Tania Llasera: «Ahora entiendo mejor a las mujeres que no quieren tener hijos»

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Tania desprende naturalidad en su libro, «La vida a mordiscos». La presentadora no tiene filtros ni complejos: «Mi marido me dice: '¿Tía, cómo lo haces para acabar siempre en la sección de autoayuda'?»

24 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La fama y la maternidad, asegura Tania Llasera (Bilbao, 1979), se parecen mucho. La primera terminó por producirle agorafobia, y la segunda le aportó felicidad y agotamiento a partes iguales. «No hay un botón de apagado, solo cuando duermen», bromea la presentadora, que publica un libro en el que combina sus recetas con un recorrido autobiográfico por las tres etapas de su vida: veintena, madurez y reinvención. Adicta al ayuno intermitente, luce nueva figura tras perder peso, pero su imagen no le preocupa. «Es lo que tiene venir de una familia nudista en la que crecí con una abuela que se pasa el día en bolas, sin las tetas en su sitio y que ha tenido sus cesáreas», zanja.

-Este libro es para rebeldes que no siguen las recetas. ¿Son mejores otro tipo de ingredientes no culinarios?

-Es una metáfora para la vida, al final mi abuela siempre decía: «La vida hay que comerla a mordiscos, nunca te va a dar más de lo que tú puedes masticar». Hay que tener, en la vida y en la cocina, mucha cadera para bailarla como venga. Las recetas también es importante que siempre sean abiertas, porque siempre puedes mejorarlas.

-Cuando el mundo entero se desesperaba con los niños confinados, tú te pusiste a escribir. ¿Cómo lo conseguiste?

-Sí, no sabes lo duro que fue. En parte lo escribí cuando vi que ya era imposible retrasarlo más, porque me apretaban las fechas. En el confinamiento más estricto escribí poco, durante esos 56 días que pasamos con los niños encerrados en el piso. Pero luego, ya en verano, la verdad es que escribía cuando se dormían o estaban en la piscina, y yo aprovechaba. Iba con el ordenador a todas partes y con el libro de recetas también, ¡hasta tal punto de que lo he perdido y no sé dónde está! Gracias a dios que tengo este libro.

-Esa es la mejor prueba de que no sigues las recetas.

-No, no. Además, lo que más me ha costado ha sido medir todo, porque no soy una persona que mida las cosas, todo lo hago a ojo. Un poco lo que te pida el puchero, como una abuela. Soy una abuela en recetas, pero de siempre.

-Eso tan típico de «un puñado», «una pizquita»...

-Sí, lo que tú veas. Luego estás a tiempo de echarle más. Y si después hay que rebajar, pues con limón, agua o caldo.

-Pero «La vida a mordiscos» está a caballo entre la cocina y la autoayuda.

-Ya. Mi marido me toma siempre el pelo. Cuando escribo un libro me dice: «Pero, tía, ¿cómo lo haces para acabar siempre en la sección de autoayuda?», ¡ja, ja! ¡Es que no lo sé! Me da por evangelizar. No sé por qué tengo esa tendencia, pero es que no concibo escribir un libro sin desnudarme un poquito y contar un poco sobre mí, porque si no tampoco es un libro muy interesante. Yo creo que es más interesante conocer a la persona que lo escribe que lo que escribe.

-Tú no querías hacer un recetario.

-Por eso. Un recetario lo puede hacer cualquiera, pero no todo el mundo puede escribir el libro que puedo escribir yo.

-¿Y cuál fue el último gran mordisco que le diste a la vida?

-Pues ahora mismo estoy en un momento de duda. Tengo el bocadillo delante y la ensalada, y no sé si tirar por uno o por la otra. Estoy en un proceso de cambio, por eso la última etapa se llama reinvención, porque me estoy reinventando y no sé muy bien qué va a salir de todo esto. Estoy un poco perdida, pero no pasa nada por estar perdida. Ya encontraré mi camino.

-Propones también un recorrido por tu infancia, tus orígenes... E identificas la reinvención con la maternidad.

-Sí, fue un antes y un después, una vuelta a la tortilla. Desde que tengo niños entiendo mejor a la gente que no quiere tenerlos, porque son 24 horas al día y siete días a la semana. Y no hay botón de apagado, digamos, más que cuando duermen. Para mí ha sido de repente entender la vida con las cosas feas, que también las tiene. Y con las bonitas, porque todo va de la mano, con la responsabilidad y los miedos que trae la maternidad. Y una vez que eres madre, lo eres para toda la vida. Es mucho que tragar, es un mordisco grande de la vida.

-La llegada de la fama y el éxito hizo que desarrollaras agorafobia, ¿por qué?

-Sí, desarrollé miedo a la calle, al exterior. Yo me encerraba como Rapunzel en mi piso, que era un ático, y con mi perra. Recuerdo que me costaba mucho salir a la calle, por eso empecé a ir a terapia. No digería la fama, el mordisco de la fama a mí se me atragantó. Y mira que no soy Madonna, que no soy nadie importante, pero a mi pequeño nivel ya me pareció mucho con lo que lidiar. El estar expuesta al juicio ajeno, a las fotos... Porque yo soy un dinosaurio, me hice famosa antes de las redes sociales. Fue otro mundo que ahora es más difícil de explicar, pero yo sentí algo así como «ostras, yo no nací famosa». No viene con libro de instrucciones, como la maternidad. Se parece mucho la fama a la maternidad, eh, te lo digo.

