Es una de los grandes agujas de este país, pero él prefiere quitarse mérito. Y no tiene remilgos en reconocer que alguna clienta se ha ido dando un portazo: «Esos son los trajes que nunca olvidas», dice. Perfeccionista hasta la saciedad, reconoce que a la vida hay que ponerle «¡más lentejuelas!»
21 mar 2021 . Actualizado a las 17:16 h.Tenemos hilo directo con el taller de Lorenzo Caprile. Mientras esperamos que se ponga al teléfono, suena de fondo el famoso Can Can de Offenbach, más conocido popularmente por la letra de Somos chicas pistoleras, y recibimos un chute de energía antes de que el prestigioso modisto nos atienda. No resulta difícil imaginarlo entre costuras, patrones y máquinas de coser. Ese es su mundo, y por el que lleva hilvanando 40 años. En ese rincón de creatividad de Claudio Coello, en Madrid, y entre organzas, sedas y terciopelo, nos abre las puertas de su vida y nos descubre una realidad en la que no todo es brillo. Hay mucha más entretela de lo que parece y mucho trabajo diario. Aunque él, con ese gran carisma que tiene, siempre podrá emular a su gran amiga Sandy Powell y decir eso de: «¡Más lentejuelas!». Así es una de las grandes agujas de este país que triunfa también en Maestros de la Costura. Él es capaz de convertir en alta costura todo lo que toca, aunque tiene muy bien tomada la medida a los bajos del pantalón.
-Cuatro temporadas ya con un programa que destaca el trabajo de la costura en casa.
-Si el programa sirve un poco para despertar otra vez el interés y la curiosidad por este tipo de habilidades, pues bienvenido sea. Que la gente se atreva a hacer sus pequeños arreglos y a adaptarse las prendas y resucitarlas temporada tras temporada. Al margen de despertar vocaciones como diseñadores de moda, modistas o sastres, que eso ya es otro capítulo aparte, porque es una industria durísima y muy complicada. Pero no es tan complicado enfrentarse a una máquina de coser, a coser un botón o a arreglar un roto a una prenda y a no tirarla. Si logramos eso, ya me doy por más que satisfecho.
-Eres el alma del jurado.
-Bueno, eso lo decís vosotros, yo no lo puedo decir. Para mí mis compañeros son mi familia porque durante diez semanas al año vivimos prácticamente todos los días, junto con Raquel, que nos ha hecho de madre y de maestra. Y además no creo que sea cierto. Cada uno tenemos nuestro papel, que ha ido evolucionando de una manera natural. Y seguramente si no estuvieran ellos, yo estaría cojo y, si yo no estuviera, pues ellos estarían cojos también.
«No soporto los pantalones pesqueros. No le sientan bien a nadie»
-Me refiero a que tienes mucho carisma y un punto exigente, algo cascarrabias...
-Bueno porque soy el mayor. Y al final sabe más el diablo por viejo que por diablo. Llevo 30 años al frente de mi taller y 40 en esta industria del trapo. Con lo cual, como todos hemos sido cocineros antes que frailes, pues los trucos me los sé. No es más que por eso. No por otra cosa.
-Pero también eres un sentimental y muy entrañable.
-¡Pero dices cosas de mí que yo no puedo decir! Lo único que te puedo decir que, como siempre me ha pasado desde muy pequeño, tengo una personalidad que sé que despierto pasiones. No tengo medias tintas. O la gente me ama y me adora y contigo pan y cebolla hasta la muerte. O me odian de una manera visceral. Eso es así desde que era pequeño y ya estoy acostumbrado. No me preocupa porque creo que lo peor que te puede pasar como ser humano es la indiferencia. Pasar por la vida como quien oye llover. Pues mira, si tienes esa capacidad de despertar pasiones, buenas o malas, pues qué bien. Tienes que acostumbrarte porque cuando las pasiones son buenas es maravilloso, pero cuando son malas pues tienes que saber encajarlas. Y también no olvidemos que esto es un programa de televisión, que está muy llevado al límite.
