Alma Cupcakes, repostera: «Mis hijos prefieren la fruta al dulce, no son muy hijos míos en eso»

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Tiene debilidad por los bizcochos, solo hay que ver el éxito de sus «cupcakes», y asegura que con uno bueno puedes conquistar a cualquiera. Viene de una familia larpeira, y ahora gracias a ellos, ha conseguido recopilar los postres de su vida en un libro

04 nov 2021 . Actualizado a las 11:04 h.

La reina de los cupcakes ataca de nuevo con una hornada de recetas recién salidas de la imprenta, con las que quiere recuperar los sabores tradicionales. Y es que Alma Obregón, más conocida como Alma Cupcakes en Instagram, lo tiene claro: «Donde esté un buen bizcocho...». En esta ocasión ha movilizado a buena parte de la familia para recopilar los postres que han marcado su vida, especialmente su infancia, «esos que vienen cargados de sentimientos, porque cuando los comemos nos retrotraemos a esos momentos tan felices», señala la repostera.

 —Acabas de publicar «Repostería tradicional», ¿nos vamos a encontrar las recetas de la abuela?

—Efectivamente.

 —¿Las de tu abuela o las de cualquiera?

—He recopilado las 50 recetas de mi vida, las de mi abuela, mis tías, las que yo hacía de pequeña, pero también he intentado que haya recetas de toda España, por ejemplo, la tarta de Santiago. He intentado que sean de mi abuela, pero a la vez de todas las abuelas.

 —Hablas de recuperar los sabores de siempre. ¿Se nos ha ido la pinza con tanta innovación?

Está genial innovar, cambiar, hacer cosas nuevas, pero tenemos un legado tan importante de nuestras abuelas, familias, que es una pena que se pierda. Yo tenía una cierta obsesión con que no se perdiese. No podemos olvidarnos de todo lo que tenemos a nuestras espaldas para meter cosas nuevas, hay que combinar.

 —¿Qué receta te marcó de pequeña?

—Son dos recetas de una de mis abuelas: los canutillos y los pastelitos de crema. Recuerdo que cada vez que íbamos a su casa los hacía. Mi madre los recuperó, y todas mis celebraciones familiares han estado marcadas por ellos. Son esas recetas que cuando las comes te trasladan a la infancia. Están deliciosas, porque tenemos un legado maravilloso, pero a la vez están cargadas de sentimiento, que es lo que hace que sean aún más especiales, porque cuando las comemos nos retrotraemos a esos momentos tan felices.

 —Y esas recetas que te ha ido pasando tu familia, ¿cómo las conservas?

—He de confesar que ha sido toda una labor de investigación de mi familia. En el libro ya les doy las gracias a mis tías y a mis padres, que han estado rebuscando recetas, anotaciones y papeles. Algunas estaban incompletas, otras directamente no se podían hacer como estaban escritas porque ya no cocinamos así y otras a ojo, por lo que ha sido complicado adaptarlas con medidas reales. También hay alguna receta, por ejemplo, el arroz con leche, que ha sido a base de pruebas. He intentado emular el que hacía una tía que ya falleció, porque es la típica receta que cuando ibas a su casa y la probabas, decías: «‘Qué maravilla'», pero jamás llegó a dárnosla. Durante la pandemia pensaba muchas veces: «Todos estos mayores que hemos perdido sin esperarlo, ¡cuántas recetas se habrán ido con ellos!». Y seguro que muchos hijos y nietos pensarán: «¡Ojalá tuviera ahora ese papel para poder recordarlo!, porque yo cuando hago los pasteles de mi abuela es como si la tuviera conmigo otra vez. Por eso, animo a rebuscar por casa, a preguntarles a los mayores por esas rosquillas... Es una pena que eso se vaya perdiendo, que estemos todo el día incorporando innovaciones, pero no nos olvidemos de las rosquillas de nuestra abuela.

 —¿El arroz te salió igual que a tu tía?

—Quizá tengo el recuerdo muy idealizado, pero el mejor que he probado en mi vida era el de la tía de mi madre. A mí me ha salido similar [risas].

 —¿Con qué postre comes más allá de tus posibilidades?

—Hay un postre del libro, el pastel bobo, que es el típico del que he oído hablar toda mi vida y nunca jamás lo había probado. Mi padre siempre decía que él lo había hecho de pequeño, y que le salía muy bien. Encontré la receta gracias a mis tías en un papel, y lo hice. Estaba delicioso, casi me lo comí entero, de hecho lo tuve que hacer varias veces más. Se ha convertido en mi nueva adicción. Le dije a mi padre: «Tenías razón, esta receta va a ser mi favorita, pero no te crees ni tú que hayas hecho esta tarta».

