Tiene pinta de que la sentencia de Carolina Herrera tendrá suerte en las hemerotecas digitales: «Solo las mujeres sin clase llevan melena después de los 40». La parvada de la diseñadora venezolana suena parecida a otras empeñadas en conceder semántica e instrucciones de uso al cuerpo de la mujer, una tentación sobre la que hay abundante literatura y en la que destaca aquella de Wallis Simpson, «nunca se es lo bastante rica ni lo bastante delgada».
Pero volvamos al axioma existencial de Herrera, highclaser caraqueña, marquesa consorte de Torre Casa y autora pertinaz de greguerías como la que confesó a una revista de moda de Nueva York hace un tiempo: «Jamás me muevo por debajo de la calle 59». Es para la almendrita en la que transcurre su existencia, el inaccesible Upper East Side neoyorquino, para quien sigue hablando Herrera, convencida de que la clase va escrita en los centímetros precisos de tu melena o en el distrito postal en el que habitas.
Carolina tira de su opulenta existencia para escribir los mandamientos de eso que ella llama clase y que se parece a los viejos estamentos o a las castas indias, pero en occidental. Lo hace con el descaro displicente de quien se cree que sus privilegios la hacen mejor y que la pobreza y hasta la media clase son un defecto de forma de los humanos serie b.
Ahora su furia sosegada de camisa blanca y cardado apunta hacia las mujeres de más de 40, a las que nos mete en una casilla con normas inviolables si queremos tener categoría.
La sentencia de Carolina trasciende justo en la semana en la que la Academia le concede el Goya de honor a Ángela Molina, esa grandísima melena de más de 40 que encierra una evidencia: la que tienes poca clase eres tú, Herrera.