-¿Crees que regresarán las máquinas de coser a las casas?
-No lo sé, pero espero que sí. Porque si no tenemos miedo a cambiar una bombilla, un enchufe, colocar una estantería o arreglar una bisagra, ¿por qué le tenemos miedo a cambiar una cremallera o a coser un botón? No tiene ningún sentido que nos arriesguemos a cocinar esferificaciones y no nos atrevamos a coger el bajo de un pantalón. Es absurdo. Lo que pasa es que esto lo hilo en cómo está funcionando la industria, que es una industria terrible de usar y tirar. Para qué me voy a coger el bajo del pantalón si por 9,99 tengo uno nuevo que me queda impecable y no pierdo la tarde. Pero creo que ahora las nuevas generaciones van por otro lado y son conscientes de que este nivel de consumo, de usar y tirar, no lleva a ningún sitio. Ojalá que el programa ponga nuestro granito de arena.
-Te iba a preguntar por la «fast fashion», pero creo que ya me has contestado.
-No, te contesto. Siempre he sido un defensor a ultranza del fenómeno Inditex, vamos a ponerle nombre.Don Amancio Ortega es uno de mis héroes particulares, que lo tengo en mi altar, y las dos veces que he tenido el privilegio de estar con él aprendí más que en 20 años de profesión. Y creo que cuando explotó el fenómeno, a principios de los años 90, fue una gran lección para todos, porque el ir bien vestido, el seguir mínimamente una tendencia, el tener prendas bonitas en tu armario no era un privilegio de cuatro privilegiados, valga la redundancia. Dicho esto, creo que en un momento dado, este fenómeno se nos ha ido de la mano a todos. Yo el primero como consumidor. Y creo que ahora es el momento de hacer una reflexión.
—¿Cuál es tu prenda fetiche o indispensable?
—Siempre lo digo, tanto para hombre como para mujer, y como consumidor, un pantalón vaquero y una camisa blanca. Creo que con eso, bien combinado, si te sienta bien y con los complementos y toda la parafernalia que vayas cambiando, te puedes enfrentar a lo que quieras.
—Alguien en quien te inspires a la hora de crear tus diseños.
—No soy nada mitómano en ese sentido. Para nada. Lo que tengo es un tipo de mujer ideal. Me gusta la mujer mediterránea, muy femenina, en la vieja acepción del término, porque ahora te dan hostias por todos lados. Con sus formas, sus caderas, su pecho, su cintura. Una Monica Bellucci, te quiero decir. Ese es mi prototipo de mujer ideal. Dicho esto, también me fascina una Tilda Swinton o una Ariadna Gil, que están en las antípodas de ese ideal de belleza. Pero como no hago colecciones de prêt à porter, cada encargo es distinto y cada clienta que entra por la puerta es una aventura. Hay que estar abierto a todo, desde la abuelita maravillosa que va a la boda de su nieta y que le hace ilusión, hasta la hermanita pequeña que se pone de largo con 17 o 18 años y es su primer traje importante. Pues en ese arco, fíjate la cantidad de variantes que hay, infinitas.
—¿Y qué es lo que no soportas?
—Los pantalones pesqueros. Eso es una proporción que no le favorece a nadie. Para mariscar sí, porque están hechos para eso, claro. Ese largo ahí a media pierna, justo en la zona más delicada de la pierna, tanto masculina como femenina... Es que eso no le favorece a nadie. A nadie.
—¿Recuerdas alguna prenda que hayas tenido que rehacer repetidas veces?
—Sí, muchísimas. Todo el mundo piensa que voy a hablar del traje de Doña Cristina o de Silvia Abascal y tal... y yo me acuerdo de los trajes que han salido mal. A lo largo de 30 años ha habido trajes que han salido mal, porque soy un ser humano y me equivoco como todo el mundo. Claro que ha habido trajes que hemos tenido que rehacer y novias enfadadas que nos han dejado el vestido y se han ido dando un portazo y madrinas con las que hemos tenido melodramas, claro. No muchas, gracias a Dios porque si no, hubiera tenido que cerrar mi taller. Y te aseguro que esos son los trajes que no olvidas nunca. Además son de los que aprendes. Los que salen bien y los mediáticos, de muchos ni me acuerdo, sinceramente. Digo: «Anda, pues es verdad. ¡Si yo hice este vestido!, pero ni te acuerdas.
