TIENEN MILES de seguidores en las redes sociales y sus obras son arte puro sobre lienzos de piel. Hoy en YES recorremos los estudios de tres de los mejores y más reconocidos tatuadores de Galicia
26 mar 2019 . Actualizado a las 00:55 h.Cuando Susan decidió tatuar, nadie quiso enseñarle. Sus amigos tatuadores, a quienes les montaba las máquinas, les acercaba las tintas o los ayudaba durante el proceso, la abandonaron. Se alejaron de ella. Le dijeron que no. Era el 2008 y ella, con 18 años, intuyó que una mujer estaba condenada a otras actividades, menos a dibujar sobre el cuerpo. «Las chicas no valen para tatuar», recuerda que le dijeron.
Pero ella, Susan Alejandra Patiño Toro -que había crecido en medio de un país violento, que había esquivado la muerte no pocas veces- se rebeló. Contra el statu quo, contra sus amigos, contra el tiempo. Hacía dos años que ya colocaba piercings en algunos estudios de Sogamoso (su ciudad natal), en Boyacá, Colombia; y se había mudado a Bogotá para aprender a tatuar cuerpos. Ahí conoció a Ricardo Romero, un famoso artista que le enseñó la técnica y le mostró el camino.
Después todo fluyó, como su mano derecha recorriendo brazos, piernas, bíceps, espaldas, torsos, vientres. Experimentó, pulió su técnica, y tatuó una y otra vez en busca de su estilo. Hace cuatro años llegó a A Coruña y en el 2017 montó La Tatuajería, un estudio con casi seis mil seguidores en Instagram, al que acuden jugadores de fútbol, artistas y clientes como Iván Pérez, un joven cuyo cuerpo es un lienzo artístico que Susan acaba de completar con la figura de Tutankamón y una mándala.
Porque las mándalas son su sello personal, «un símbolo de equilibrio, perfección, eternidad, pero también del florecer, del crecer». Las descubrió mirando los diseños de Laura Firth, una tatuadora inglesa, quien junto a Chester Lee son sus influencias en un oficio que ella califica como «un reto, donde cualquier error se notará. Por eso mi tarea es hacerlos perfectos en papel y en la piel, porque son la representación de la vida misma».
UN ARTE VIVO
Aunque sus orígenes datan de hace más de cinco mil años -el hombre de Ötzi u ‘hombre de hielo’, en cuyo cuerpo se encontraron 61 tatuajes, es la referencia más antigua-, todavía hay pegas contra el tatuaje. Que es dañino, que malogra la piel. Que es impedimento para que te contraten o para donar sangre. «Todos falsos. El tatuaje no le hace daño a nadie, y actualmente no te dice que seas delincuente, ex presidiario o ex marinero», dice Rubén Pita, dueño de Nora Tattoo, un estudio de referencia en Santiago.
Diseñador gráfico de profesión, músico y cantante autodidacta, Pita empezó a tatuar hace diez años en un local de su barrio, O Castrillón, en A Coruña. Se inclinó por el realismo black and grey debido a su vena artística. «Me gusta mucho la fotografía, los encuadres, los retratos, las esculturas, los animales, la naturaleza, el mar. Con el paso de los años incorporé textura a mis tatuajes», cuenta.
Ya no recuerda cuántas obras (de animales, rostros, fotos) ha inmortalizado sobre la piel de sus clientes, pero sí una que le fascina: un niño que se marcha de casa cargando una alforja sostenida por un palo. Lo dibujó en un bíceps. «Cuando haces un tatuaje no puedes pensar en la foto en Instagram, sino en que debe curar lo mejor posible y permanecer», dice.
Memoria, rebelión, testimonio, arte. Todo eso es un tatuaje, y así lo entiende Pita, quien intenta marcar el paso del tiempo en sus dibujos. «Por eso los hago reales, gastados, deteriorados, animales con rasguños, rostros con arrugas», explica y luego añade que más que un negocio, es una gran responsabilidad: un tattoo es para toda la vida.
Apenas uno entra en PXA Body Art, en Pontevedra, puede ver que sobresalen unas vitrinas que contienen camesetas autografiadas por famosos futbolistas, como Dani Alves o Adriano, para Pedro Pérez González, el dueño del local. En la misma pared hay fotos enmarcadas de Samu Rico, tatuador de Neymar que acude con frecuencia como invitado a este estudio.
Sin embargo, entre los tatuadores residentes de PXA destaca Óscar Capelas, de 33 años, dibujante, escultor y diseñador gráfico, que hace seis años se adentró en el mundo del tatuaje. Hoy tiene 25.000 seguidores en Instagram y una larga lista de dibujos realistas esculpidos sobre piel: tigres, panteras, rostros de mujeres, de niños, de varones, de famosos, vírgenes, fieras.
«El tatuaje es un lienzo vivo, y ningún tatoo es igual a otro porque cada persona es un mundo», dice Capelas mientras desliza la máquina sobre la espalda de Gustavo Cabral, futbolista del Celta de Vigo. «El mayor pago no solo es tatuar a un futbolista, sino que te escriba una persona desde México o Nueva Zelanda y que te digan que te han elegido para tatuarse. Piensas: ‘¿es broma?’. Pero no: preparas la tinta porque este loco se va a recorrer medio mundo para tatuarse aquí», interviene Pérez y suelta una risa larga.