«A los 50 ya no pienso en cómo sería mi vida con hijos»

YES

ANGEL MANSO

Cuatro gallegos soplan las velas de su medio siglo. Con hijos, sin ellos, reinventados y asentados, todos celebran en YES el inicio de una década que, dicen, promete ser dorada

20 jun 2021 . Actualizado a las 13:09 h.

Medio siglo ha tardado Ana en reconciliarse consigo misma. No es demasiado cuando se trata de autodescifrarse y descubrir lo que realmente le hace a uno feliz. Muchos no lo logran nunca. Otros, siguen el plan preestablecido por miedo al error. No es el caso de quien protagoniza la portada de este número que homenajea las cinco décadas. En A Coruña todo el mundo la conoce como la nutricionista Ana Golpe, pero quienes la tratan de verdad, la llaman Ana Celia. «Ana es mi madre y Celia mi madrina. Cuando alguien me llama Ana Celia sé que lo quiero mucho o que lleva conmigo muchos años», dice esta mujer nacida en Betanzos, pero que pasó su infancia entre el colegio Eirís de A Coruña y el Peleteiro de Santiago.

«Después de una vida superintensa, a los 50 he llegado a la calma», asegura. Una calma relativa, porque su madre cuenta que en la pulserita con la que rodearon su pie nada más nacer, en el hospital, escribieron: «muy nerviosa». Inquieta, apasionada e impetuosa son los tres adjetivos con los que define su carácter, pero su amplia sonrisa revela que el cuarto es sin duda el de alegre. Sus primeros recuerdos tienen forma de foto. De madre funcionaria y padre marino mercante, durante su primer año de vida le hicieron tantas para que él pudiera verla crecer desde el barco, que comenta que se quedó con ese gusto por posar.

Todavía se ve leyendo la Superpop, grabándose en casete e intercambiando sus cromos de Sarah Kay. También jugando con la muñeca Rosaura, su regalo de comunión, antes de que sus hermanos la destrozaran. Su banda sonora eran Radio Futura y Los Ilegales, pero donde bailaba de verdad era en la discoteca Apolo de Santiago. Uno de esos grandes hitos fue ir a ver Superman subida al 600 con cinco niños más, y casi se cae de la butaca cuando estrenaron Tiburón. La pequeña Ana ya era sonriente y muy feliz, con una familia muy unida. Recuerda intensamente aquellos veranos en los que llenaban la baca del coche para irse a Benidorm todos juntos, y el primer viaje que hizo sola con sus hermanos en coche, ya de adultos, al recién inaugurado PortAventura.

«La familia es lo más grande que tengo en mi vida. Tuve una infancia muy feliz, con unos padres gallina con los que los tres hermanos nos hemos sentido muy protegidos. Jamás discutieron delante de nosotros. De mayor mi madre me dijo: ‘Es que bajábamos al coche a discutir para que no nos vierais'». Quizás por eso, señala, se fijó la idea de crear una familia como en la que ella había crecido. «Yo me ennoviaba, fui de tener pareja pronto. Tuve un novio durante seis años y después conocí al que fue mi marido. Nos enamoramos locamente. Él era trabajador, hacía mucho deporte... tenía muchas cualidades y nos unía el tipo de profesión. También respondía a mis inquietudes, porque el tesoro más grande que nos han dejado mis padres son los viajes. Y él y yo, con nuestro primer sueldo, nos fuimos a Egipto con toda la ilusión, porque era mi sueño», señala.

«Tras una vida superintensa ha llegado la calma, y conseguí regresar a mi yo»

La presión por formar una familia tan perfecta como la suya marcó esa primera etapa. «Primero quería asentarme, formar una familia como la de mis padres. Para mí había encontrado al hombre ideal, con una cabeza muy bien amueblada que sigue teniendo, y quería ser esa mujer perfecta en casa, como mi madre. Digamos que no era muy moderna, tenía los valores de una persona educada en los 70», explica Ana, que relata que a partir de ahí los viajes en pareja se sucedieron, y los años fueron pasando. Para cuando quiso ser madre, rozaba los 40 y se culpabilizó por el «egoísmo» de querer disfrutar y dejarlo aparcado. «Eso es algo que no supe gestionar mentalmente, y lo único que se me ocurrió es tapar esa frustración por no haber conseguido recrear esa imagen perfecta del pasado con emociones más fuertes, así que empecé a correr y a hacer triatlón».

