Julien Warnand | Efe

30 ene 2020 . Actualizado a las 19:51 h.

Tiene O que arde todas las bendiciones de la crítica y la emoción asegurada de quien la ve. Oliver Laxe enhebra en esta película aclamada por donde pasa la melancólica despedida de un mundo acosado por bulldozers, eucaliptos e incendios, lo que la convierte en un zarpazo político feroz envuelto, eso sí, de poesía, que es siempre una redención individual.

Pero O que arde es también una descomunal excusa, la dichosa oportunidad de conocer a Benedicta Sánchez, 84 años que el martes por la noche descendieron de un brinco asombroso las escaleritas del escenario del Teatro Principal de Santiago, el Curtocircuito de gala, todo voluntad y clase, con su belleza enjuta y oriental y la melena blanca blanca trasladada siempre de medio lado, esa melena que Laxe le exigió que se dejara. Claro está que la belleza no caduca ni envejece.

Benedicta llegó a O que arde dispuesta a que la vida la sorprendiera otra vez como viene haciéndolo desde que su madre la parió en O Corgo, Lugo. En el primer cásting, cuando Laxe la conoció -el martes se volvió a ver en Curtocircuito esa prueba, quizás para que comprendiéramos qué huellas dejan las películas en quienes las hacen- asoma una primera Benedicta previsible, la que el prejuicio espera.

ALBERTO LÓPEZ

Pero cuando el director la incita a hablar asoman de pronto las capas de una vida incompatible con la época y la España en las que creció, aquella España que trataba como lo hacía a las mujeres, todas ellas personas subordinadas con los derechos comprometidos y la libertad cercenada. Benedicta tenía otros planes para ella y por eso la atención que hoy recibe por su papel en O que arde es una poética conclusión a una vida rebelde. Gracias al escaparate de la película hemos sabido que Benedicta es vegana desde los años cincuenta, que fue fotógrafa social en Brasil, que viajó por todo el mundo a partir de 1964, que Siria la impactó, que fue alpinista y montañera. Cuentan que durante el festival de Cannes, que premió la película y sucumbió a su carisma revoltoso, se escapó a hurtadillas hasta el puerto, descalza y ligera como es, porque de allí había salido muchos años antes y aquel regreso era la prueba de que su vida rima. Poco que ver con esa «viejuca con azada» que confesó ser en alguna de las entrevistas que le han hecho en estos meses de fama súbita.

En el primer guion de Oliver Laxe y Santiago Fillol, la madre y el hijo protagonistas tenían otros nombres. Pero Amador Arias y Benedicta Sánchez llegaron al casting para apropiarse de los personajes y entregarles hasta sus apelativos. Amador, el que ama; Benedicta, la bendita.

De cuántas Benedictas de 84 años jamás sabremos su historia.