja a las diez de la mañana al río para coger la piragua y recorrer unos cuatro kilómetros diarios. «No ximnasio cambio rutinas de adestramento cada cinco semanas para que o músculo non se acostume. Un día fago ombreiro, outro peito...», explica Moncho, quien los fines de semana se decanta por correr al aire libre pero sin abandonar el gimnasio. «Compaxino actividades anaeróbicas coas aeróbicas. Para min facer deporte é sentirse ben consigo mesmo e é render mellor no traballo», explica Alfonso Mondelo.
Dos deportistas que llevan toda una vida acudiendo al gimnasio porque, para ellos, es una necesidad como la de comer o dormir.
«EN EL VESTUARIO HABLAMOS MUCHO, PERO SIN CRITICAR»
Ángeles Montero Manivesa tiene 55 años y los últimos 17 no ha faltado a su clase de natación o gimnasia al mediodía. Cada jornada (excepto los viernes y el verano, que descansa) sale de trabajar en torno a las dos, pasa rápido por su casa a comer algo ligero y a las tres está entrando en el complejo deportivo de A Malata Be One de Ferrol para una sesión que un día incluye circuitos de ejercicios con muchas abdominales, otros carreras o pruebas de resistencia y hasta largos en la piscina. Es duro, pero no falla y la clave está en las razones que da muchas veces en el vestuario para animar a otras compañeras que les duele ser tan constantes como ella: «También ejercitamos el buen humor aquí. Claro que cuesta, pero es que después sales nueva. Nosotros tenemos un grupo muy bueno y en el que unos tiramos de los otros, nos animamos mucho. Al final, haces ejercicio, hablas de cosas y te sientes mucho mejor», cuenta.
Ángeles comenzó por recomendación médica, para tratar de superar unas contracturas. «Empecé porque me mandó el médico y no sabía casi ni nadar, pero logramos un grupo muy enrollado. En el cuerpo lo notas mucho, sientes las piernas más ligeras y cuando vuelves al trabajo por la tarde estás de muy buen humor». Reconoce que después de las clases hay una sesión de charla, mientras se arreglan, que casi es parte de la terapia deportiva: «Hablamos de muchas cosas, pero sin criticar a nadie», precisa.
Ella se declara enganchada a estas clases de deporte y reconoce que no le da pereza acudir, ni en lo peor del invierno: «Si me quedo en el sofá sí que me pongo de mal humor, incluso esos días que parece que estás cansada, haces el esfuerzo y después sales nueva», declara. Su recomendación para ser constante y no dejarlo es rodearse de personas con las que es más amena la sesión y que se comprometan a hacer de una especie de entrenador -casi coaching - gratuito: «La clave es cuando unos tiramos de los otros».