Vueltas de campana. Su vocación por la religión le vino de niño, pero un grave accidente de tráfico a los 26 años le cambió la vida en todos los sentidos. Ahora disfruta del amor de su mujer y su hijo y de su pasión por la música
01 dic 2020 . Actualizado a las 16:37 h.Emilio Alonso tenía 29 años cuando decidió apartarse de su camino como cura y encarrilar su vida en otra dirección. Ahora está casado, tiene un hijo precioso y acaba de publicar su segundo trabajo como cantautor, Si no lo digo reviento. Ha vivido historias de todos los colores hasta llegar aquí y, a pesar de que su humildad le impida verse como protagonista de nada, todas ellas merecen ser contadas. Emilio nació en el concello ourensano de Maside en 1975. Con 10 años comenzó a estudiar en el Seminario Menor, de ahí pasaría al Mayor y después a cursar sus estudios en Teología. Así se acercó a la religión. Su ilusión por la música le llegó a los 14. «Me apunté a clases de piano. Ya en los años noventa se puso de moda el fenómeno de cantautores y me enganché al disco Mano a mano de Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute, así que me pasé a la guitarra de forma autodidacta», dice. «Me llamaban la atención sus letras y que fuesen capaces de llenar a cientos de miles de personas dispuestas a escucharles en un estadio», añade el ourensano. Javier Álvarez, Pedro Guerra o Ismael Serrano se convirtieron en sus grandes referentes.
Por aquel entonces todo su cosmos era la Iglesia, por eso contactó con la música en directo a través de los festivales de la Canción Misionera de Ourense. Lo ganó por primera vez en 1998. Dos años más tarde fue ordenado cura y en el 2001, cuando ya estaba al frente de una docena de parroquias de Calvos de Randín, un gravísimo accidente lo puso todo patas arriba. «Era fin de semana y había ido a cenar a Xinzo con unos compañeros de otras parroquias. Llevaba semanas acumulando estrés cansancio. Cuando regresaba no sé que pasó, si me quedé dormido o me dio un bajón, pero perdí el control del coche, que empezó a dar vueltas y a caer monte abajo. Estuve atrapado en el maletero durante más de tres horas, creo que inconsciente, y con las piernas hacia arriba», relata. Daños severos en la femoral, dos meses sedado, tres ingresado y finalmente la amputación de una pierna fueron el resultado del accidente que supuso un antes y un después en la vida de Emilio. A partir de ahí quedó incapacitado para hacerse cargo de las parroquias. Se acabaron el trato con los vecinos, el servicio desinteresado con ellos, el brindar su ayuda y su comprensión al prójimo... motivos que en su día lo llevaron a hacerse cura. «Pasé a llevar temas de inventario en la Vicaría. Llegó un momento en el que era lo mismo trabajar en el obispado que en un banco. Tenía veintipico años, estaba jubilado como cura, sin ninguna motivación ni visión de futuro, y en parte sentía que la Iglesia se había desprendido de mí», admite. Por eso en el 2004, a punto de cumplir los 30, lo dejó. No sin que antes le pidiesen que se tomase un año para pensarlo. «Prefería estar un año fuera, equivocarme y volver, a estar otro más dentro y darlo por perdido. Necesitaba recuperarme a mí mismo y demostrarme que podía seguir haciendo cosas que me hiciesen feliz», dice. Lo consiguió. Nunca le faltaron la creatividad ni el esfuerzo o la implicación. Así comenzó a buscar trabajo y a estudiar una oposición. Es administrativo y no ha dejado de promocionar internamente hasta ahora, que acaba de aprobar los exámenes de gestión.
La música tardó más en brotar de su garganta de nuevo. Tuvo que esperar hasta el 2016 para volver cantar. Y en ello tuvo mucho que ver su mujer, Sandra Marín. «Es el amor de mi vida. Ella también participaba en los festivales de la Canción Misionera y poco después de dejar de ser cura, nuestra amistad se convirtió en algo mucho mayor», dice Emilio. Y aclara: «A veces idealizamos que tiene que haber una mujer para que un cura renuncie. Sandra no tuvo nada que ver, en el momento que yo lo dejé y me abrí al amor, me enamoré de ella». El amor lo profesan ahora también hacia su hijo Rubén. «Retomé mi relación con la música al mismo tiempo que intentaba retomarla con la Iglesia, que no me lo puso nada fácil. Tocaba y cantaba en actos solidarios y también en eventos organizados por el Círculo Poético Ourensán, a quienes siempre estaré agradecido por su apoyo y ahínco», explica.
En el 2017 vieron la luz las doce canciones que conforman su primera maqueta, Vueltas de campana. «Mi vida dio un cambio radical, tanto física como ideológicamente, y sentía la necesidad de expresarlo», dice. En sus letras habla de todo lo que le ocurrió desde un punto de vista simbólico y hasta poético, repleto de ritmo y melodía. Es muy fácil ahondar en sus canciones, que invitan a reflexionar. Ahora lo ha vuelto a conseguir con su segundo trabajo autoeditado, Si no lo digo reviento, que publicó hace apenas unas pocas semanas. En él habla de amor y de desamor. «Estoy muy feliz de poder seguir luchando por mis sueños», afirma. Dice que no se arrepiente de ninguna de las decisiones que le llevaron a su vida actual. «Uno es quien es gracias a todas sus vueltas de campana. Yo ahora mismo soy feliz», termina. No está seguro de si todavía cree en Dios, tiene tiempo todavía de averiguarlo. Junto a su familia y entre sus canciones.