Coitus interruptus

La Voz DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

MABEL RODRIGUEZ

02 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El tono vital que ha ido imponiendo Pandemia se parece bastante al sexo torpe entre adolescentes. Han sido semanas de coitus interruptus, a cobijo en casa y con el futuro en suspendido. Era fácil intuir que fuera las cosas no andaban bien pero por imposición ministerial se hizo fuerte en nuestras cabezas el mantra vital de la gran Escarlata O’Hara: ya lo pensaré mañana. Ese espíritu de la marcha atrás, que suele indicar que la actividad íntima no progresa adecuadamente, ha excitado el botón de la nostalgia, un resorte evidente que manifiesta la convicción compartida de que refugiarse en el pasado nos ofrece certezas que somos incapaces de encontrar en el porvenir, en el que intuimos la textura pegajosa de la incertidumbre y el miedo.

En ese descomunal coitus interruptus denominado eufemísticamente confinamiento y desescalada las mentes encerradas han tirado de la morriña como si las últimas semanas hubiesen sido un domingo perpetuo en el que te lanzas a los cajones y a los álbumes de fotos con los que has construido tu memoria de papel, mucho más incontestable que la de los hechos vividos. Ha sido un tiempo de revisiones y de reencuentros, de charleta digital con amigos a los que la antigua normalidad había convertido en un confortable recuerdo y a los que de repente necesitaste para convencerte de que, a pesar del descalabro, seguías siendo la misma.

Algo de todo esto han detectado los programadores de televisión que llevan días ventilando archivos para recuperar viejas series. Es como si lo último ya no fuese lo primero, porque las novedades ahora son sospechosas, acostumbrados a que el parte de noticias diario sea una sucesión de calamidades. Primero fueron las sanitarias pero ahora serán las económicas y, ya verán, enseguida las políticas.

NOSTALGIA SOBREVENIDA

En TVE programan desde hace días Cañas y barro, estrenada el 26 de marzo de 1978 en una España tan distinta a la de ahora que devoró la estupenda adaptación de la novela de Blasco Ibáñez. Volver a verla tantos años después ajusta el dial de esa soberbia tan siglo XXI en la que nadábamos antes de Todo Esto, instalados en la convicción de que solo lo último era valorable y empeñados en poner fechas de caducidad y obsolescencia cada día un poco más desquiciadas.

En Antena3 preparan secuelas de Los hombres de Paco, El internado y Física y química, y la TVG ha devuelto a la parrilla Pratos combinados. Hasta Emilio Aragón se erigió ante Jordi Évole como el médico de España al sugerir que su dulzón Nacho Martín podía consolar a tanto espectador desconcertado.

Nos quedan meses de nostalgia sobrevenida. Y será más acusada cuando salgamos al fin a la calle y el consejo de Escarlata O’Hara ya no valga. Será fuera cuando al fin nos demos cuenta de cómo hemos cambiado.