Ellos también se sienten «malasmadres»: «No ayudo a mi mujer, la crianza es cosa de los dos»

YES

Oscar Vázquez

Tienen instinto «maternal», un vínculo propio con sus hijos y el complejo de culpa que nace de la responsabilidad. No son lo que se espera de un hombre. Cocinan un nuevo (y rico) modelo de paternidad. Hablan tres padres, uno de ellos asturiano

12 feb 2024 . Actualizado a las 18:01 h.

Él no ayuda, hace. «No ayudo a mi mujer con la crianza de mi hijo, porque entiendo la crianza como tarea de dos», desgrana Guillermo Orbea para que brille el matiz de la palabra, como una aguja en el pajar. Álvaro le ha dado la oportunidad a este ingeniero del metal de 30 años de sentirse más de casa y aprender paternidad. El sentimiento que le une a su bebé de 9 meses, admite, tiene mucho de instinto maternal. Ternura, apego, sentido de la responsabilidad. Él se siente a veces «malamadre», dice en un guiño a un club que trasciende géneros con humor. Y es un sentimiento que confiesa a YES el neuropsicólogo Álvaro Bilbao, autor del bestseller El cerebro del niño explicado a los padres: «Me siento muy identificado con El Club de las Malasmadres, con el hecho de no llegar a todo, con las preocupaciones que sientes».

 A Guillermo no le va el modelo que excluye en casi todo al padre «y lo convierte en un inútil. Y si me siento mal es porque es Eli la que lleva el peso. En el trabajo, como a la carrera y pienso en volver a casa. Cuando salgo de trabajar vengo corriendo. Siento la necesidad de estar con mi hijo. Y me hace falta estar más tiempo del que estoy», asegura Guillermo, que no es, por lo que veo, oigo y cuenta su pareja, lo que se espera en muchos casos de un hombre, determinación, fuerza, la autoridad resuelta del «porque lo digo yo».

Desde la Escuela de Mamás de Ames advierten que va a ser difícil encontrar un padre que se sienta madre, buena o mala, porque la paternidad tiene el lastre del prejuicio y el orgullo, y acusa el peso de lo que un «mal padre» suele ser en realidad. Pero aquí están Guillermo, Alberto y Jorge dando la cara por otros, cocinando un nuevo modelo de paternidad. «Te va a costar encontrar otros como él...», dice Eli de Guillermo con un cariño que es un desafío. Este padre singular creció en el Llagú, un pueblo de Asturias, en un nido avanzado en igualdad. «Mi padre era el que cocinaba. Trabajaban fuera los dos, mi madre y mi padre, pero él hacía la comida, limpiábamos todos, hacíamos las tareas del campo... Yo mamé eso, la igualdad la vi en casa», dice Guillermo. Sin comulgar con el viejo modelo de «El padre fuera y la madre en casa», la vida les ha llevado a eso, dice. «Es Eli la que se ocupa más de Álvaro, cien por cien, pero nuestros roles hasta ahora habían sido los contrarios. Hasta que llegó nuestro hijo, ella siempre fue la que tiró de la economía, y yo el que estaba en casa, ordenando, ocupándome de la limpieza, de los menús y lo demás», revela Guillermo.

Una elección de dos

Eli se volcó en su carrera hasta que la maternidad le dio el alto en el camino. «La elección de frenar yo fue cosa de los dos. Él es más joven y puede impulsar su carrera ahora. Yo llevo 20 años trabajando y cuando nació mi niño sentía que me lo pedía el cuerpo», explica ella. «Lo malo es que, en realidad, no estamos en compartir roles 50-50, porque ella lleva el peso y yo casi siempre estoy fuera trabajando. Por eso me siento malamadre... Y llego a casa con esa cosa de ver a mi hijo, de atenderle, sabiendo que me pierdo cosas. Para mí, aparte de mi mujer, él es lo más importante. Yo no llego en plan ‘Tengo que descansar, que vengo de trabajar’. No, llego y me pongo», cuenta Guillermo.

Él vive hoy con sus dos amores, Eli y Álvaro en Meis, a 400 kilómetros de la red familiar. Y esto, dicen, es duro. Pero no falta la luz. Con el fin de semana llega el sol que más valora Guillermo, tiempo con su hijo. El momento de «coger al niño, ponérmelo en la mochila de porteo y salir al bosque. ¡Me encanta!, y Eli tiene unas horas para desconectar... Así que si no llueve cojo al niño y nos vamos al bosque. Y tengo ese momento de estar los dos solos. Mi vínculo, sin necesidad de que pase siempre por la madre», cuenta quien no da el pecho, dice, porque no puede, y lanza una pregunta: ¿Por qué tenemos que sufrir los padres de hoy los prejuicios de otras generaciones?

Alberto Vargas: «¡Papá, tú eres mi madre!, dice mi hija»

¿Para cuándo un Club de los Malospadres? «¿Para qué, para hablar de fútbol?», bromea Alberto Vargas, de 54 años, padre de dos «buenoshijos» creciditos, de 19 y 23 años, que entiende «ser malamadre como un sentimiento» que supera el género. Pero él es uno, no uno más. «Buenos padres... conozco pocos; alguno sí, pero la mayoría no saben qué significa la corresponsabilidad». A Sevilla nos hemos ido, siguiendo la pista de El Club de las Malasmadres, fundado por Laura Baena, en busca de un pionero en esto de pringar a tope por amor.

