
ESCUELAS AL AIRE LIBRE Todavía son pocas, pero refuerzan una tendencia natural que compensa los excesos de la tecnología. ¿Podemos aprender sin paredes? «Un bosque provoca el efecto contrario a una piscina de bolas», aseguran. Entramos en cuatro escuelas que rompen esquemas. O mejor, salimos. Deja la mochila en una rama.
30 dic 2021 . Actualizado a las 11:30 h.Aprender al aire libre empieza a refrescar el sistema. Hoy existen hasta playa-escuelas (El Médano, en Tenerife). Y si en Galicia aún no se estudian mates sobre la arena, sí han brotado otras formas de aprender de manera natural. Entre carballeiras y regatos, en plena reserva de la biosfera, aprenden los niños de la que fue una escuela unitaria y se ha rehabilitado de la mano de Nenea, para menores de 3 a 6 años. «Es un espacio que nos cedió el Ayuntamiento y que compartimos con los vecinos», dicen las fundadoras de esta iniciativa que nació hace tres años en Lugo y es hija de la vocación de la pedagoga Bibiana Marful, y Sofía Otero, máster en Investigación e Innovación en Educación. Las dos tienen unos 15 años de experiencia previa a Nenea en centros convencionales. «Convencionales en cuanto a aprender entre cuatro paredes -matiza Bibiana-. Llega un punto en el que me planteo que, si decido seguir dedicándome a enseñar, debo apostar por lo que me gusta, por otra forma de hacer las cosas. Con Sofía, desde Berlín, empezamos a darle forma a Nenea. «Entramos en contacto con la primera escuela bosque de España, Saltamontes. Su creadora, Katia Hueso, nos contó cómo habían hecho... y seguimos sus pasos».

Nenea tiene una ratio de ocho niños por cada profesor y pelea desde EDNA, la Asociación Nacional de Educación en la Naturaleza, por la homologación de este modelo (el 27 de octubre celebran unas jornadas sobre aprendizaje al aire libre en la Universidad de Barcelona). «Bebemos de fuentes como Waldorf o Montessori. La naturaleza y el arte son los dos pilares. Y el arte es un lenguaje que se acalla pronto en los niños. Algo falla en el sistema cuando nos pasamos la vida dibujando y nadie sabe cómo dibujar, ¿no?», plantea.
La jornada abarca de 9 a 15.00 horas, se pasa la primera hora y media en el centro y a partir de las diez y media están fuera. En el mundo de verdad. «Se celebra la asamblea de bienvenida entre árboles. Nos miramos, vemos quién falta y hacemos entre todos el plan del día», cuenta la pedagoga. Los niños llevan la comida de casa y la cuota mensual es de 250 euros.
¿Qué necesitan los niños de hoy? «Sobre todo, tiempo para ser niños. Tiempo, juego libre, tiempo para aburrirse. El aburrimiento es la perla de la ostra, dijo José Bergamín; es lo que hace que todo lo demás surja. Los niños necesitan tiempo, calma, escucha y espacio», explica Bibiana. Y la naturaleza lo propicia, sostiene: «Un bosque es sutil en estímulos, no es hiperestimulante. Es lo contrario en efectos a una piscina de bolas. No electriza, relaja».
¿Pero aprenden con mayor lentitud o esfuerzo que los niños que van a una escuela convencional? «A nosotras lo que nos sorprende es lo contrario, la rapidez con que aprenden las cosas, lo vemos muchas veces en los talleres Montessori de matemáticas que hacemos una vez a la semana. Como tienen tanto tiempo de juego al aire libre, esa necesidad cubierta, luego les resulta muy fácil concentrarse y pueden comprender en diez minutos un planteamiento», dicen.
El respeto por la autonomía del niño es una de las claves. «Ellos son muy capaces, y hay que valorarlo, respetar sus ritmos. La infancia pasa pronto, se acaba cuando un charco deja de ser una oportunidad para convertirse en un obstáculo. A los niños hay que darles todos los charcos del mundo».

«Fai falta máis espazo verde e menos pista futbolera»
CRA Antía Cal, Gondomar
El CRA Antía Cal es uno de los centros que han llevado al terreno público la idea de aprender en contacto con la naturaleza. En Peitieiros, topónimo neneiro de un lugar de Gondomar a un paso de Vigo, arraiga este «cole» para niños de 3 a 6 años donde se enseña in situ, sobre la tierra, en zapatillas y botas de agua, mezclando edades. Abre un claro de esperanza en el sistema. Cada vez son más las familias que apuestan por centros rurales frente a urbanos, informaba en agosto La Voz. «Estamos empeñados en traer a natureza ás aulas, e está ben, pero sobre todo hai que abrir a porta e saír. Porque fóra está todo. As árbores, as follas, os matices da luz entre as ramas, os insectos... Observar a natureza é aprender. Encerrados, enfermamos. Tiñamos que estar fóra todo o día!», afirma Gladys García, de la directiva del CRA Antía Cal (en foto de archivo del 2017 sobre estas líneas).
COOPERAR, NO COMPETIR
Trece profesores integran el equipo de este proyecto que siembra el aprendizaje cooperativo (cooperación frente a competencia) y recoge el fruto dos años después de nacer con 67 alumnos. Hoy son ya 102 los que aprenden saliéndose de la vía trillada del trabajo limitado a fichas y páginas. «O Antía Cal é unha proposta diferente dentro da educación pública, o proxecto pode consultarse antes da matriculación porque entendo que non podemos gustarlle a todo o mundo», consideran. No son escuela bosque, dicen, pero aprenden del bosque. «Non somos Waldorf, pero damos importancia á calidade dos materiais e os ciclos da vida; non somos Montessori pero traballamos con moitos dos materiais. Non somos Reggio-Emilia, pero valoramos a importancia do medio na aprendizaxe», explica Gladys, que apunta a la necesidad, en plena era urbana y supertecnológica, de ganarle monte al cemento. «Fai falta máis espazo verde e menos pista futboleira. “Prohibido pisar o céspede?”. Ao revés, hai que pisalo e, mellor, a ser posible, descalzos!».