—¿Y eres de los que al ver un vestido tuyo en la tele le sacas defectos?
—Claro. Hace años que no tengo un fin de año tranquilo y relajado. Estoy ya desde el día 29 con los nervios. Me saldrá bien, dará bien en cámara, me imagino cualquier tipo de melodrama, que en el último momento pasa cualquier cosa, y cuando lo veo en televisión digo:«¡Ay Dios mío, que le hace una arruguita. Mañana me van a poner verde!», y gracias a Dios hasta ahora hemos tenido mucha suerte porque Anne Igartiburu es maravillosa. Pero yo lo paso fatal.
—Ya hay un rojo Caprile.
—Sí, bueno, que no me lo he inventado yo. Es el rojo Valentino, que lo he heredado, porque la marca Valentino ahora va por otros derroteros maravillosos, y es ese rojo que tiene un punto de amarillo. Es un rojo muy muy español, con mucha luz, que creo que además es universal y que prácticamente, favorece a todas las mujeres y también a los hombres.
—A Anne Igartiburu y a la reina Letizia le sientan fenomenal. Me refiero al vestido que llevó en la boda de Federico de Dinamarca y Mary Donaldson...
—En aquel momento no era ni princesa, ni reina ni nada, era la señorita Letizia Ortiz.
—¿Y cómo fueron tus comienzos? Te formaste en Nueva York y Florencia.
—Pues fueron muy de andar por casa. Mis primeras nociones las tuve en una academia de corte y confección de barrio de toda la vida, con Conchita Lucas, que ya falleció, y que desarrolló su propio método de patronaje. Llegué a esta profesión a través del dibujo, que es la peor manera de llegar a esto, porque el dibujo solo es una herramienta más. Entonces, mis padres con muy buen criterio, como veían que, erre que erre, quería seguir por ahí, me obligaron entre comillas a apuntarme a esta academia de corte y confección y ahí empecé a enterarme de lo que era un patrón, de lo que era coser, de lo que era escalar. En fin. Que una prenda es un objeto tridimensional, no es un boceto. Es algo que tiene que funcionar. Y esos fueron mis comienzos. Luego, como becario en dos grandes empresas textiles. Una española que es Cadena, y la otra italiana, Ratti, una de las grandes de la seda en Como, que era la gran capital de la seda en Italia. Te estoy hablando de Atapuerca porque ahora eso ya, desgraciadamente, todo ha cambiado. Y luego mi etapa de formación, primero en Nueva York, y luego en Florencia. Y ya me quedé en Italia a trabajar unos años. Después regresé y abrí el taller. Si es que es muy sencillito mi currículo.
—¿Y cómo visten las mujeres en España?
—Me parece todo esto de la mujer española, la francesa, la madrileña, la vasca, la andaluza... un poco ya trasnochado. En este mundo globalizado creo que hablamos más de tribus, de clases sociales, o de culturas. Son otros conceptos y ahora mismo hay poquísimas diferencias. Creo que todos en el mundo occidental vestimos prácticamente igual, en general. Y tiene mucho más en común un gótico de Madrid con un gótico de San Francisco o una niña pija de la Upper East Side de Nueva York prácticamente viste igual que una niña pija de Madrid. Además, el que realmente ha hecho un avance de gigante es el hombre.
«Hace años que no tengo un fin de año tranquilo y relajado»
—¿Por qué?