 Divorcio y renacimiento

Un día, ella y su exmarido se dieron cuenta de que ya eran más amigos que pareja, y decidieron divorciarse. «Fueron años maravillosos. En su momento la tristeza era enorme, pero seguimos siendo amigos. De hecho, me llevo muy bien también con su pareja», indica Ana, que decidió irse sola a Tailandia nada más separarse y, apunta, «sentía la necesidad de descubrir un mundo nuevo, porque cuando rompes con una pareja de 20 años, sales creyendo que tienes los 25 de cuando empezasteis. Viví una montaña rusa emocional, monté en globo, hice dos medios ironman... No me reconocía como la misma persona que 15 años atrás estaba con su libro de familia queriendo formar una familia feliz como la que tenía en casa». Fue entonces, en esa vorágine emocional, cuando regresó a su yo. «Ahora he vuelto a ser la persona que nació, y aprendí que los estereotipos que interiorizas y que marcan tu familia y tu educación, no son lo que tú quieres ser. He descubierto que con quien mejor estoy es conmigo misma. A los 50, ya no pienso en cómo sería mi vida si hubiera seguido casada o tenido hijos», confiesa Ana, que soplará las velas el próximo 5 de julio para celebrar que, medio siglo después, ha vuelto a ser ella.

Sandra Alonso

Enrique Suárez: «Yo nunca me sentí mejor que ahora»

Acaba de estrenar los 50, pero Enrique todavía se visualiza en el barrio de la Estila (Santiago) con su pandilla, entre los que estaba el actor Luis Zahera. Recuerda vívidamente aquella primera película con chicas, Oficial y Caballero, y los temas de Van Morrison y Siniestro Total. El concierto de Sabina en la plaza de la Quintana, su primer amor de verano, su etapa universitaria cuando estudiaba Ciencias Políticas. Parece que fue ayer cuando se iban todos corriendo a casa para ver la serie V, o cuando estiraban la tarde en la calle para jugar al brilé y al escondite. El día que le daba una calada a un cigarro a escondidas, asegura, tocaba lavarse las manos con anís, y guardaba como un tesoro el walkie talkie que le habían regalado, en ausencia de móvil, y su primer casete, el de Hombre Lobo en París, de La Unión.

«Ha cambiado todo muchísimo. Antes, que un profesor dijese ‘que venga tu padre a hablar conmigo' era para echarse a temblar. Ahora tiembla el profesor», indica Enrique, que añora aquellos largos días en la calle en el que un grito de su madre o de cualquier vecino era la señal para que volviese a casa: «No había miedo. Mi hija pasó una infancia muy feliz en la urbanización con piscina, pero yo estoy orgulloso de haber sido un niño de barrio que se divertía en la calle. Todo era de todos, no había juguetes de unos o de otros, y al que le regalaban la primera bici, la compartía. Siempre acababa apareciendo».

La suya es una generación que pasó de las familias numerosas a las de hijo único, o como mucho, dos. «Quizás es por egoísmo. Viajar era irnos todos, apretujados y sin aire acondicionado. Hoy la gente quiere irse a visitar sitios exóticos, y ven a los niños como un poco como un impedimento para hacer determinadas cosas. Luego está también el miedo que hay a perder el trabajo, porque es posible que no encuentres otro o que tardes en hacerlo, cuando antes eso no existía. Y a mayores, se nos inculcó que había que estudiar una carrera sí o sí, daba igual cuál. Así que creo que tuvimos menos hijos por una mezcla de egoísmo, de contexto económico y de miedo al mundo que dejamos», razona.

«Quizás nuestra generación tuvo menos hijos que nuestros padres por una mezcla del egoísmo y de miedo al mundo que dejamos»

No cree en eso que se dice de que los 50 son los nuevos 30. De hecho, la de los 30 es la década que elige porque fue cuando tuvo a su hija, «la cosa más bonita de mi vida», aunque también extraña la locura de los 20. «Obviamente estaba mejor con diez años menos, pero por lo demás, nunca estuve mejor. Sé mucho de lo que no quiero, y lo que quiero estoy madurándolo. Además, ahora me veo asentado para poder hacerlo, más tranquilo», confiesa Enrique, que dice que la mejor medida para darse cuenta de que se hace mayor no son los años, sino precisamente su hija: «Tiene 17 y acaba de hacer la EBAU. Imagino que cuando vaya a la universidad me quedaré algo cojo sin ella. Pero lo afronto con ganas y con mucha ilusión», zanja.

Santi M. Amil

Alfredo Rodríguez Lameiro: «Siento que tengo unos diez años menos»

 Alfredo Rodríguez nació en 1971 en Ciudad de México, pero hace 26 años se trasladó con su familia a O Carballiño. Hijo de emigrantes retornados -su madre es del municipio de Avión y su padre del de Boborás- sabe bien lo que es cruzar un océano para llegar a casa, porque sí, Alfredo se siente completamente carballiñés, aunque un pequeño deje en su acento le siga recordando su procedencia mexicana. El 30 de marzo cumplió cincuenta años y aunque se trata de un cambio de década, decidió no celebrarlo más allá de un rato disfrutando de sus amigos. «A mí me gusta cumplir años, creo que es bonito recibir el cariño de la gente y son detalles que valoro muchísimo, pero acabo de hacer 50 y la verdad es que siento como si tuviese diez menos», explica. «Mi cuerpo y mi mente siguen queriendo disfrutar de la vida y eso es lo que hago cada día, porque la edad es solo un número y nada más», añade. Y este contable de O Carballiño demuestra con su forma de ser cada palabra que dice.

