
COCINAR EN LA ANTÁRTIDA. En la base científica Juan Carlos I la hora de la comida no solo sirve para alimentar al personal sino también para sociabilizar en el lugar más remoto del mundo
08 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.En la cocina de la base Juan Carlos I se produce cada día una pequeña revolución. El concepto de gastronomía alcanza nuevas dimensiones. No se trata solo de alimentar al personal científico y técnico. El menú debe tener en cuenta otras muchas cosas. «Estamos en la Antártida y la consigna número dos, después de la seguridad, es reducir al mínimo el impacto humano. Antes de comenzar la campaña hay un plan en el que tratamos de responder a tres preguntas: ¿qué llevamos, cuánto y por qué? Traer cosas hasta aquí ya requiere una logística importante. Tenemos que producir la comida justa y necesaria para tratar de generar el menor número de desperdicios», explica Dani Cortés, responsable de cocina de la campaña antártica española en la isla Livingston. Uno puede alcanzar el equilibrio entre ofrecer un excelente y sostenible servicio cuando opta por un modelo de cocina basado en una idea: descomponer el menú. «Cada ingrediente debe poder adaptarse a otros muchos platos», comenta. El resultado es una dieta espectacular de la que doy fe. Cuando uno viaja a la Antártida intuye que ciertos privilegios desaparecen automáticamente. Siempre pensé que lo de comer bien sería uno de ellos, pero me equivoqué por completo.
AGUA DE GLACIAR
Hace 33 años, los científicos españoles decidieron levantar la base sobre una playa en concreto de la isla Livingston por una razón importante, la presencia de agua dulce. Existe un glaciar cerca que se funde y nutre a un lago que a su vez alimenta a un río que llega directamente hasta las instalaciones. El problema es que el agua de glaciar tiene pocos minerales. El menú debe compensar este déficit. «Aquí no solo se tiene en cuenta el sabor de la comida. Afortunadamente tenemos una base sólida que no es otra que la dieta mediterránea. A partir de aquí tratamos de reforzar el consumo de frutas y verduras. Contamos con una pirámide nutricional y nos ceñimos a ella. Esto nos permite cubrir la falta de minerales que hay en el agua», dice.
En la Antártida uno está lejos de todo y de todos. El personal de la base se convierte de repente en tu familia. Y para que todo funcione en este lugar tan remoto de la Tierra, la cocina juega un papel fundamental. Aquí se ha creado un nuevo concepto: la alimentación como fórmula para sociabilizar, algo que Dani, que ya lleva unos cuantos años aquí, mima con cariño. «Estamos en un lugar con pocos recursos en cuanto a cosas que se pueden hacer o distracciones. Intentamos involucrar al personal en la elaboración de los alimentos. La cocina está siempre abierta para que cualquier persona pueda participar y aprender. Esto ayuda a que todo el mundo pueda abstraerse por un momento de su realidad limitada», asegura.
Personalmente he sido testigo de la importancia que tiene esta forma de entender la cocina. Cuando estás aquí los sentimientos afloran rápidamente. Una buena convivencia resulta imprescindible para que uno pueda disfrutar de una experiencia única en la vida. Y es precisamente durante las comidas cuando he podido ir conociendo a cada una de las personas que trabajan en la base. A veces un comentario sobre lo buena que está la comida puede servir para romper el hielo con un compañero con el que todavía no has podido hablar. «Una alimentación sana y atractiva favorece que este tipo de cosas ocurran».
En la cocina española más austral todo es gratis, porque en la Antártida no existe el dinero. Todo pertenece a todos y siempre que haya algo puedes cogerlo sin problema. Realmente es una experiencia increíble vivir con los bolsillos vacíos. También me han dicho que cuando uno vuelve a la civilización, el choque es brutal.
A menudo se organizan eventos en los que la comida es protagonista. Durante mi estancia en Livingston he acudido a la base búlgara para participar en una barbacoa. De nuevo la comida era la excusa para quedar con los científicos de la base vecina con la que hay una excelente relación. Es otra de las cosas extraordinarias que suceden aquí. En la Antártida no existen fronteras. Las naciones colaboran entre sí en favor de la ciencia, y el ambiente entre los diferentes países es excepcional. Joan, el jefe de la base española, me confesó mientras saboreábamos la carne, que los búlgaros estaban ofreciéndonos toda la comida que tenían. Por cierto, que la carne estaba buenísima.
Los sábados la cocina vuelve a ser un lugar de encuentro para evadirse. Por la noche llega el turno de las pizzas. Todo el personal echa un cable y cada uno se esfuerza por tratar de elaborar la mejor de todas. Hay un pique muy sano por conseguir hacer la más rica de todas. «Los domingos por la noche proponemos que cada uno se haga sus propias tostadas con embutidos. De nuevo es un momento relajado para que la gente comparta los planes que tiene previsto realizar la siguiente semana», finaliza Dani.