—Se está redescubriendo, le está perdiendo miedo al color, a una serie de códigos. Sigue la moda con un poquito más de criterio. Hasta 1800 y pico el hombre competía con la mujer en brillos, en encajes, en volantes, en bordados, en colores, y a partir de la primera revolución industrial se codificó la elegancia masculina con la austeridad.Además, en el mundo animal es todo lo contrario. Y las feministas pondrán el grito en el cielo. Pero el más llamativo siempre es el macho. Las hembras son siempre las más feúcas. Lo siento si esto es políticamente incorrecto. Pero es así. En las aves eso se nota muchísimo. La perdiz, el faisán, el gallo... el que tiene el plumaje, las crestas, y el colorinchi es el macho y luego las hembras son más feuchillas. Es así.
—Pero son más sabrosas.
—[se ríe] Eso también es verdad. Perdona, pero en Nochebuena tomamos el capón. Si a los machos nos cortan las cositas, pues engordamos y nos ponemos riquísimos, ¿eh? [se ríe] No abramos ese melón, que nos pueden caer chuzos de punta.
—¿Cuál es la clave para mantenerse en lo más alto?
—Trabajar, trabajar y trabajar. Y hay días que te vuelves a casa y dices: ‘Mañana cierro el taller', pero tienes que resucitar tu ilusión y reinventarte y como dice Sandy Powell, que la hemos traído al programa y que es una amiga y maestra maravillosa, ir a tu trabajo todos los días como si fueras a la mejor fiesta del mundo. Llegar al trabajo con esa actitud. O su otra frase maravillosa que es: «¡Más lentejuelas, más lentejuelas!», aunque hayas tenido un día triste pues siempre hay que poner más brillo, más ilusión, hacer el esfuerzo por no perder eso. Ese es el secreto. Trabajo, trabajo y trabajo.
—Y luego en el programa descubrís cosas tan impresionantes como los bordados de Lagartera...
—Es una maravilla, y esperemos que no se pierdan como tantas cosas. Pero en Galicia también tenéis los bordados de Camariñas, que a ver si logramos hacer una prueba ahí.
—¿Os gustaría?
—Sí, yo lo propongo todos los años. Porque colaboré con ellos hace tres o cuatro años que hacen una pasarela, y siempre lo propongo para ir. Si nos renueva TVE, iremos quemando etapas, que hay artesanías y tradiciones en España maravillosas que tienen que salir y darse a conocer.
—¿Dónde buscas inspiración?
—En todo y en nada. Desde un paseo, un escaparate, lo que ves en televisión, en el cine, cualquier persona por la calle, hombre o mujer, una manera de colocarse un pañuelo que te llama la atención, exposiciones, museos, viajes, que viajo mucho menos de lo que me gustaría... Y en mi libretita hago un recordatorio o un apunte. Sin olvidar que la mayor fuente de inspiración es la de la clienta que se pone en pelotas delante todos los días. Y tienes que tener la suficiente habilidad y profesionalidad para en pocos minutos identificar cuál es su estilo, qué es lo más bonito que tiene que hay que resaltar, lo menos bonito que hay que esconder, etcétera.
—¿Sigues viviendo en una habitación de un hotel?
—Sí, claro. Por supuesto.
—¿Y qué te ofrece un hotel que no te dé una casa?
—Prácticamente mi vida la hago en el taller, en la calle, o con mi familia que somos familia numerosa de las de antes, con muchos hermanos, muchos primos, muchos sobrinos, muchos sobrinos nietos... Yo nunca he sido casero en el sentido de recibir, de cocinar, y la decoración me importa tres pimientos, en eso soy un marica bastante atípico. No me desmayo frente a una lámpara de los años 50 o un sofá vintage. Con tal de que haya una mesa para escribir y una silla para sentarme y una cama para dormir bien, es suficiente. Y no sé, es un sitio limpio, discreto, donde voy a dormir y a asearme y ya está. Si es que la mayor parte de mi vida yo no la hago allí. He intentado el tema de las casas porque he pasado por muchas aquí en Madrid y es que se me cae la casa encima. Entonces, llega un momento en que no sigues gastándote el dinero en reformas, en alquileres, en señales..., y dices: ‘Pues mira, la mejor solución es esta', y y soy muy feliz.