«Esto es lo contrario a la pedagogía del miedo»
Los niños «tienen una capacidad asombrosa, una capacidad para ver la esencia de las cosas que solemos perder de adultos», aprecia Paz Gonçalves, fundadora de Amadahi. En esta escuela de Dexo (Oleiros) con respeto a la autonomía de los pequeños nos dejan ver el bosque y nos dejan ver los árboles. «Amadahi nace de una inquietud», cuenta esta profe y montañera, cofundadora de EDNA. Tras estudiar Magisterio y sumar 24 años de experiencia en un «macrocentro», abrió la puerta y respiró. E invitó a respirar a otras familias. Tener a su hija fue el empujón para su iniciativa. Los hijos son, a menudo, padres de nuevas empresas.

La jornada arranca en este pedazo grande de tierra junto al mar entre mandarinos y eucaliptos, «en un aula sin paredes», con niños de 3 a 6 años. Hay, bosque abajo, hasta un laurel con nombre propio, «el laurel de Diego», por el cariño especial que le tenía un peque de la escuela. Entrar en este «cole» (una asociación sin ánimo de lucro que está a punto de convertirse en empresa y que aspira a ser centro de primaria) es salir. Descubrir. Respirar. «Los niños necesitan al menos cinco horas al día de juego para tener salud y crecer adecuadamente. A veces parece que lo olvidamos. Esto es lo contrario a una clase jaula, a la escuela y la pedagogía del miedo, del ‘Que no se manche, ‘Que no se caiga’... Ellos deciden hasta dónde trepan, a qué juegan, cómo juegan, con quién. Esto es una flor [Paz coge una] pero puede ser un helado o un micrófono... Un niño que juega libremente se conecta con lo que es y toma un montón decisiones. Es terrible que haya escuelas de 0 a 3 años con proyectos en papel. ¡Por favor! Pero es cómodo hacer una jaula y meter a los niños en esa jaula», plantea Paz.
La jornada (350 euros mensuales sin comida) puede incluir comedor (en este caso habría que pagar 110 euros más y los peques saldrían a las 15.30 horas), de kilómetro cero, cocina de proximidad «que se hace in situ». «Nuestro próximo reto es hacer la escuela comestible», adelanta Paz. Y aguza el apetito de la curiosidad...
¿No hay conflictos en este «cole»? «Sí, claro que los hay, pero el adulto no hace de juez, sugiere opciones, pregunta, respeta, es un modelo y un compañero. Ellos son sorprendentes ?afirma?. Tienen conversaciones maravillosas. Un niño le decía a otro: ‘¿Sabes? Yo voy a venir siempre a esta escuela. Porque me río mucho... pero también me enfado. Hay veces que me enfado como un dinosaurio». Fabuloso.

«Cada niño sabe hasta dónde puede trepar»
No hay días malos, apuntan las fundadoras de Amadahi y Nenea, «solo ropa inadecuada». Y es un matiz en el que coincide Foresta, otro abrazo educativo a la naturaleza, una propuesta alternativa para aprender al aire libre aprovechando lo que nos da el entorno, respetando los ritmos y la capacidad del niño. «Tendemos a hacerles adultos muy pronto», dice Noa Fernández, creadora de este «cole» de Vincios, entre el monte Alba y el Galiñeiro, en Gondomar. «El sistema les mete mucha prisa por crecer», y este es un mundo de adultos en general con poco tiempo para estar pero con afán controlador, hiperprotector. «Acabamos de empezar el segundo curso. Y estamos a tope. Foresta es lo más parecido a una escuela libre, pero esa libertad cuesta. Hay mucha gente que aún recela, que pregunta: ¿Pero entonces qué pasa, que los niños pueden hacer lo que les da la gana?», comenta Noa. Tenemos miedo a la libertad. Foresta, dice, «no se casa con nadie». Beben de pedagogías como Montessori, Summerhill o Waldorf, que tienen su historia y, aunque pueda parecerlo, no nacieron ayer, pero inspiran hoy un aliento de cambio en el modelo típico urbano. Foresta empezó a respirar en la aventura de dos profes, Noa Fernández y José Collazo, involucrados en campañas por la educación. En el 2011 recorrieron África en moto «y nos lo removió todo». Fue un viaje que les hizo volverse muy sensibles con la infancia, y conocer «proyectos inspiradores». La vida les aguzó la conciencia y al cabo de tres años les regaló vida, un embarazo de mellizos. Niño y niña llegaron en el 2014. «Fueron lo mejor que nos pasó», cuenta Noa, pero eso sí... «retrasaron un poco el proyecto». Tiempo al tiempo.
RESPETAR SUS RITMOS
La ratio en Foresta, donde la cuota mensual son 350 euros, es de dos acompañantes por 16 niños. Gran parte de la mañana se pasa fuera «y tendemos a comer y merendar al aire libre». «Hay que dar lugar a la infancia. Tenemos una higuera que cada uno trepa hasta dónde sabe que puede trepar», explica Noa. «Y ellos saben», puntualiza quien cree «poco» en el modelo educativo estándar. «Los niños tienen unos ritmos que es contraproducente no respetar -incide-. A veces crecemos y nos convertimos en adultos que no son conscientes de sus necesidades. Hay que tocar primero la infancia para evitar sesiones de psicoanálisis».
Hay que volver a perderse en el bosque, hay que andarse por las ramas de los árboles. Da gusto salir a conocernos.