¿Qué mejor plan que salir en barco para ver anochecer desde uno de los puntos más occidentales de Europa? Embárcate en este viaje espiritual que te llenará el alma y la vista. Un momento especial para el que no necesitas ser peregrino para vivirlo
22 jun 2019 . Actualizado a las 09:59 h.Son las ocho y media de la tarde y en el muelle de Fisterra ya todo el mundo espera el mejor momento del día. El último. El que separa la luz de la oscuridad. La atmósfera es relajada. Tranquila. Porque para muchos Fisterra es el colofón final, la última etapa del Camino. Y, para otros, un lugar mágico, lleno de historias y leyendas que atrapan. Y eso se nota en el ambiente. ¿Qué mejor manera que terminarlo con una ruta marítima y disfrutar del último rayo de sol en el punto más occidental de Europa?
Eso fue lo que pensó Oliver Moure cuando hace años decidió implantar esta ruta por la costa a última hora de la tarde: «Fuimos los primeros en hacerlo en Fisterra. Me di cuenta de que venían muchos peregrinos a ver la puesta de sol al faro. Entonces surgió la idea de hacer esta ruta turística», explica la cabeza visible de Cruceros Fisterra, que organiza estas rutas todos los días que el tiempo lo permite desde Semana Santa, aunque no es la única naviera que ofrece estos servicios.
Una vez dentro del María Elena, los pasajeros inician también una especie de viaje espiritual desde que salen del muelle. La travesía hace un recorrido por la costa. Llega a las playas de Sardiñeiro y Estorde hasta vislumbrar las islas Lobeiras. También desde el mar se puede ver el monte Pindo. Como no puede ser de otro modo, la ruta está amenizada por empanadas variadas y refrescos, vino o cerveza, mientras suena la música por el altavoz del barco.
Nieves Santos es una de las asiduas a hacer esta ruta. Siempre que tiene oportunidad no duda en embarcarse en esta especie de viaje espiritual. Irene, Valeria, Aroa, Lucía y Adriana la acompañan en esta ocasión: «Ir no barco é unha sensación distinta e cando está despexado como vai ser hoxe é precioso», dice esta mujer que muestra el paisaje desde el faro hasta el ocaso. Para Nieves esta es al menos la quinta travesía que hace al anochecer en barco: «E as nenas máis», puntualiza. Y no descarta que no sea la última: «Encántanos», confiesa.
María Lozano Leal también se ha decidido a vivir esta experiencia. A esta valenciana, Galicia la ha atrapado de tal manera que ya no concibe vivir lejos de estos paisajes. Es curioso porque se trata de un perfil recurrente en esta ruta. Como es el caso de Marisa, burgalesa de nacimiento pero gallega de corazón. Que confesó en otra de estas travesías que llegó a la Costa da Morte hace años, de vacaciones, y desde entonces supo que este era su sitio, que había algo que la aferraba a esta tierra con tanto empeño que no sabía explicar bien qué era. O el de una pareja de franceses que sintieron amor a primera vista con esta esquina del mundo. Llegaron de Toulouse a la Costa da Morte interesados por el trabajo que había realizado Manfred Gnädinger, conocido como Man o El alemán de Camelle, pero descubrieron algo mucho más interesante para ellos: el escenario perfecto para vivir el amor que ambos se profesan. Al igual que ellos en viajes anteriores, María también se ha embarcado en su particular viaje por la vida desde Corrubedo, lugar donde se ha establecido. La idea de ver la puesta de sol desde el mar surgió casi de casualidad. Ella se desplazó hasta Fisterra para ver a su amigo Ángel Rodeiro, un peregrino «con solera» como ella lo define porque lleva ya muchos caminos a su espalda. Y una vez en el fin del mundo, no dudaron en subirse al barco: «Para mí era una espina que tenía desde hace muchísimos años. Siempre que venía a Fisterra, me recordaba que tenía que venir porque desde hace muchísimos años llevo conectado a la página del Facebook de Oliver -de Cruceros Fisterra-. Y hoy ha sido el día», confiesa esta enamorada de Galicia, mientras su acompañante disfruta de este momento tan especial: «Es muy bonito», reconoce este experto en caminos de Santiago.
Poco a poco, los pasajeros se van embriagando de la brisa. No hay nada que les haga perder la atención. La inmensidad del mar y el paisaje van calando y lo que de verdad apetece es callar y solo ver, oír y sentir.
El motor se detiene
En ese momento, el barco se acerca al cabo de Fisterra. El faro que a tantos marineros ha ayudado se erige triunfal sobre las rocas. Mucho tiene que envidiar la neoyorquina Estatua de la Libertad a este monumento a la vida, al mar y a un trabajo que ha sido el motor económico de todo un pueblo durante décadas. Ahí está. Triunfal, entre los últimos rayos dorados. Y el silencio se apodera del pasaje. El motor se detiene. Solo se escucha la música relajada y la brisa del mar. Lorenzo, dice adiós. O más bien, hasta luego. Se acerca sin prisa, pero también sin pausa a la línea del ocaso y cambia el amarillo por otros tonos aún más cálidos, como naranjas y ocres, que se complementan con el gris de las nubes que salpican este cielo de junio.
Lorenzo, presumido, sabe que es el rey. Que ahora es él el que capta todas las miradas. También, los objetivos de los móviles. Algunos optan por inmortalizar el momento con alguna instantánea, otros, en cambio, prefieren disfrutar sin filtros de lo que ven. Saborear el instante con una copa de buen vino y brindar por la vida.
Son casi las diez y media. Y Lorenzo ya se ha ido, pero aún queda su luz, un cielo resplandeciente que nos dice que mañana volverá. Nosotros también volvemos y el barco regresa al muelle. En el mar se queda el bullicio. Es curioso cómo una simple puesta de sol puede cambiar el ambiente. La paz se impone, mientras en el altavoz se oyen los versos de Rosalía, la nuestra. Y todos llegamos a puerto con energías renovadas. Dispuestos a seguir viviendo más atardeceres como este.