 «Siempre me sentí malamadre», dice Alberto. ¿Y no sientes pudor al confesarlo? «¿Cómo me va a dar pudor si llevo 20 años ejerciendo?, responde entre risas. Quizá el nombre de malamadre está mal escogido, o perfectamente escogido, según se mire. Ser malamadre es un sentimiento, pero no es fácil explicárselo a los amigos. El amor y el cariño a los hijos no tiene sexo», dice. El feliz padre de Victoria y Alberto siempre llevó su apego con naturalidad. Él creció en Amate entre niñas y mujeres. «Mi mundo siempre ha sido femenino. Me criaron mi abuela y mi madre, pero en mi caso lo más particular es que, de mi año, mis amigos eran casi todo niñas. Los niños estaban al fútbol. En el instituto, las hormonas juntaron a niños y niñas, y yo prefería ir al cine... solo. Y desde que empecé a trabajar tengo mayoría de compañeras. Curiosamente, mis amigas de la infancia hoy están más en cumplir los roles profesionales masculinos», resume años en minutos este informático rompedor.

 El sentimiento de culpa suele atribuirse a las madres, admite, «pero no implica exclusividad, eh», matiza él, que se incorporó al hogar sin hacerse de rogar. «Nacemos feministas y el entorno y la sociedad nos van haciendo machistas, duros, seas hombre o mujer», plantea quien enseguida se sintió identificado con Laura Baena, la malamadre jefa. «Cuando mis niños eran pequeños, me sentía culpable de que estuviesen a cargo de una cuidadora. Tuvo un descuido con la medicación y de pronto me entraron ganas de abandonarlo todo para cuidarlos yo. Hice números y pedí la reducción de jornada», cuenta quien sigue con la madre de sus hijos, que, dice, vivía más atada al mercado laboral. «¡Papá, eres como las madres de mis amigas, eres mi madre!, dice mi hija», comparte Alberto, quien, por cierto, no se pierde una malasmadres’s party. «Soy uno entre mil en esas fiestas», bromea. Y pone el acento en la sensibilidad y los cuidados, y toda la fuerza en el color del amor. 

XOAN CARLOS GIL

Jorge Martínez: «Los padres cada vez están más implicados»

En casa, con las manos en la masa, a punto de freír unos filetes para la cena, pillamos a Jorge, y catamos lo que viene a ser el día a día de una familia con niños. Él se siente bien definido como padre de Xabier y Celia, y es parte de un equipo en el que en este momento falta mamá, Marta. ¿Hacéis equipo en casa? «Si, ¡y muy bien! Tenemos corresponsabilidades. Este año, ella se ocupa más de los niños porque yo tengo que ir a Santiago todos los días y hasta las cinco de la tarde no vuelvo», advierte Jorge para que conste en acta. Los fines de semana, a los dos les toca limpieza y plancha. «Y durante la semana, como Celia y Xabier van a actividades distintas, nos lo repartimos», explica Jorge, que enumera sin perder fuelle las labores domésticas que tantas veces van al cesto de los trabajos «invisibles». Como si nadie tuviese que lavar los trapos sucios...

Marta, científica, a veces tiene que viajar semanas. «Cuando viaja, yo me encargo de todo, claro. Pido días en el trabajo», dice Jorge, funcionario. Hasta hace un año vivían en A Coruña, y «la tarde con los niños era toda para mí, hasta que Marta volvía de trabajar», dice quien sabe lo que es llevar el peso de la casa. «Con el hijo mayor llegamos a quedar un mes solos, porque Marta tenía que estar fuera por trabajo... Era el primer hijo, yo no tenía experiencia, y no lo debí de hacer muy bien. Me sentí muchas veces inexperto», confiesa Jorge. ¿Malamadre? «Pues  sí, por no dedicarles a los niños el tiempo que merecen. Criar hace cambiar la forma de ver las cosas. Como padre fui aprendiendo. Lo esencial son los niños, después viene el resto», dice con una seguridad ganada a pulso.

El tiempo corre, pero el tren de la vida y las extraescolares va más rápido. «Desde que estamos en Vigo, echo en falta tiempo con ellos. Me gustaría tener más tiempo de ocio juntos, estar, disfrutar con los dos, aunque sea solo para charlar», dice Jorge dándole la razón al sentimiento.

Un padre y una madre, estima, pueden asumir los mismos roles «perfectamente». «Pero no estamos educados para eso. A mí la que me crió fue mi madre. Eso está cambiando, cada vez hay más padres en la puerta de los coles y en las actividades. Sigue siendo mayoritario el número de madres, pero veo cada vez más padres implicados con los hijos, eso sí», concluye quien cultiva el vínculo con sus hijos muy de cerca, dispuesto a entregarse en todo para llevarse el premio gordo, su confianza.