 —Sois una familia muy larpeira...

—Sí, muchísimo, sobre todo por parte de mi padre la familia es supergolosa.

 —¿Con cuántos ingredientes mínimo ya podrías hacer un postre?

—Lo bueno que tiene la repostería tradicional es que es muy sencilla. Hay recetas en el libro que igual tienen tres o cuatro ingredientes. Por ejemplo, los mostachones, que son unos bizcochos planos que se toman mucho en el sur, y que están de muerte, son tres. Estás en casa y dices: «¿Qué tengo? ¿Huevos? ¿Harina? ¿Azúcar blanco? Pues ya está».

 —Un truco para el bizcocho.

—Siempre doy dos consejos fundamentales. El primero es que hay que pesarlo todo. Hay gente que dice: «Más o menos serán 100 gramos...». No, hay que pesarlo. Y por otro lado, conocer nuestro horno, porque cada uno tiene una personalidad. Hay algunos que son muy potentes, y hay que bajar las temperaturas, o al revés.

—¿Qué no le echarías jamás?

—Yo no soy muy amiga de hacer postres que lleven gelatina, es una textura que a mí no me gusta mucho.

 —¿A qué saben tus postres?

—Al bizcocho de toda la vida. Hago muchas otras cosas, pero siempre procuro que lleven una base de un buen bizcocho, ya sea tarta, cupcakes... Para mí es uno de los pilares de la repostería. También me gusta mucho la vainilla y la canela.

 —¿Se puede sorprender con un buen bizcocho? A veces lo hacemos de menos, ¿no?

—Efectivamente. Cuando mandé la lista de recetas, la editora me dijo: «Te faltan bizcochos». Yo había metido otras cosas, por lo que dices, por ese miedo a un simple bizcocho, pero cambié y di rienda suelta a ese amor que tengo yo por el bizcocho. Creo que con un buen bizcocho, te puedes quedar con todo el mundo. Muchas veces nos complicamos mucho, que está genial, poder hacer elaboraciones muy complejas, pero ¡madre mía!... Donde haya un buen bizcocho, de postre, después de cenar o a media tarde. Eso vale oro.

 —¿En tu casa siempre hay repostería?

—Intento que no, porque iríamos dando vueltas, pero a mis hijos les encanta hacer postres, aunque luego no los comen mucho, porque les gusta más la fruta. No me salieron, en ese sentido, muy hijos míos, porque yo soy muy golosa. Somos una familia en la que nunca falta el postre o la repostería en las celebraciones, y en el día a día intento no tener, pero muchas veces hay.

 —¿Sigues la tendencia de hacer postres «sanos» o el postre implica lo que sea?

—En su día publiqué un libro con recetas más saludables para toda esa gente que se quiere cuidar en el día a día... A mí me parece fantástico, lo que importa es que la gente disfrute y que cada uno elija su camino. Es verdad que a mí me gusta más un buen bizcocho o postre tradicional, no voy a mentir, me gusta la pastelería con todos sus ingredientes. Prefiero tomar poca cantidad o no tomar, que tomar algo que a lo mejor no me convenza tanto, pero se pueden hacer cosas deliciosas y saludables. Me encanta que la gente esté interesada por la repostería. Recuerdo años antes de esta fiebre que hay ahora que la repostería se había olvidado prácticamente. En los restaurantes, los postres eran muy mediocres, en las casas no se horneaba nada, y hoy en día hay tanto interés... que hagan los postres como quiera cada uno, pero que haya interés, que no perdamos esas recetas ni la costumbre de meternos en la cocina con las manos en la masa como hacíamos con nuestras abuelas, que nuestros hijos lo sigan haciendo, porque a través de la repostería se aprende un montón.

 —¿Con qué postre gallego te quedas?

—¡Qué difícil! La tarta de Santiago porque es una auténtica delicia, pero en Galicia tenéis unas recetas de morirte. Para un segundo volumen, tengo que pedir a la gente que me mande las recetas de sus abuelas y yo las reinterpreto, a veces por desconocimiento no me he querido meter por si mi versión no era la más acertada. Mis padres estuvieron hace poco en Santiago, al volver yo había hecho tarta de Santiago y me dijeron: «Te ha quedado muy parecida». Y pensé: «Menos mal, porque es mucha responsabilidad».