No lo pueden soportar. Para el actor Miguel Pernas ver un cuadro torcido o un cajón abierto es una tortura. Y también para su hija Dumia. Porque hasta las manías se heredan.
19 ago 2017 . Actualizado a las 05:05 h.Dicen que los actores tienen mil manías en el set de rodaje. Pero para Miguel Pernas hay una presente en cualquier lugar: no soporta ver los cuadros torcidos, ni tampoco los cajones abiertos. «Tamén teño a necesidade de colocar en orde os obxectos. Non creo que alcance a padecer de TOC, pero achégome perigosamente», cuenta. Además, no se libra ni trabajando: «Sufro coma un condenado cando se trampean os cadros para compoñer ‘o cadro’».
Y de ahí, su obsesión se ha imprimido en su hija Dumia, quien se contagió de tanto ver a su padre colocándolos. «Téñenme repetido por activa e por pasiva que son cuspidiña», dice, aunque matiza que los parecidos se extienden a muchas otras cosas. «Por un lado, sinto mágoa. Pero, por outro, estou contento ao ver que as leis da xenética funcionan», afirma el padre. Él sabe que la maniática convivencia no es fácil, aunque sí posible, «sempre e cando intenten ser conscientes do que me molesta». Y Dumia se imagina a sí misma «indo detrás pechando portas e caixóns». «Trátase de aprendizaxe e respecto mutuos. O amor tamén consiste niso, ¿non?», señala el actor. «Nos círculos próximos xa están afeitos. O problema é cando nivelo un cadro nun local público... Aí veñen as caras de sorpresa!».
Es como el algodón de Don Limpio, pero en manos de una mujer que reside en Lugo. La obsesión de Carmen Portomeñe, de 51 años de edad, por dejarlo todo impoluto y brillante, «pero a su manera y estilo», hace que su casa se someta a una doble limpieza. Primero es su hijo -Iván Hevia, de 20 años- el que pasa «el paño», pero después, es ella quien se encarga de volver a repasarlo. «Mi hijo limpia el polvo, barre el salón o el pasillo de casa pero tengo que ir yo detrás para repasarlo todo. Y es que tengo que volver a pasar la escoba. Y no porque él lo haga mal, que lo hace perfectamente y es un maniático que quiere tenerlo todo recogido, pero es que es una manía y no hay quien me la saque», admite Carmen, quien, si no decir la última palabra, siempre tiene que dar el toque final.
Dicen que la limpieza y el orden producen bienestar; quizás sea este el motivo por el que esta gerente de una empresa de publicidad de Lugo se encuentre en su casa mejor que en ningún otro sitio. «Entrar en mi hogar y ver que está todo en orden y recogidito es la mejor sensación que tengo al cerrar la puerta. Soy bastante casera y es por ello que tener todo a mi manera es clave para sentirme a gusto», explica esta lucense. Tras trabajar duro, a ella le encanta sentarse en el sofá y disfrutar de una buena lectura.
El vestidor es uno de sus sitios preferidos y que cuida de manera especial. ¡Imaginen cómo lo tiene! Pantalones para un lado y colocados de una determinada forma, vestidos de verano e invierno colgados en sus respectivas perchas, camisas planchadas de tal manera que no se detecta ni una arruga, zapatos ordenados por colores... «Reconozco que soy una maniática de la limpieza y que quiero tenerlo todo a mi gusto, pero es algo que llevo en la sangre y que heredé de mi madre», cuenta Carmen, quien recuerda que su progenitora siempre iba detrás de ella para dar la última pasada.
A pesar de que a su hijo no le sienta bien esta manía de su madre, no se lo toma como algo personal. ¿Resistirá la manía el algodón de otras generaciones?
Pamela Allo creía que su forma de doblar las sábanas era «lo normal». «Pensaba que todo el mundo lo hacía como yo. Hasta que empecé a vivir con otras compañeras y con mi novio: fue ahí cuando descubrí que esa obsesión por colocarlas perfectamente dobladas y cuadradas era una manía», reconoce. La heredó de su madre, María Isabel Castiñeira, con la que, desde la casa familiar de Cee, nos enseña su pequeña rareza. «Ella ya lo hacía como mi abuela y ninguna de las dos podemos dejar de hacerlo de la misma manera», indica. Pamela, de 33 años, explica cómo es el protocolo: la sábana se dobla bien hasta lograr que las esquinas queden totalmente cuadradas. «Soy especialmente maniática con las bajeras, ahí es donde saco todo lo aprendido de mi madre. ¡No puedo con las sábanas mal dobladas!», confiesa.
Pero la ropa de cama no es la única manía que ha heredado Pamela: «También me pasa lo mismo cuando cuelgo la ropa de la lavadora». Para Pamela y María Isabel todo sigue un orden y una lógica: «La ropa la tendemos por tamaños, de la más pequeña a la más grande, por ejemplo la ropa interior va delante y los pantalones y prendas largas detrás». No puede evitarlo, y si otra persona cuelga la ropa a su manera, Pamela va y la cambia. «Cuando mi novio tiende la ropa siempre acabo volviendo a tenderla yo porque, si no va exactamente como me enseñó mi madre, ¡no me vale!», asegura convencida. El resultado: «Mi pareja siempre me acaba diciendo que cuelgue yo ya la ropa y que no le rompa la cabeza». Pamela ya no vive con su madre, pero reconoce que cuando la visita en Cee los fines de semana, «me corrige incluso a mí». Confiesa que tiene otras pequeñas manías, como dejar siempre tapada la pasta de dientes o hacer la cama de una determinada manera. «Mi madre es muy perfeccionista y me inculcó que las sábanas y las mantas tenían que estar siempre muy estiradas». Ya se sabe, de tal madre, tal astilla.