Alfredo es un hombre dinámico y muy activo, sociable y divertido, y está enganchado al senderismo. «Me encanta madrugar los fines de semana, levantarme a las siete de la mañana y aprovechar todas las horas del día. Ya los lunes me pongo a organizar rutas por la montaña para hacer con amigos. Eso sí, al terminarlas tampoco digo que no a una cerveza en alguna terraza», admite. También corre, dibuja y es un apasionado de la música. «Me siento genial con cincuenta años. Mi vida ahora no la cambio por nada, de verdad», continúa.

De México solo extraña la gastronomía, aunque la suple con alguna que otra visita semanal al restaurante mexicano carballiñés Belmont, cuyos propietarios también son emigrantes retornados. Alfredo solo volvió en una ocasión a su país natal, y allí se le despertaron muchos recuerdos de su infancia, como cuando se pasaba horas jugando al calor con cochecitos de juguete o inventándose ciudades que salían de su imaginación. Aunque prefiere los que ha generado en la provincia de Ourense. «Amo la libertad y las posibilidades que hay aquí», admite.

Está soltero y, aunque no le falta el amor entre sus amigos, cree que esto es así porque es un romántico. «El concepto del amor actual está muy desvirtuado. Ahora la gente es más egoísta, hay miedo al compromiso y a compartir la vida con otro. A mí me encantaría encontrar una mujer que sea romántica como yo», explica.

MARCOS MÍGUEZ

Reyes Caparrós: «Mi hijo me dio la mayor lección de mis 50 años»

Reyes Caparrós se siente más joven de lo que es, «porque lo importante es cómo te sientes por dentro. Otras generaciones envejecían más, pero nosotros seguimos teniendo muchas inquietudes», señala. El hecho de que sus hijos Javi y Antón ya tengan 17 y 15 años le ha dado una especie de segunda juventud: «He vuelto a ir a conciertos, a viajar... Cuando estás criando renuncias a todo eso, muy alegremente, pero renuncias». Lo sabe muy bien esta hija de padres mayores que es la pequeña de siete hermanos -«el mayor me lleva 19 años», dice- y para la que ese concepto de tener una habitación fija era una utopía: «Cambiabas de una a otra, si uno se iba a estudiar ocupabas la suya». Su medio siglo está marcado por dos hechos. El primero fue la muerte de su padre cuando ella tan solo tenía 11 años, dejando a su madre viuda al frente de siete hijos. Pero el que más la sacudió fue el segundo, el cáncer que le diagnosticaron a su hijo mayor, con el que posa en la foto, cuando tan solo tenía 15 meses. «Te quieres morir. Pero ha salido adelante, con un riñón, haciendo vida normal. Así que a partir de ahí, ¿cómo no te vas a sentir bien? Como dice la camiseta de Pau Donés, te das cuenta de que vivir es urgente», relata su madre, que reconoce que, aunque con cinco hijos menos, su casa proyecta un poco el espíritu de la de sus padres. «Me encanta la gente, los mogollones, la casa llena. Eso se mama. Me hubiese encantado tener más hijos, pero trabajando... la liberación de la mujer es engañosa, porque al final tienes el trabajo de fuera y el de dentro», reivindica Reyes, que reconoce que el concepto de familia ideal hizo mucho daño a su generación: «Crecimos con esa imagen, pero somos un punto de inflexión. Muchas amigas de 50 le están dando un vuelco a su vida».

Feliz de celebrar su cumpleaños con La Voz de Galicia, el mismo periódico en el que tantas veces firmó su padre, el periodista Luis Caparrós, Reyes sonríe al recordar sus tiempos en el Videlba y, después, en el Instituto Femenino. «Fuimos las últimas chicas del Femenino», apostilla ella, que rememora aquella hora de dibujos que la tele emitía diariamente, los dos rombos que la mandaban para cama, y el ciclo de terror de Chicho Ibáñez Serrador. El Un, dos, tres..., las historias de Los Hollister, las de Los Cinco, las de Zipi y Zape y Mortadelo y Filemón. Los partidos de fútbol del Videlba en los que ya jugaban chicas -«yo era portera, y bastante mala», bromea-, y los guateques en Green bailando a Mecano. Toda una vida que merece, cómo no, celebrarla.