-De repente te ves subida a un tren del que no puedes bajar y nadie te ha dicho cómo afrontar el recorrido.

-Sí, eso es. Haces lo que puedes, y yo necesité ayuda. No me da ninguna vergüenza admitir que estaba muy perdida y que necesité mucha ayuda.

-El escrutinio no ayuda, ¿lo sientes también con tu físico y tu peso?

-Sí, siempre son los kilos para arriba y los kilos para abajo. Y todo el mundo tiene una opinión. La tele te acostumbra a eso, a que no puedes caerle bien a todo el mundo y a que se van a interesar porque estás expuesta, con lo cual es parte de tu trabajo dar explicaciones. Y no me importa, de verdad, darlas. Yo aproveché el confinamiento no solo para escribir este libro, sino para coger las riendas de mi alimentación, aprender a meditar, a hacer más ejercicio y coger hábitos más saludables. Es que si no me volvía loca.

-No parece por una cuestión estética, porque siempre te viste bien.

-No, solo se trataba de llevar una vida más saludable. Es que yo comía emocionalmente. Para apagar o rellenar un vacío existencial, o emocional, yo llenaba la nevera, como mucha gente. Así que el confinamiento fue una experiencia maravillosa, también horrorosa, no me malinterpretes, pero buena en el sentido de que no había ninguna cena ni comida fuera, con lo cual no te quedaba otra que ponerte a experimentar y decir: «¿Qué me sienta bien?». Dejé de ir a la nevera para saciar ciertos apetitos y coger las riendas de ese problema con el que podría vivir toda la vida, porque a mí cuando me viene un problema me da por comer, es así. Y empecé a ayunar. Insisto en que no es una dieta y que hay que hacerlo con control médico, porque no es para todo el mundo. Pero a mí me está ayudando muchísimo y es un hábito que pienso llevar hasta el día de mi muerte.

-¿Qué engancha tanto del ayuno?

-Me sienta muy bien, mis análisis son buenísimos y además soy hipotiroidea, que no es para todas, pero justo en mi tipo sí que ayuda, porque yo tengo muy poco hipotiroidismo. También me da mucha paz mental. Pero yo ya lo hacía eh, porque el desayuno desde bien pequeñita no me entraba, y mi hija es igual, es que es genético. A mí al final mi madre me sobornaba con bocadillos de nocilla, y acababa comiéndolos porque me apetecía, ja, ja. Pero sí que hay mucho control con lo de comer o no comer, se ha convertido como en una herramienta de control muy peligrosa, sobre todo para los jóvenes.

-Siempre muestras tu cuerpo tal cual, ¿fue difícil llegar a eso?

-Aunque la fama se me atragantó, la exposición física nunca fue un problema para mí. Nunca he estado a dieta, nunca me ha preocupado mi cuerpo en cuanto que funciona. Y como yo he tenido el privilegio de nacer en una familia nudista y bicultural, veraneaba todos los años en Inglaterra y veía presentadoras en televisión mucho más entradas en kilos, y no pasaba nada. Para mí siempre ha sido muy normal tener un cuerpo y estar cómoda con él, tengas más o menos kilos. Si tú has crecido con una abuela que se pasa el día en bolas, sin las tetas en su sitio, que ha tenido sus cesáreas... Y mi madre igual.

-¿En casa, siempre desnudos?

-A ver, nos vestimos obviamente como todo el mundo para ir por la calle, pero es verdad que en casa de mis abuelos éramos muy nudistas. Había una naturalización del cuerpo que yo creo que a mucha gente le cuesta, y que es un regalo que a mí se me ha dado desde muy jovencita. Yo nunca he tenido problema con despelotarme aquí o allá, y que me vea este o me vea el otro. No lo hago ahora por los paparazis y demás, porque no me apetece que me vea el mundo entero, pero sí me da igual que la gente en la playa me vea las tetas. Pues chica, tú también tienes, ¿no?

-Tu sello es la transparencia.

-En el País Vasco se llama chapucería. Pues sí, soy chapucera en cuanto a que es muy importante que en las redes sociales se encuentre alguna cuenta que sea no solo fiel a la persona, sino fiel a un estilo. Yo no soy alguien que prepare la cosas. Ahí reside un poco mi arte y mi secreto del éxito, y es que soy como soy, hay lo que hay. Naturalidad, naturalidad es lo que hace falta.

-¿Y te espera algo en la tele?

-Es que ahora ya te digo, estoy en un punto como de cambio. No tengo ahora mismo nada de televisión, hay alguna posibilidad, pero todavía anda un poco remota. Y voy a montar una empresa para ayudar a mujeres, pero no puedo contar mucho porque todavía anda en pañales. Pero sí, no me da la vida para todas las ideas que tengo.